¡Eres muy independiente! le dijeron sus padres, mientras en secreto le regalaban un piso de tres habitaciones a su hermana pequeña.
Ana paseaba por el centro comercial con el carrito de la compra cuando alguien la llamó:
¡Ana! ¡Hola!
Se giró y vio a Marisa, una amiga de su hermana. Sonreía de oreja a oreja y se acercó para abrazarla.
¿Qué tal? Oye, quería preguntarte, ¿qué le puedo regalar a Lidia por la casa nueva? ¡El piso es una pasada, tres habitaciones en pleno centro!
¿Qué casa nueva?
El carrito se detuvo solo.
¡Vamos, que se muda al piso de la abuela! Dice que sus padres se lo han regalado. ¡Qué suerte tiene tu hermana!
Ana sintió que algo se le encogía por dentro. Sus padres llevaban tres años alquilando ese piso, hasta conocía a los inquilinos.
Y, en secreto, había esperado que algún día lo vendieran, repartieran el dinero y ella pudiera saldar pronto su hipoteca.
¿Ya se ha mudado?
No, aún está preparándose. Pero la semana que viene celebra el piso nuevo.
Una hora después, Ana estaba ante la puerta del pequeño apartamento de Lidia en las afueras. El timbre no funcionaba, así que llamó con los nudillos.
¿Ana? Lidia abrió la puerta con un mono de trabajo, la frente sudorosa y un trapo en la mano. ¿Has venido sin avisar?
Me acabo de cruzar con Marisa, preguntándome qué regalarte por la casa nueva.
El trapo cayó al suelo. Lidia lo recogió rápido, se secó las manos y retrocedió hacia dentro.
Espera un segundo, voy al baño.
La puerta del baño se cerró, pero la acústica del edificio era pésima. Ana oyó claramente:
¿Mamá? Ana se ha enterado de lo del piso Sí, ha venido a casa ¿Qué hago?
Ana miró alrededor. Cajas por todos lados: “Vajilla”, “Libros”, “Ropa”. En el sofá, un montón de documentos.
Lidia salió del baño con expresión tensa.
Mira, no montes un drama por el piso. Ya eres mayor, tienes tu propia casa.
Lidia, has recibido casi 300.000 euros. ¡Así, sin más!
¿Y qué? Me lo regalaron, lo acepté. ¿Tú lo habrías rechazado?
Quizá no. Pero no le habría mentido a mi hermana.
¡No mentí! Solo no lo dije.
¿Y qué más da?
Lidia se sentó en el sofá, cubriéndose la cara con las manos.
Ana, ¿qué quieres? ¿Que devuelva el piso? Ya he contratado al arquitecto para reformarlo.
No quiero nada. Solo sé ahora qué lugar ocupo en esta familia.
¡Por favor! Tú eres fuerte, independiente. Yo estoy casada, Marcos perdió el trabajo, lo necesitábamos más.
¿Marcos perdió el trabajo? ¿Cuándo?
Pues el año pasado. Se lo contamos a los padres y decidieron ayudarnos.
Ana asintió lentamente. Hasta mintieron a sus padres para justificarse.
¿Y mi hipoteca hasta los cincuenta también la tuvisteis en cuenta al decidir quién lo necesitaba más?
¡Ana, basta ya! El piso es mío, punto. No hay que contar lo ajeno.
Ana dio media vuelta hacia la puerta.
¿Te vas así? ¿Ofendida y ya está?
No estoy ofendida, Lidia. Simplemente te conozco mejor.
En casa, Ana llamó a su madre.
Mamá, tenemos que hablar.
Lidia ya me lo ha contado. ¿Por qué te complicas la vida? Te lo regalaron, y punto.
¿Recuerdas cuando dijiste que, al vender el piso de la abuela, repartiríais el dinero?
Lo dije Pero las cosas cambiaron. Lidia tiene familia, Marcos tiene problemas con el trabajo.
¿Y mi hipoteca no es un problema?
Tú solucionas las cosas sola. Eres muy fuerte.
Media hora después, llamó su padre.
Hija, no te preocupes. Fue un malentendido.
¿Malentendido, papá? Tres años mirándome a la cara y dándome falsas esperanzas.
Bueno pensamos que lo entenderías. Tú eres independiente.
Sí. Independiente. Por eso puede pagar 1.500 euros al mes sin quejarse.
La comida del domingo en casa de sus padres era sagrada. Ana llegó como siempre. Su hija Sonia jugaba con la tablet, el marido de Lidia, Marcos, contaba chistes, su madre revoloteaba entre ollas.
Todos fingían que nada había pasado.
Lidia y yo estamos pensando en comprar otro piso dijo Marcos, sirviendo ensalada. En una promoción nueva. Tenemos el depósito inicial, alquilaremos el de la abuela.
Ana dejó el tenedor en el aire.
¿Alquilarlo? ¿Y la fiesta de la casa nueva?
Cambiamos de planes Lidia cortó carne sin levantar la vista. El centro es ruidoso, no hay parking. Buscaremos algo más moderno.
El tenedor tintineó contra el plato.
¿Le regalasteis un piso de 300.000 euros para que se compre otro?
Su padre se atragantó con el refresco. Su madre se giró bruscamente:
¿Qué tiene de malo? Los jóvenes tienen que progresar.
Mamá, ¿yo soy vieja? Tengo hipoteca hasta los cincuenta.
¡Tú elegiste pedir el crédito!
Ana se levantó de la mesa.
Sonia, nos vamos.
¡Pero no habéis terminado! protestó su madre.
Ya hemos comido todo. Hace mucho.
En el recibidor, mientras se ponía el abrigo, Ana vio la puerta del dormitorio entreabierta. Sobre la mesilla, un montón de documentos. Encima, el contrato de donación.
Miró la fecha: 15 de marzo de 2021.
En el coche, Sonia preguntó:
Mamá, ¿por qué nos hemos ido?
Porque los adultos a veces mienten. Y no quieren admitirlo.
En casa, Ana abrió su móvil y encontró una foto de su propia fiesta de casa nueva. Una vela en la mesa, una botella de vino barato, la leyenda: “¡Por fin en casa!”.
15 de marzo de 2021.
El mismo día en que ella celebraba sola sus cuarenta metros cuadrados, toda la familia firmaba ante el notario los 300.000 euros para Lidia.
Ahora sabía exactamente cuánto valía en esa familia.
Durante una semana, sus padres la llamaron sin parar. Ana no contestó. Hasta que llegó un mensaje de su madre:
“¿Te has vuelto loca? ¡Por dinero rompes la familia!”
Mamá, no la rompo. Solo dejé de fingir.
¿Fingir qué?
Que teníais dos hijas. Y no una querida y otra cómoda.
Un mes después, sus padres pidieron verse. Cafetería, caras serias.
Ana, hemos hablado y decidimos empezó su padre con solemnidad. Te daremos para la hipoteca. 50.000 euros.
¿De dónde los sacáis?
Lidia los prestará del alquiler dijo su madre.
Ana removió lentamente el café. Así que hasta esas migajas venían por caridad de Lidia.
No los quiero.
¿Cómo que no? se sorprendió su madre. ¡Tú querías ayuda!
¡Quería honestidad! ¡No limosnas!
Al día siguiente, Ana salió del grupo familiar y eliminó los números de sus padres de favoritos. Por la noche, Sonia preguntó:
Mamá, ¿por qué ya no vamos a casa de los abuelos?
Porque decidieron que nos bastamos solas.
¿Y es verdad?