Lucía y su marido, Álvaro, volvían felices de una cena de cumpleaños inolvidable. Habían celebrado en un restaurante de Madrid, lleno de familiares y compañeros de trabajo. Aunque Lucía no conocía a muchos de ellos, confiaba en que Álvaro tuviera sus razones para invitarlos. Ella no era de discutir; prefería evitar conflictos.
Cariño, ¿no estarán las llaves demasiado enterradas en tu bolso? Sácalas, porfadijo Álvaro mientras aparcaban en su barrio, Lavapiés.
Lucía rebuscó en su bolso de mano hasta que un pinchazo repentino la hizo gritar. El bolso cayó al suelo.
¿Por qué gritas?
Algo me ha pinchado.
Con el lío que llevas ahí, no me extrañarespondió él, riéndose.
Ella no contestó, recogió el bolso y sacó las llaves con cuidado. Ya en casa, olvidó el incidente. Solo quería ducharse y dormir. Pero al despertar, el dedo le ardía, hinchado y rojo. Recordó lo del bolso y, al revisarlo, encontró una aguja oxidada en el fondo.
¿Qué demonios…?La tiró a la basura, desinfectó la herida y se fue al trabajo. Sin embargo, al mediodía, empezó con fiebre y dolores.
Llamó a Álvaro:
No me encuentro bien. Ayer me pinchó una aguja oxidada en el bolso, y ahora tengo fiebre.
Ve al médico, Lucía. Podría ser grave.
Ya me desinfecté, estaré bien.
Pero empeoró. Al salir del trabajo, tomó un taxi, incapaz de aguantar el metro. En casa, se desplomó en el sofá y soñó con su abuela Carmen, fallecida cuando ella era pequeña. La abuela, frágil pero amorosa, la guió por un campo, mostrándole hierbas para una infusión purificadora.
Alguien quiere hacerte dañoadvirtió. Pero debes vivir para defenderte.
Al despertar, Álvaro acababa de llegar. Al verla, palideció:
Lucía, mírate al espejo
Su reflejo era irreconocible: pelo sin vida, ojeras, piel grisácea. Recordando el sueño, le contó a Álvaro lo de la abuela. Él, incrédulo, quiso llevarla al hospital, pero ella se negó. Discutieron como nunca. Él salió furioso, y ella, débil, avisó a su jefe que faltaría unos días.
Álvaro regresó arrepentido. Ella solo pidió:
Llévame al pueblo de mi abuela.
Al llegar a Valdepeñas, Lucía, demacrada, encontró las hierbas del sueño. Prepararon la infusión, y al tomarla, mejoró. Esa noche, soñó de nuevo con la abuela:
Te lanzaron un maleficio con esa aguja. Compra una caja de agujas, encierra la más grande con esta oración: ‘Espíritus de la noche, reveladme la verdad. Hallad a mi enemigo’. Ponla en el bolso de Álvaro. Quien te dañó se pinchará, y sabremos quién es.
Lucía lo hizo. Al día siguiente, Álvaro contó:
Hoy, Irene, la del departamento de al lado, se pinchó con una aguja en mi bolso. Me miró con odio, como si quisiera matarme.
Lucía lo entendió: Irene, que estuvo en su cumpleaños, había puesto la aguja en su bolso. Esa noche, la abuela le enseñó a devolver el maleficio. Poco después, Álvaro comentó que Irene estaba grave, sin diagnóstico.
Lucía lo llevó al cementerio de Valdepeñas. Limpió la tumba de su abuela, dejó flores y susurró:
Gracias por salvarme. Vendré más seguido.
Una brisa cálida rozó su hombro, como un abrazo.