Esta puerta no es para ti: una historia de amor, traición y herencia

**Diario de un hombre: La puerta que no era para mí**

María acababa de prepararse para dormir cuando un golpe inesperado resonó en la puerta. Con desgana, se echó una bata sobre los hombros y fue a abrir. En el umbral estaba él: su exmarido, Andrés.

¿Tú? exclamó ella, entrecerrando los ojos. ¿Qué quieres?

Necesitamos hablar. ¿Puedo pasar? dijo con una sonrisa falsa. Al fin y al cabo, no soy un extraño aquí.

María dio un paso atrás, sin entusiasmo. Andrés entró, se dirigió al salón, se sentó en el sofá y miró alrededor.

Parece que nada ha cambiado murmuró. Ni una reforma, ni un mínimo de comodidad. Como si el tiempo se hubiera detenido.

A mí me gusta así. ¿Has venido a inspeccionar? ¿O quizás quieres patrocinar algo de pintura y yeso?

Hacía tiempo que ya no le temía a ser directa con él. Antes, sí, aguantaba, tragaba saliva, callaba ante sus comentarios. ¿Pero ahora? ¿Para qué? Eran desde hace años extraños, si no enemigos. Y su hija, Ana, ya era mayor: vivía su propia vida y apenas hablaba con ellos.

Huele bien cambió de tema abruptamente Andrés. ¿Estás cocinando? ¿Me invitas?

María rió para sus adentros. Sabía que hacía unos meses se había separado de su nueva esposa, la misma Juana por la que abandonó a la familia hace año y medio.

Aquel atardecer quedó grabado en su memoria. Andrés llegó del trabajo y, en silencio, empezó a recoger sus cosas.

Se acabó, me voy. Tengo una aventura desde hace tiempo. Lo sabías, pero fingías no verlo. Estoy harto.

María se quedó inmóvil, sin creerlo. Pero lo sabía. Juana, la becaria de veinte años de la oficina de Andrés, le había vuelto la cabeza en semanas. La mejor amiga de María, que trabajaba en la misma empresa, le había contado todo. Pero ella, tragando orgullo, decidió no destruir la familia por un capricho pasajero. Creía que se le pasaría. No se le pasó.

Andrés se fue, alquiló un piso y presentó los papeles del divorcio. Como “hombre honorable”, renunció a su parte del piso compartido.

Quédate tú con Ana. No necesito nada.

María lloró noches enteras. Intentó convencerle de volver. Pero él permaneció frío y satisfecho.

Al fin estoy enamorado contestó. Esto es real. Entre nosotros solo había vacío.

En aquellos días difíciles, solo su suegra, Violeta Domínguez, la apoyó. Ya estaba enferma, y María la ayudó como pudo: con los médicos, en la casa, en la farmacia. Andrés aparecía poco; tenía “una nueva familia”.

Violeta tomó abiertamente el lado de María. Se decepcionó de su hijo, ya no quería verlo. Luego murió. María estuvo a su lado hasta el último momento, organizó el entierro. Andrés solo apareció en el velatorio.

Dos semanas después del funeral, se supo del testamento. Su madre dejó el piso… no a él, sino a María.

¡Te has ganado su favor! ¡Le diste de comer, te hiciste la santita! ¡Actriz! gritó Andrés entonces.

María calló. La elección había sido de su suegra.

Miró hacia la ventana, donde se reflejaba la luz pálida de la luna, y comprendió que al fin podía respirar tranquila.

**Lección:** A veces, las puertas que se cierran nos enseñan que nunca debimos permitir que ciertas personas cruzaran el umbral.

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Esta puerta no es para ti: una historia de amor, traición y herencia