El hijo traicionó a su madre
En la fiesta de graduación, todas las chicas querían fotografiarse con él. Pero él eligió a Lucía Ni era hermosa, ni lista, ni culta. Pero su padre era un hombre importante en el pueblo. Y el vestido de Lucía era el más elegante Y también entró en la universidad. Así, como si le hubiera tomado de la mano aquella noche, no lo soltó en años, hasta llevarlo al altar.
***
LA VIDA COMO ES. El niño
De pequeño, todos lo adoraban como a un cuadro. No solo era hermoso, sino que también sabía hacerse querer. Si alguien lo cogía en brazos, se acurrucaba como si fuera suyo. Hasta desconocidos le daban caramelos. Elena temía que le echaran mal de ojo. En el colegio, las ni rivalizaban por ser su amiga, y luego, su novia. Pablo era el mejor estudiante, un deportista pero muy pobre. Aun así, las jóvenes del pueblo no se fijaban en que llevaba los mismos vaqueros hasta que le quedaban cortos. De otro, se habrían burlado; de él, jamás.
En la graduación, todas querían fotografiarse con él. Eligió a Lucía Ni bella, ni lista, ni culta. Pero su padre era alguien. Y su vestido, el más caro Y entró en la universidad. Así, como si le hubiera agarrado de la mano esa noche, no lo soltó hasta el altar.
Elena vendió un cerdo antes de la boda, le dio el dinero a su hijo y se acabó. Pablo cogió esos miles de euros y se marchó.
***
Elena llegó al pueblo con un niño en brazos. Nadie sabía si era leyenda o verdad, pero decían que el padre le había comprado la casa para que no lo molestara, pues él estaba casado. Nadie jamás vio a sus familiares. Vivía humildemente, trabajaba en la tienda del pueblo y cuidaba un pequeño huerto. A veces, algún pretendiente se acercaba, pero ella los rechazaba: ¡Tengo un hombre! decía entre risas. Sus amigas le insistían: ¡Es duro estar sola! Entonces se enfadaba.
Cuando llevó a Pablo al colegio, el primer día vio a Víctor, el profesor de gimnasia, recién llegado de la universidad. Sus miradas se encontraron, y luego, solas, buscaron más. Sin darse cuenta, empezaron a verse. Víctor enseñó a Pablo a montar en bici, a arreglar una rueda, a caminar por el bosque en invierno. En primavera, plantaban juntos. Elena temía decirle la verdad a su hijo, porque cuando abrazaba a Víctor, o incluso le tocaba el hombro delante del niño, él se ponía tenso y callaba.
¿Por qué, hijito? ¡Es bueno! ¡Será tu padre! susurraba después de despedir a su amor.
¡No quiero que lo quieras! ¡Solo a mí! murmuraba el niño.
Una mañana, Pablo despertó y los vio juntos en la cama.
¡Así será desde ahora, chaval! dijo Víctor, abrazándolo con cariño.
¡No! ¡No quiero que vivas con nosotros! gritó. No quiso desayunar y salió corriendo. Elena lo encontró al anochecer.
¿Está él aquí? preguntó, señalando la puerta entre lágrimas.
Sí
Que se vaya. ¡O yo no entro!
¡Hijo! ¡Jamás te ha faltado al respeto! Seremos una familia, como todos rogó.
¡No quiero ser como todos! ¡Solo quiero estar contigo! ¡Él no es mi padre!
Lo será, ya verás
Víctor salió con su maleta, como había llegado. Abrazó a Elena, la besó en la frente.
Piénsalo, Pablo. No soy vuestro enemigo dijo, avergonzado. ¿Lo pensarás?
¡No! el niño negó con la cabeza y apartó la mirada.
¡Si lo aceptas, me iré! amenazó cuando la puerta se cerró.
Elena eligió a su hijo. Víctor se fue del pueblo, tan lejos que nadie volvió a verlo. Y Elena, en Nochevieja, dio a luz a otro niño: Javier. Temía que su hijo mayor lo rechazara, pero Pablo, curioso por naturaleza, ni preguntó de dónde venía. Lo quería, lo cuidaba. Y Elena, como si cargara con culpa, jamás le negaba nada.
Mi Pablo es tan maduro presumía ante sus amigas, un hijo de oro. Hasta le pido consejo a él.
Ellas resoplaban, sabiendo que por ese “consejo” Elena se había quedado sola.
Que Pablo saliera con Lucía la alegraba. Era de familia adinerada; al casarse, ayudarían a su hijo a triunfar.
Como siempre, esperó a Pablo el sábado. Hizo pasteles, cocidó. El tren pasó hace rato, pero Pablo no llegaba.
¡Mamá! gritó Javier, entrando del campo de fútbol ¡Pablo se fue a casa de Lucía!
No cenaron. Esperaron. No volvió. Ni por la mañana. Fue directo al tren. No besó a su madre, como siempre.
¡Mamá! ¡Nos casamos! anunció.
Quiso regañarlo por no venir, decirle lo que había pensado toda la noche, pero las palabras se ahogaron cuando él dijo:
¡Ayúdame un poco! ¡Aunque sea vendiendo el lechón!
Claro, hijo. ¿Cuándo será la boda?
No sé. ¡En Madrid, para estudiantes! ¡No queremos pueblo!
Para el siguiente fin de semana, Elena vendió el lechón y Pablo vino por el dinero. Lo cogió sin contar. Y corrió con Lucía.
En el pueblo, todos lo saben todo. Se rumoreaba que los suegros preparaban una boda campestre. Pablo no volvió. Sin pedir la mano, sin acuerdo. Ella, decidida, fue a casa de los futuros suegros. La suegra la recibió en la puerta:
¿Qué ayuda vas a dar tú? dijo con desdén. Aquí todo lo hacen profesionales. ¡Gente de la nuestra! A ti ni te corresponde estar en la boda, porque no eres ni esposa ni viuda. ¡Él creció sin padre por ti! ¡Un bastardo! ¿Crees que nos emociona aceptar eso? A él, bueno, por nuestra hija. Pero tú, ¡fuera! cerró la puerta en sus narices.
Elena volvió tambaleándose, como borracha. Nadie la había humillado así. ¡Vaya hijo había criado! Pero ella lo daba todo por ellos
La boda fue ruidosa. Tres días de música. No invitaron a cualquiera, solo a elegidos. Decían que no se había visto festín igual. Pero lo más comentado era la ausencia de la madre del novio.
Elena no salió de casa ese día. Esperó. Quizá vendría No. Los coches adornados pasaron frente a su casa, tocando el claxon. Se tapó en la cama. Javier fingía leer. Al anochecer, se coló en la fiesta y agarró a su hermano:
¡Pablo! ¡Mamá llora! susurró.
Oye, chico. Dile que no llore. ¡A mí me va bien! Lucía y sus padres pusieron una condición: ¡casarme y no volver! ¡Lo prometí!
¡Ojalá te! Javier levantó la mano, pero Pablo la detuvo.
¡Lárgate antes de que te vean! ¡No me arruines la vida, mocoso! lo empujó a la calle. ¿Entendido?
Elena esperó en la puerta. No preguntó dónde había estado Se abrazaron.