¿Ya llegaste? ¿Quién te invitó? Mejor hubieras ayudado con dinero dijo fría la tía.
Lucía frunció el ceño al escuchar el insistente timbre del teléfono que la despertó. Miró la pantalla con sorpresa: era su prima, con quien no hablaba desde hacía más de dos años.
¿Estás dormida? Qué suerte, yo no paro de llorar
Claro que estoy dormida, son las tres de la madrugada contestó Lucía, mirando el reloj.
Si duermes tan tranquila, es que no te enteraste de nada murmuró su prima con tono enigmático.
Rosario, ve al grano susurró Lucía. Mañana me toca madrugar.
Podrás dormir luego. ¡Hay un luto en la familia! exclamó, como si Lucía tuviera la culpa.
¿Qué clase de luto? preguntó ella, temiendo por su madre.
El tío Javier ha fallecido esta mañana lloriqueó Rosario. De repente. La tía Marta está destrozada. No hay dinero. Hay que juntar para ayudarla. Mañana voy al pueblo con mi hermano. ¿Vienes?
No puedo. Iré solo al velatorio.
Entonces hazme una transferencia. Le daremos el dinero a la tía mañana insistió Rosario. Siete mil pesetas.
Lucía envió el dinero al instante y volvió a dormir. No le afectó mucho la noticia; hacía años que no hablaba con la familia de su padre. Tras su muerte, la habían apartado, diciendo que ya no eran familia. Aun así, creyó de mala educación no ayudar.
Tras la transferencia, nadie la llamó. Rosario la olvidó en seguida. Lucía intentó contactarla para saber la fecha del velatorio, pero su prima no contestaba. Al final, lo supo por unos conocidos y fue a despedirse de su tío.
La tía Marta la recibió con desdén, como si su presencia molestara más que la muerte de su marido.
¿Viniste? ¿Quién te avisó? Mejor hubieras puesto dinero gruñó.
Les mandé siete mil pesetas replicó Lucía.
Qué raro, no he visto nada respondió la tía, incrédula.
Se lo di a Rosario
Ah, ya inventas cruzó los brazos. Ella y Arturo solo me dieron diez mil. Cinco cada uno. Ni te nombraron.
No entiendo nada Lucía buscó a Rosario con la mirada.
Pero su prima había desaparecido. Al fin la encontró fuera, junto a la verja.
Rosario, ¿no le diste el dinero a la tía? ¿Dónde está? exigió respuestas.
Sí, se lo di contestó.
Ella dice que solo fue de ti y Arturo
Se equivoca murmuró Rosario, sin interés.
¿Diste diez mil?
Sí.
Era para dos, no para tres.
Bueno, ¿y quién paga la gasolina? hizo un gesto de fastidio.
Siete mil pesetas por doscientos kilómetros. ¿Y por qué iba yo a pagar vuestro viaje? preguntó Lucía.
¿Quieres que te lo devuelva? se burló.
¡Sí!
Ahora no, luego te lo mando dijo, y se marchó con la nariz en alto.
Lucía, decepcionada, no quiso quedarse más. Llamó a un taxi y se fue. Una semana después, su madre la llamó llorando.
Hija, ¿es cierto que diste dinero para el entierro y luego lo reclamaste? preguntó entre sollozos.
Lo di, pero no lo reclamé.
La tía Marta anda diciendo por el pueblo que te lo llevaste. Le duele que no la abrazaras dijo su madre, avergonzada. No puedo salir, todos me miran mal.
Mamá, ¡no fue así! Lucía, indignada, le explicó la verdad.
Rosario nunca me devolvió el dinero.
¡Se quedó con el dinero y dijo que fuiste tú quien lo pidió! ¡Qué cara dura! ¡Ojalá se les atragante! exclamó su madre.
Lucía quiso llamar a Rosario, pero prefirió no perder la calma y la ignoró.
Sin embargo, meses después, su prima volvió a aparecer.
Vamos a poner una lápida al tío Javier. Te tocan diez mil pesetas anunció con tono frío.
¡Ni un duro más!
¡Vaya manera de tratar a la familia! gritó Rosario. Me sorprende.
A mí también me sorprende que me estafaras y encima me difamaras.
¿De qué hablas?
Te quedaste con el dinero de la tía y dijiste que fui yo. ¿Y crees que voy a seguir tratando contigo? Después de decir que mamá y yo ya no éramos familia, ¡no os debo nada! dijo Lucía antes de bloquear el número.