Mamá, ¿por qué no me invitaste a tu fiesta de cumpleaños?

Mamá, ¿por qué no me invitaste a tu cumpleaños? Apretó el teléfono hasta que los nudillos se volvieron blancos. Tú ya sabes suspiró su madre. Desde que te fuiste de la familia tu padre no te perdona. Y Dimas bueno, él siempre estuvo del lado de Lourdes, que tampoco te quiere.

Carmen se quedó frente al espejo, ajustando la sombra de ojos. Una rara noche sin los niñossus amigas la convencieron de salir, de distraerse. El divorcio no era definitivo, pero seguir viviendo bajo el mismo techo que su marido ya no era una opción.

Tú misma estás destruyendo la familia decía su padre.

Siempre lo complicas todo secundaba su hermano.

Hacía tiempo que había dejado de explicarse. ¿Para qué? La solidaridad masculina nunca les permitiría ponerse de su lado.

Pero lo que más dolía era oír a su madre decir que nadie era perfecto, que vivía en las nubes. Nadie entendía por qué no estaba contenta. Y si nadie lo entendía, el problema debía ser ella.

Sonó el teléfono. Al otro lado, Leonor gritaba emocionada:

¿Estás lista? ¡El taxi está abajo!

Sí, ya salgo.

Los niños ya dormíanla suegra se había ofrecido a cuidarlos. No su madre, que la castigaba por querer divorciarse, sino su suegra, la única que no parecía maldecirla.

¿Segura que podrá con ellos? preguntó Carmen ya en la puerta. Llame si necesita algo, ¿vale?

¡Claro, vete ya! La mujer hizo un gesto con la mano. No son bebés. Necesitas respirar aunque sea una vez al año.

Asintió, pero algo se le encogió por dentro. Una vez al año. Llevaba tres sin pisar otro sitio que no fueran reuniones escolares o matinales infantiles.

El club era ruidoso, moderno. Carmen incluso se sintió nerviosahacía tanto que no salía, que no bailaba, que no se sentía simplemente mujer, y no madre, esposa o la fracasada que abandonó una “familia normal”.

La música era ensordecedora. Luces parpadeantes, risas, cuerpos ajenos, olor a cerveza y perfumes caros.

¡Por fin! Leonor la agarró del brazo. ¡Empezábamos sin ti!

Carmen sonrió y vació la primera copa de un trago. Dios, cuánto tiempo.

¿Bailamos?

Luego, ahora

Y entonces lo vio.

En la mesa grande del centrosu hermano Dimas, su esposa Lourdes con un vestido brillante, su padre con una copa de cava, la tía Lucía, el tío Víctor Toda su familia.

¿Qué? La voz se le quebró.

Leonor siguió su mirada:

¡Mira, ¿son los tuyos?! ¡Qué coincidencia!

¿Coincidencia?

Y de prontoun clic en su cabeza. Miércoles. El cumpleaños de su madre.

Mamá, ¿tu cumple es el miércoles, no? había preguntado el fin de semana. Siempre lo celebrábamos el sábado. ¿Este año también?

Su madre evitó su mirada.

Ay, qué sábado ni qué nada Este año no va a poder ser, Carmen, hay cosas que hacer

¿Cosas? Claro. Cosas como reunirse todos sin Carmen. Celebrar. Ella sobraba. La que lo arruinaba todo.

¿Estás bien? Leonor frunció el ceño.

Carmen retrocedió.

Yo sí. Tengo que irme.

¡¿Qué?! ¡Si acabas de llegar!

Pero Carmen ya caminaba hacia la salida, el corazón a galope, los ojos nublados. Ninguno de los suyos la había visto.

En el taxi, apoyó la frente en la ventana y por fin dejó que las lágrimas cayeran. Silenciosas. No la querían ver. Y quizá nunca la habían querido.

El taxi se detuvo frente a su casa, pero no tenía ganas de salir. Todo ardía por dentrorabia, vergüenza, esa eterna pregunta: ¿por qué? ¿Qué tengo de malo?

El teléfono vibró. Un mensaje de su hermano: *”Hola. Hoy es el cumple de mamá. ¿La felicitaste?”*

Se sentó en el banco de la entrada y respondió: *”Estuve ahí. No me viste

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