Una mujer exigió que me echasen del avión con mi perro y nos insultó, pero entonces ocurrió algo inesperado.
Hace poco tuve que volar a casa de mis padres. Como sufro de estrés postraumático tras un grave accidente, siempre viajo con mi perro de asistencia certificado. Este animal entrenado no es solo un compañero: detecta mis ataques de pánico, me ayuda a respirar tranquila y evita que me hunda en la ansiedad. Sin él, no podría hacerlo.
Nos sentamos en silencio: yo junto a la ventana, el perro a mis pies, como manda el protocolo. Pero la calma duró poco.
Una mujer de mediana edad se detuvo en seco al vernos, con cara de asco, y exclamó:
¿Esto es una broma? ¡No pienso sentarme al lado de ese perro asqueroso!
Es un perro de asistencia médica respondí tranquila. Se quedará quieto a mis pies todo el vuelo. Y no está sucio.
¡Qué asco! bufó ella. ¡La gente con perros debería ir en otra zona! ¿Y si soy alérgica? ¡Que lo metan en la bodega!
Estuve a punto de llorar. Una azafata se acercó.
¿Algún problema? preguntó con amabilidad.
¡Sí! chilló la mujer. ¡Hay un perro aquí! Soy alérgica y no me siento segura.
La azafata respondió con firmeza:
Señora, es un perro de asistencia certificado. Tiene todo el derecho de estar aquí. Y se queda.
Me da igual las normas espetó la mujer. ¡Podría morder! Exijo que los echen del avión.
Mi perro, ejemplar, seguía tranquilo y concentrado, como el profesional que es. Pero yo notaba cómo me faltaba el aire. La azafata me susurró:
¿Tienes la documentación?
Con manos temblorosas, le entregué los papeles. Los leyó, sonrió y dijo:
Gracias. Todo en orden. Puedes quedarte.
La mujer puso los ojos en blanco.
Increíble. ¡Ese perro ni parece de verdad!
Le aseguro que lo es replicó la azafata. Siéntese o le buscaremos otro asiento.
¡No me muevo! ¡Que se vaya ella con su fiera!
Entonces, señora, deberá aceptar las normas dijo la azafata con calma o tendremos que pedirle que abandone el vuelo.
Y en ese momento, ocurrió lo inesperado, algo que hizo que la mujer se arrepintiera de cada palabra. El piloto se acercó, serio, y preguntó:
¿De verdad es alérgica? ¿Tiene un certificado médico?
Ella vaciló.
No Pero no tengo por qué aguantar un perro si no quiero.
Pues entonces dijo él con voz gélida, deberá abandonar el avión. Hoy no vuela con nosotros. Y me aseguraré de que no lo haga nunca más.
La cabina estalló en aplausos. Alguien hasta gritó: «¡Olé!».
La mujer empezó a chillar, amenazar, maldecir pero ya nadie le hacía caso. Furiosa y sola, la escoltaron fuera.
Yo me quedé en mi asiento, con la mano sobre el lomo cálido de mi perro. Él seguía tranquilo a mis pies, como siempre.