**19 de octubre, Madrid**
Tenía 39,5 de fiebre, dolor en todo el cuerpo, la garganta como si me la hubieran raspado con lija y la cabeza a punto de estallar. Solo quería dormir un poco, arropada con la manta, para olvidar aunque fuera unos minutos aquel sufrimiento.
Dormía con aquella fiebre cuando mi suegra me tiró un cubo de agua fría y me ordenó levantarme a recibir a los invitados. Fue entonces cuando lo hice.
Al principio, soñaba con pesadillas extrañas: caminaba por un barrizal mientras alguien me arrastraba hacia lo profundo. De repente, el agua helada me golpeó la cara. Jadeé, abrí los ojos a duras penas y vi su silueta sobre mí.
¡¿Todavía durmiendo?! su voz áspera me taladró los oídos.
Era mi suegra, Carmen. Su rostro, frío como una estatua; los labios, apretados en una línea blanca. Me miraba como si me hubiera pillado robando.
¡Levántate! casi gritó. ¡Los invitados llegarán en una hora! ¡Todo tiene que relucir! ¡Arregla la mesa y deja de vaguear!
Intenté hablar, pero apenas tenía fuerzas. Me incorporé con dificultad, temblando, mientras me secaba el agua de la cara.
Dormía con 39,5 cuando mi suegra me tiró agua fría y me obligó a levantarme. Fue entonces cuando lo hice.
Mamá tengo casi cuarenta de fiebre No puedo ni levantar la cabeza mi voz sonó débil.
Pero ella solo hizo un gesto de desprecio.
¡Bah, exageras! Todos nos ponemos malos. Yo también he trabajado enferma. ¡No me avergüences delante de la familia!
Algo se rompió dentro de mí. Sus palabras no eran solo crueles, sino indiferentes, tan frías como el agua que acababa de arrojarme.
Y entonces lo hice. Después, mi suegra rogó perdón, pero ya me daba igual.
Me levanté de la cama, tambaleándome, el mundo girando. Pasé junto a ella sin decir nada. Agarré el móvil de la mesilla y marqué el 112 delante de sus narices.
¿Servicio de urgencias? Necesito ayuda Tengo casi cuarenta de fiebre, dolor de garganta, no puedo ni pensar Sí, Calle Gran Vía, 24.
Carmen enrojeció de rabia.
¡¿Estás loca?! ¡Viene toda la familia!
Tu familia. Yo tengo una infección. Y esta es mi casa. lo dije claro, sin titubear, por primera vez.
Mientras preparaba mi bolso, ella refunfuñaba en la cocina sobre «nueras desagradecidas». Pero cuando llegó la ambulancia, ya estaba lista. El médico me tomó la temperatura, examinó mi garganta y dijo:
Vamos al hospital. Esto es grave.
Antes de salir, me giré hacia Carmen:
Cuando vuelva, no quiero encontrarte aquí. Ni a ti ni a tus invitados. Y no vuelvas a pisar esta casa sin mi permiso. Nunca.
Abrió la boca para protestar, pero cerré la puerta tras de mí.
**Lección aprendida:** Nunca permitas que nadie, ni siquiera la familia, pase por encima de tu salud. A veces, poner límites duele, pero duele más callar.