**Diario de un hombre en busca de su familia**
No solo a las mujeres les cuesta encontrar estabilidad en el amor, también a los hombres. Yo, Javier, soy uno de ellos. A mis treinta y ocho años, me pregunto: ¿qué falla en mí?
He estado casado dos veces, aunque solo una de forma oficial. La segunda fue una relación sin papeles. Nada salió bien. ¿Dónde está mi felicidad? ¿Por qué me esquiva? ¿Será que busco en el lugar equivocado o que las mujeres que encuentro no son las adecuadas?
Soy un tipo bondadoso. Siempre quiero ayudar, proteger a los demás. Hasta mis amigos me dicen:
Javi, deberías ser un hada madrina. No hay suficiente bondad en el mundo para tanta gente.
Pero así soy. Vivo con mis padres en un pueblo de Castilla, en una casa grande con terreno. Soy manitas: soldador, conductor, carpintero, arreglo lavadoras y hasta entiendo de electricidad. En el pueblo, siempre me buscan. Además, trabajo a turnos en una fábrica. Gano bien. Pero cuando vuelvo a casa a descansar, los vecinos aparecen con mil encargos.
Hijo, ¿por qué eres tan blando? se queja mi madre. Vienes a descansar y acabas trabajando. Allá te matas y aquí ni un respiro.
Madre, la gente necesita ayuda.
La gente es lista, hijo. Les haces favores gratis y se aprovechan. Podrían pagar a otro, pero ¿para qué, si tú no cobras?
Bueno, no me quita nada respondo siempre.
A los veintidós, me casé con Lola. Era dos años más joven, guapa y vivaracha. A mi madre no le caía bien.
Una esposa debe ser tranquila y recatada, no como esa Lola. Con solo veinte años, ya ha visto de todo. Y tú, tras un mes de relación, corriendo al registro. ¿Quién te empujó?
Madre, nada te parece bien. Lola es justo lo que necesito: activa, porque yo no lo soy. Hay hombres más espabilados, pero yo
Bueno, no digo más suspiraba ella. Pero después no me cuentes. Podrías haberte fijado en Lucía, la vecina. Es callada, hacendosa, no sale por las noches
Vivíamos en casa de mis padres, aunque teníamos entrada independiente. Cuando yo me iba a trabajar, Lola empezaba su vida social. Esperaba a que mis padres se acostaran y salía sigilosamente, evitando la puerta principal para que no la vieran. Se iba de fiesta al bar del pueblo, y a veces algún chico la acompañaba a casa.
Una noche, mi madre se puso mala. Mi padre fue a buscar a Lola, pero no estaba. Al día siguiente, mi padre la confrontó:
¿Dónde te metes por las noches? ¿Crees que no nos damos cuenta?
Estaba durmiendo mintió ella, sin saber que mi padre había ido a la una de la madrugada.
No mientas. Vine y no estabas.
¿Y qué querías a esas horas? Cuando Javier vuelva, se lo contaré.
Tu suegra estaba enferma. Necesitábamos ayuda.
¡Ah! Fui a ver a mi madre, que también estaba mala. Estuve con ella hasta las tres.
Mis padres no me dijeron nada, pero una vez volví antes de lo esperado. Llegué tarde y, al tocar la ventana, tardó en abrir. Escuché ruidos y vi a un hombre salir por la cocina.
¿Quién era? pregunté severamente.
Nadie. ¿Qué más da?
No sabía que eras así. El marido fuera, la mujer de juerga
Al día siguiente, Lola se fue con sus cosas. Pedí el divorcio.
¿Ves? Te lo dije refunfuñó mi madre.
Ya pasó.
Poco después, Lola me dijo que estaba embarazada:
¿Aborto o lo tengo? Es tuyo.
Si es mío, tendrás mi ayuda.
Y así, llevo nueve años pagando la manutención de Dani. Si necesita algo, Lola viene corriendo:
¡Los zapatos están rotos! ¡Necesita ropa nueva!
Siempre le doy dinero. Mi madre protesta:
Eres un ingenuo. Ese niño ni siquiera se parece a ti.
Ella dice que es mío. No lo abandonaré.
Tras separarme de Lola, conocí a Ana, una mujer de un pueblo cercano que criaba sola a su hija. La ayudé, aunque no nos casamos. Vivíamos en mi casa y se llevaba bien con mis padres.
Ana es estupenda decía mi madre. Trabaja duro, ordeña las vacas
Estuvimos juntos diez años hasta que un día Ana dijo:
Mi madre está enferma. Me voy a cuidarla.
¿Quieres que vaya contigo?
No, luego te aviso.
La visitaba, le daba dinero Hasta que un amigo me dijo:
Javi, ¿sabes que Ana te engaña? Hay otro hombre en su casa.
No lo creí, pero fui sin avisar y lo vi con mis propios ojos. Otra vez lo mismo.
¡Qué crédulo eres! se lamentaba mi madre. Confía, pero verifica.
Al final, me convenció de darle una oportunidad a Lucía, la vecina. No era una belleza, pero era hogareña y trabajadora. Empezamos a hablar. Me traía empanadas, cocinaba de maravilla Me di cuenta de que era la mujer ideal. Callada, fiel. Nunca saldría de noche.
Nos casamos. Resulta que nunca se había casado porque me quería desde la escuela.
Lucía, podríamos haber estado juntos hace años me quejé.
Ella sonrió:
Aún tenemos tiempo, Javi. Solo tengo treinta y dos.
Mi madre y la suya, ya amigas, ahora son familia. Las dos felices.
**Lección aprendida:** A veces, la felicidad está más cerca de lo que crees, pero la ceguera del corazón nos hace buscarla en el lugar equivocado.