«Este no es mi hijo»dijo el millonario antes de ordenar a su esposa que tomara al bebé y se marchara. Si él supiera…
«¿Quién es este?»preguntó Javier Martín con una voz fría como el acero en el instante en que Lucía cruzó el umbral, abrazando al recién nacido. En su mirada no había ni alegría ni ternura, solo un destello de irritación. «¿De verdad crees que voy a aceptar esto?».
Acababa de regresar de otro viaje de negocios: contratos, reuniones, vuelos interminables. Toda su vida se había convertido en una sucesión de salas de espera y mesas de conferencias. Lucía lo sabía desde el principio, incluso antes de casarse, y lo había aceptado.
Se conocieron cuando ella tenía diecinueve años: una estudiante de primer año de medicina y un hombre de esos que alguna vez había imaginado en su diario de adolescenteexitoso, seguro, inquebrantable. Una roca tras la cual refugiarse. Con él, creía Lucía, estaría a salvo.
Pero ese día, que debería haber sido uno de los más felices, se convirtió en una pesadilla. Javier miró al bebé, y su rostro se transformó en el de un extraño. Vaciló un instante antes de que su voz cayera como una espada.
«Míralo bienno hay un solo rasgo mío. Este no es mi hijo, ¿me oyes? ¿Crees que soy tonto? ¿Qué juego es este? ¿Pretendes engañarme?».
Las palabras la azotaron como un látigo. Lucía se quedó paralizada, con el corazón latiendo con fuerza en su garganta, la cabeza zumbando por el miedo. El hombre al que lo había entregado todo la acusaba de traición. Lo había amado con toda su alma, había renunciado a sus sueños, a sus ambiciones, a su vida anteriorsolo por ser su esposa, darle un hijo, construir un hogar. Y ahora le hablaba como a un enemigo.
Su madre se lo había advertido.
«¿Qué ves en él, Lucía?»decía Carmen. «Es el doble de tu edad. Ya tiene un hijo. ¿Por qué quieres ser madrastra? Encuentra a alguien de tu edad, un compañero de verdad».
Pero Lucía, ciega por el primer amor, no escuchó. Para ella, Javier no era solo un hombreera su destino, la protección que siempre había anhelado. Criada sin padre, deseaba un marido fuerte y seguro, un pilar para la familia que finalmente podría llamar suya.
La cautela de Carmen era comprensible: para una mujer de su edad, Javier habría sido un igual, pero nunca un compañero para su hija. Para Lucía, sin embargo, él era la felicidad. Se mudó a una casa espaciosa y bien amueblada y comenzó a soñar.
Por un tiempo, la vida pareció perfecta. Lucía continuó sus estudios en la universidad, cumpliendo en parte el sueño frustrado de su madreCarmen también había querido ser médica, pero un embarazo precoz y un hombre poco fiable truncaron ese camino. Criando a su hija sola, dejó en ella un vacío que empujaba a Lucía hacia la promesa de un «verdadero» hombre.
Javier llenó ese vacío. Lucía soñaba con un hijo, con una familia completa. Dos años después de la boda, descubrió que estaba embarazada. La noticia la iluminó como la luz de la primavera.
Su madre se alarmó:
«Lucía, ¿y tu carrera? ¿Vas a dejarlo todo? ¡Has trabajado tanto!».
La preocupación era justificadala medicina exige sacrificios: exámenes, prácticas, estrés constante. Pero frente a lo que crecía en su vientre, nada más importaba. Un hijo lo era todo.
«Volveré después de la baja maternaldijo en voz baja. Quiero más de uno. Dos, quizás tres. Eso llevará tiempo».
Esas palabras encendieron una alarma en el corazón de Carmen. Sabía lo que era criar a un hijo sola. «Ten tantos hijossolía decircomo puedas sostener si el marido se va». Y ahora su peor presentimiento estaba en la puerta.
Cuando Javier echó a Lucía como a un estorbo, algo se rompió en Carmen. Abrazó a su hija y al nieto, su voz temblaba de rabia:
«¿Se ha vuelto loco? ¿Cómo pudo hacer esto? ¿Dónde está su conciencia? Te conozconunca lo habría traicionado».
Pero todas las advertencias y años de consejos se estrellaron contra la obstinada fe de Lucía en el amor. Todo lo que Carmen podía decir ahora sonaba amargo y simple:
«Te lo dije. No quisiste verlo».
Lucía no tenía fuerzas para discutir. La tormenta interior solo dejaba dolor. Había imaginado otra recepción: Javier tomando al niño en brazos, agradeciéndole, abrazándoloslos tres, por fin, una familia. En cambio, recibió frialdad, ira, acusaciones.
«¡Fuera, traidora!gritó él, abandonando toda decencia. ¿Con quién estuviste? ¿Crees que no lo sé? ¡Te lo di todo! Sin mí, estarías hacinada en una residencia, estudiando medicina, trabajando en un dispensario olvidado por Dios. No sabes hacer nada. ¿Y encima traes un hijo ajeno a mi casa? ¿Debo aguantarlo?».
Lucía, temblorosa, intentó hacerle entrar en razón. Le suplicó, le juró que estaba equivocado, le pidió que reflexionara.
«Javier, recuerda cuando trajiste a tu hija a casa. Tampoco se parecía a ti al principio. Los niños cambianlos ojos, la nariz, los gestos aparecen con el tiempo. Eres un hombre adulto. ¿Cómo no lo entiendes?».
«¡Mierda!cortó él. Mi hija era idéntica a mí desde el primer día. Este niño no es mío. Recoge tus cosas. ¡Y no esperes ni un céntimo!».
«Por favorsusurró Lucía entre lágrimas. Es tu hijo. Haz una prueba de ADNlo demostrará. Nunca te mentí. Solo te pido que creas un poco».
«¿Correr por laboratorios y humillarme? ¿Crees que soy tan ingenuo? ¡Se acabó!».
Se hundió en su certeza. Ni súplicas ni razones ni recuerdos de su amor lograron penetrarla.
Lucía recogió sus cosas en silencio. Tomó al niño, echó un último vistazo a la casa que quiso convertir en hogar y dio un paso hacia lo desconocido.
No tenía adónde ir, excepto a casa de su madre. Apenas cruzó el umbral, las lágrimas brotaron.
«Mamá fui una tonta. Tan ingenua. Perdóname».
Carmen no lloró.
«Basta. Tienes un hijolo criaremos. Tu vida recién comienza, ¿me oyes? No estás sola. Recupérate. No dejarás la universidad. Yo te ayudaré. Lo lograremos. Para eso están las madres».
Las palabras se agotaronsolo quedó gratitud. Sin las manos firmes de Carmen, Lucía se habría derrumbado. Su madre alimentó y meció al bebé, se levantó de noche, sostuvo el hilo frágil que devolvió a Lucía a la universidad y la guió hacia una vida nueva. No se quejó, no reprochó, no dejó de luchar.
Javier desapareció. Sin pensión, sin llamadas, sin interés. Como si sus años juntos hubieran sido un sueño febril.
Pero Lucía seguía en piey ya no estaba sola. Tenía un hijo. Tenía a su madre. Y en ese mundo pequeño pero real, encontró un amor más profundo que aquel por el que una vez corrió.
El divorcio cayó sobre ella como un derrumbe. ¿Cómo podía un futuro construido con tanto esfuerzo convertirse en cenizas en un instante? Javier siempre tuvo un carácter difícilcel