Cuando su hija Lucía nació, Andrés y Marta estaban rebosantes de felicidad. Pero pronto, el extraño comportamiento de su golden retriever, Canela, empezó a empañar esa alegría.
El punto de inflexión llegó cuando Marta descubrió que estaba embarazada. Canela, al parecer, ya lo había intuido. Durante todo el embarazo, no se separó de su dueña, protegiéndola como una sombra fiel.
Tras el nacimiento de Lucía, la vida parecía perfecta. Pero cuando Marta tuvo que regresar a la universidad, su amiga Silvia se encargó de cuidar a la niña. Aunque parecía de confianza, Canela mostró desconfianza al instante. Gruñía si Silvia se acercaba demasiado al bebé y le bloqueaba el paso.
La tensión escaló cuando Silvia afirmó que el perro la había atacado. Preocupados, Andrés y Marta revisaron las grabaciones de seguridad y quedaron horrorizados. Silvia había colocado una cámara oculta y hablaba por teléfono con un hombre que le daba órdenes. Canela, protectora, se había tumbado sobre la niña.
La policía intervino. Se descubrió que Silvia formaba parte de una red internacional de tráfico de menores. Gracias al instinto de Canela, Lucía fue salvada a tiempo.
Tiempo después, Marta detectó irregularidades en los documentos de una fundación. De nuevo, Canela reaccionó: justo cuando apareció en pantalla el nombre sospechoso de una empresa, ladró con fuerza. Las investigaciones desmantelaron una red de blanqueo de dinero vinculada al caso anterior.
Canela se convirtió en una heroína silenciosa. Una organización internacional de protección animal le otorgó un premio por su lealtad excepcional. En la casa de la familia cuelgan tres fotos: una de Canela bañada por el sol, un retrato familiar en el jardín y un marco con una cita:
*”Los verdaderos ángeles de la guarda no tienen alas, sino patas.”*
Marta sigue escribiendo en su diario. En la primera página se lee:
*”Canela fue nuestra luz cuando estábamos perdidos en la oscuridad.”*