Mi suegra vino de visita, y después de que se fue, el perro empezó a gruñir y a escarbar el suelo: empecé a cavar donde ladraba y encontré algo horrible
Mi marido y yo vivimos en el campo, tranquilos y en paz. Él trabaja en una granja, yo me encargo del huerto y de la casa. Mi suegra vive en Madrid con su hijo menor, y la verdad, nunca hemos tenido buena relación. Desde el primer día, no me aceptó. Me lanzaba miradas de desprecio y comentarios sarcásticos. Pero aguanté. Por mi marido. Además, la distancia hacía que nos viéramos poco.
Hace poco, de repente, dijo que quería “escapar del estrés de la ciudad” y vino a pasar una semana con nosotros. Dijo que nos echaba de menos. Yo sospechaba que algo iba mal, pero mi marido insistió.
Desde el primer momento, todo le parecía mal. La sopa estaba demasiado salada, las cortinas sin planchar, y según ella, estaba malcriando a nuestra hija de cinco años. Buscaba pelea constantemente, y al final, hasta consiguió que mi marido y yo discutiéramos. Esa noche, me derrumbé y lloré. Solo quería que se fuera.
Cuando por fin se marchó, respiré aliviada. Pero al día siguiente, algo raro empezó a pasar.
Nuestro perro, Canelo, que siempre ha sido dócil y listo, de pronto se volvió agresivo. Gruñía hacia el jardín vacío, corría en círculos y arañaba la tierra junto a uno de los bancales. Ladraba sin parar y escarbaba con las patas. Intenté apartarlo, pero se negaba. Me miraba fijamente y seguía con su comportamiento extraño.
Al día siguiente, lo mismo. No aguanté más, cogí una pala. El corazón me latía fuerte: un perro no actúa así sin motivo. Algo lo asustaba. Empecé a cavar donde ladraba.
De pronto, la tierra cedió. Me quedé helada. De bajo del suelo sobresalía una bolsa negra, bien atada. Con el corazón en un puño, la saqué.
Dentro había un olor nauseabundo y objetos perturbadores: mechones de pelo, un vestido de niña viejo (¡que no era de mi hija!), una muñeca con la cabeza rota y un paquete de fotos de mi familia con los ojos arrancados.
Un escalofrío me recorrió. Entendí que era algo oscuro, quizá una maldición. ¿Quién podía haber hecho algo así?
Solo había una respuesta: mi suegra. Solo ella había estado en la finca, solo ella pudo cavar el hoyo mientras yo estaba en la cocina o con la niña.
No supe qué hacer. Llevé la bolsa a la iglesia. El cura me dijo que era un “hechizo para destruir familias”.
No suelo creer en estas cosas, pero lo del perro, lo que dijo mi suegra esos días todo encajaba de forma aterradora.
Desde entonces, le prohibí venir a nuestra casa. Se lo conté a mi marido. Al principio no me creyó, pero cuando vio las fotos y la bolsa, se quedó callado mucho rato.
Ahora Canelo duerme junto a la puerta, como si nos vigilara.
No sé qué pretendía mi suegra, pero una cosa es segura: nunca más pisará nuestro hogar.
¿Tú qué crees? ¿Exagero? ¿O hay algo aún más oscuro detrás de esto?