“Oye, mírala se cree que va a llegar lejos. Pobrecilla, con ese maletín hecho polvo.” Carmen escuchó esos comentarios mientras apretaba con más fuerza su maletín gastado. No era de marca ni reluciente, pero para ella era su tesoro, el símbolo de sus sueños. Quería ser empresaria, aunque no tenía un techo fijo, ni un duro en el bolsillo, ni siquiera un sitio donde dormir cada noche.
Un día, se enteró de un evento en Madrid donde los grandes empresarios del país compartían ideas para emprender. “Voy a ir”, pensó. Llegó con su ropa humilde y su maletín en la mano. La gente se rio, cuchicheó y la miró con desdén.
Aun así, caminó con decisión hacia el escenario.
Quiero decir algo pidió. El presentador la cortó en seco:
No vamos a permitir que alguien sin recursos arruine nuestro acto.
Entonces, un empresario importante, Don Ramón, se levantó:
Si ha tenido el valor de presentarse aquí, merece ser escuchada.
Le pasaron el micrófono. Carmen respiró hondo, abrió su maletín y sacó un papel doblado con cuidado.
Hace meses tuve una idea. Un coche como nadie ha visto antes y sé cómo hacerlo realidad.
Don Ramón examinó los bocetos y se quedó boquiabierto.
Esto es más revolucionario que todo lo que hemos visto hoy.
La invitó a comer, escuchó su historia y, antes de que acabara el día, firmaron un contrato. En menos de un año, Carmen era la dueña del concesionario más importante de Barcelona. Nunca abandonó su viejo maletín: le recordaba sus orígenes.
Acuérdate: muchos juzgarán por las apariencias, otros se reirán de lo que no comprenden, y habrá quien quiera cerrarte las puertas antes de dejarte hablar. Pero si crees en tu proyecto y tienes el coraje de defenderlo, llegará el día en que esas mismas voces que te subestimaron serán testigos de tu triunfo y tú, con la cabeza bien alta, sabrás que nunca permitiste que nadie apagara tu sueño.
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