Un estudiante pobre, desesperado, se casa con una mujer adinerada de 76 años, y una semana después ella le hace una propuesta insólita

**Diario de un hombre al borde del abismo**
A mis veintitrés años, apenas podía mantenerme en pie. La vida se había convertido en una batalla sin fin: mi madre, gravemente enferma, llevaba años sin trabajar, y mi hermana pequeña necesitaba cuidados constantes comida, ropa, estudios. Todo el peso recaía sobre mí. Trabajaba como repartidor, cargador, daba clases particulares a otros estudiantes pero el dinero nunca alcanzaba.
Las deudas crecían, los intereses ahogaban, y cada noche me preguntaba: «¿Hasta cuándo podré aguantar?».
Un día, un amigo me presentó a una mujer extraordinaria. Isabel, de setenta y seis años, conservaba una lucidez, un humor y una elegancia que desafiaban el tiempo. Era millonaria, acostumbrada al lujo, pero también a la soledad. Desde el primer café, supe que no era una anciana cualquiera: escuchaba, observaba, valoraba.
Cuando me propuso matrimonio, pasé noches en vela. El corazón dudaba; la razón, más aún. Pero al ver a mi madre postrada, a mi hermana pidiendo material escolar di el paso. «Unos años a su lado me dije, y mi familia estará a salvo».
La boda fue discreta. Una semana después, nuestra vida en aquella mansión de Madrid era fría, distante. Dormíamos en habitaciones separadas, compartiendo apenas desayunos y cenas. Hasta que una noche, me llamó a su despacho.
Isabel me miró por encima de sus gafas, seria. «No tengo herederos dijo. Y sé por qué te casaste conmigo: necesitabas dinero, no a mí». Intenté hablar, pero alzó la mano. «No te juzgo. Al contrario, admiro tu honestidad. Por eso te ofrezco un trato: quédate a mi lado hasta que muera. Para el mundo, seremos marido y mujer, pero no exijo amor ni intimidad. Solo fidelidad. Ni una infidelidad, ni un escándalo. Si sospecho, no verás un euro».
Hizo una pausa, y añadió con voz firme: «Y no desees mi muerte. Si algo parece sospechoso, tu herencia irá a caridad. No quiero un asesino, sino compañía».
Quedé en silencio. Alivio por no compartir su cama, miedo por las condiciones y algo más: respeto. Ella lo había calculado todo. «Piénsalo concluyó. Tendrás más de lo que soñaste si superas la prueba del tiempo».
Ahora, la decisión pesa más que nunca. No solo es el futuro de mi familia es el mío.
**Lección aprendida:** A veces, los pactos más fríos son los que más nos calientan el alma. Pero ¿a qué precio?

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MagistrUm
Un estudiante pobre, desesperado, se casa con una mujer adinerada de 76 años, y una semana después ella le hace una propuesta insólita