— ¡Mi madre merece celebrar su aniversario en la finca, y tus padres pobres que se larguen mientras tanto! — exclamó el marido

**Diario de un Hombre**
Mi madre merece celebrar su aniversario en la casa de campo, y tus padres pobres que se larguen mientras tanto! gritó el hombre.
La casa de campo, con su tejado inclinado y marcos tallados, se alzaba entre viejos manzanos. A Oliva le había llegado por herencia tras la muerte de su abuela. Allí había crecido, y cada rincón guardaba recuerdos. Ahora, llevaba tres años viviendo en ella con su marido, Sergio.
El cielo de septiembre se tiñó de carmesí al atardecer. En la terraza, Oliva colocaba las tazas para la merienda. Por la puerta abierta, llegaban las voces de sus padres: Pedro Nicolás contaba a su madre cómo había recogido los últimos tomates del invernadero.
Víctora Esteban, mañana habrá que sacar las zanahorias decía el padre, secándose las manos con un trapo. Pronto llegarán las heladas.
Claro, Pedro Nicolás. Oliva, ¿nos ayudas mañana? preguntó la madre a su hija.
Oliva asintió mientras servía el té caliente. Sus padres habían llegado al comienzo del verano y, desde entonces, ayudaban en las tareas. Su padre arreglaba la valla, trabajaba en la huerta; su madre hacía mermelada de grosellas y frambuesas del jardín. La casa se llenó de calidez: pasos sobre suelos de madera, olores a repostería, conversaciones en la cena.
Sergio apareció en la puerta, sacudiendo gotas de lluvia de su chaqueta. Trabajaba como ingeniero en la ciudad y viajaba diariamente en coche.
Pedro Nicolás, ¿cómo va el tejado del cobertizo? preguntó el yerno, sentándose a la mesa.
Habrá que comprar tablas nuevas. Las viejas están podridas respondió el suegro.
Sergio bebió el té en silencio, asintiendo de vez en cuando. Oliva notó que estaba distraído, frunciendo el ceño sin motivo. Cuando sus padres se retiraron, Sergio se quedó junto al televisor, cambiando canales.
¿Ocurre algo? preguntó Oliva una noche, sentándose a su lado.
Nada respondió él, sin apartar la vista de la pantalla.
Oliva no insistió. Los hombres a veces se ponen así, más aún en otoño. Quizá solo estaba cansado.
Pero días después, Sergio cambió. Cuando el padre ofreció ayuda para arreglar el garaje, él rechazó bruscamente. En las cenas, hablaba poco. Víctora Esteban preguntó si estaba enfermo, pero Oliva la tranquilizó.
Una mañana de sábado, mientras sus padres buscaban setas en el bosque, Sergio se acercó a Oliva en la cocina.
Necesito hablar contigo dijo, sentándose.
Oliva secó sus manos y lo miró. Su rostro era serio.
Mi madre cumple sesenta años. Quiere celebrarlo aquí, con familiares y amigos.
Oliva asintió. Su suegra adoraba las fiestas, preparándolas durante días.
¿Qué propones?
Sergio respiró hondo.
Tus padres tendrán que irse. Al menos una semana. Mi madre quiere reorganizar la casa.
Oliva se quedó inmóvil.
¿Irse? ¿Adónde? Esta casa es mía, ellos tienen derecho a estar aquí.
¡Solo unos días! Pueden ir con tu tía o a una pensión. Pagaré todo.
¿Echas a mis padres de su hogar por una fiesta? replicó Oliva, cruzando los brazos.
Sergio enrojeció.
¡Mi madre se lo merece! ¡Tus padres no han logrado nada! ¡Viven de tu caridad!
Oliva sintió que le ardía el rostro.
Repítelo.
¡Mi madre merece esta casa, y tus padres pobres que se vayan! gritó Sergio.
El silencio llenó la cocina. Oliva, con voz firme, respondió:
Mis padres se quedan. Si tu madre quiere su fiesta, que busque otro sitio.
Sergio golpeó la mesa. Una taza se rompió.
¡No lo entiendes! ¡No cancelaremos todo por tus caprichos!
No son caprichos. Es respeto.
¿Y mi madre no merece respeto? vociferó Sergio. ¡Soy tu marido!
Nadie echará a mis padres dijo Oliva, recogiendo los trozos. Jamás.
Sergio salió furioso, gritando:
¡Decide! ¡O ellos se van, o la fiesta es sin ti!
Horas después, sus padres regresaron.
¿Dónde está Sergio? preguntó Víctora Esteban.
Se fue con su madre respondió Oliva, conteniendo las lágrimas.
Pedro Nicolás la miró con preocupación.
¿Pasó algo?
Nada, papá. Solo planes para el aniversario.
Esa noche, mientras cenaban en silencio, Oliva entendió: la verdadera felicidad no está en fiestas, sino en compartir la vida con quienes te respetan.
**Lección:** El hogar no se negocia. Quien no valore a tu familia, no merece tu paz. A veces, defender lo tuyo duele, pero la dignidad no tiene precio.

Rate article
MagistrUm
— ¡Mi madre merece celebrar su aniversario en la finca, y tus padres pobres que se larguen mientras tanto! — exclamó el marido