**La Venganza**
A sus treinta años, Lucía era conocida por muchos empresarios, con quienes negociaba y mantenía reuniones. Creía que en los negocios todos los medios eran válidos, incluso aprovechaba su encanto femenino para lograr sus objetivos. Con algunos socios, mantenía relaciones más íntimas que las meramente profesionales. Avanzaba sin miramientos por su camino.
Como solía decirle a su amiga:
No me acosté con cualquiera, solo con quienes me interesaban. Sí, quizá no era lo más profesional, pero para una mujer en los negocios no es fácil abrirse paso, este es un mundo de hombres. Aunque cada vez hay más mujeres que ocupan su lugar y se hacen valer.
No sé, Lucía, yo no podría. Yo trabajo en una oficina, los jefes toman las decisiones por mí. Estoy conforme. Pero lidiar en los negocios ni me lo imagino. Una mujer debe tener carácter, y firme. Tú sí lo tienes decía Elena, apoyando a su amiga.
Sabes, Elena, cuando empecé en esto, me encontré con mil obstáculos. No confían en las mujeres. Un viejo conocido me dijo sin rodeos cuando le propuse colaborar: “Una mujer puede triunfar en los negocios si encuentra el enfoque correcto”. Y así, Alberto se convirtió en mi primer socio especial.
¡Ay, Lucía! ¿Cómo te atreviste? A mí me parece imposible cruzar esa línea respondió Elena, entre asombrada y preocupada.
Elenita, con él aprendí que se pueden separar los sentimientos de los negocios. Con algunos, la satisfacción no es inmediata, sino que llega después, cuando ves crecer tu empresa explicaba Lucía, cada vez más pragmática.
Su empresa prosperaba. Necesitaba un informático talentoso, alguien que al principio no podía permitirse contratar. Finalmente, apareció un joven de veinticinco años respondiendo a un anuncio. Al principio dudó, pero en la entrevista demostró ideas brillantes. Javier era un chico agradable, con gran potencial, aunque con poca experiencia.
Buenos días saludó él, sonriendo al entrar en su despacho.
Buenos días, Javier. Siéntate. Hablaremos de tus responsabilidades. Te contrato con dos semanas de prueba. Si no metes la pata, te quedarás. Pero tengo una condición dijo Lucía, mirándolo fijamente.
Javier arqueó las cejas.
¿Y cuál es?
No esperes un sueldo alto por ahora. Si aceptas, empiezas hoy.
De acuerdo respondió él, serio.
Lucía lo observó. Era buen profesional, pero su juventud a veces le jugaba en contra: no sabía imponerse a las empleadas ni a los gerentes, era demasiado blando.
Sus “reuniones atípicas” solían ser en su oficina. Era práctico: cerrar tratos y, de paso, otros asuntos. Por eso, sus socios especiales llegaban al final de la jornada, cuando todos se marchaban.
Pero una vez, en medio de una de esas citas, Javier entró con unos documentos. Lucía no sabía que se había quedado trabajando horas extras. Por suerte, todo había terminado: ella se abrochaba la blusa, y su socio disfrutaba de una copa de vino.
Perdón, no sabía Pensé que estabas sola balbuceó Javier, saliendo rápidamente.
Lucía, ahora todo tu equipo sabrá de nosotros. A mí no me conviene esa publicidad murmuró el hombre, molesto.
Pero Lucía lo tranquilizó, asegurando que Javier guardaría silencio. Al día siguiente, lo llamó a su despacho.
Javier, espero que lo de ayer quede entre nosotros.
Pensó en ofrecerle un aumento, pero otra idea la tentó. No tuvo que insistir mucho; él lo entendió al instante. Para su sorpresa, a pesar de su juventud, Javier era hábil. La intimidad con Lucía lo entusiasmó tanto que ella tuvo que moderarlo.
Javi, esto queda en secreto. No quiero que los demás piensen que tienes privilegios. ¿Entendido?
Claro, jefa y empleado
Su relación duró tres años. Ambos aprendieron el uno del otro, pero con el tiempo, Lucía empezó a sentirse arrastrada.
Javier sospechaba de sus socios “especiales” y se peleaban por celos. Últimamente insistía:
Lucía, deberíamos formalizar esto, casarnos.
Pero a ella no le atraía la idea.
Javi, relaciones son relaciones, pero no te amo. ¿Cómo voy a casarme sin amor? Al principio había atracción, pero se apagó confesó sin filtros.
Al día siguiente, encontró su renuncia sobre su mesa. Así terminó todo.
Durante un año y medio, su negocio prosperó, hasta que empezaron las señales de alarma. Varios socios importantes cancelaron contratos.
Nada personal, Lucía. Simplemente, otra empresa ofrece mejores condiciones le dijeron.
Vaya, tengo competencia pensó.
Tres meses después, perdió más clientes. Sus ingresos caían en picado.
Hay que averiguar qué pasa, o me arruinaré se dijo, decidida.
Nadie quería hablar, hasta que un exsocio, Adrián, le soltó la verdad:
Investigué a la competencia. No tienen historial negativo, pero conocen todos los contactos, precios y detalles. ¿Cómo? Porque Javier, tu exempleado, está detrás.
Lucía quedó helada.
Así que me está vengando. Se llevó nuestras bases de datos, manipulo los correos ¡Y conoce a todos mis socios especiales! Los convenció de trabajar con él cayó en la cuenta. Debo hablar con él.
Fue a su oficina sin avisar.
Hola, Javier. No pensé que caerías tan bajo. ¿Por qué esta venganza?
No es venganza. Te propongo fusionar nuestras empresas dijo él, mirándola fijamente. Y, claro, retomar lo nuestro, pero bajo mis condiciones. Yo dirigiré, tú serás mi adjunta. Así mantendremos a tus clientes. Te amo, Lucía. Decídete.
Su tono era tan frío que parecía un trámite más.
Ella, aturdida, pidió tiempo para pensarlo. Una semana después, volvió con su respuesta.
Vendo mi empresa. Ni fusiones ni relaciones contigo. Eso quedó atrás. Ahora tengo a mi lado a un hombre fuerte, que construye desde cero, no roba bases de datos ni se rebaja a vengarse. Y no dudes de que, con él, levantaré otro negocio. Solo no entiendo ¿Para qué perder el tiempo en rencores?
Dio media vuelta y se marchó, dejando a Javier en silencio.
Con el apoyo de su marido, Rodrigo, Lucía resurgió en los negocios. Tuvo un hijo, evitó errores pasados y, por fin, encontró el hombro fuerte que siempre quiso.