Una anciana vivió sus últimas horas, y a su lado solo había una joven enfermera, cuando de repente notó algo inesperado

Una mujer mayor vivía sus últimas horas, y a su lado solo estaba una joven enfermera, cuando de repente notó algo inesperado.
La anciana yacía en una cama de hospital, respirando con dificultad. Durante las últimas semanas, su estado había empeorado día tras día, y la esperanza casi se había esfumado. Los médicos lo dijeron sin rodeos: ya no se trataba de días, sino de horas.
No podía comer, apenas reaccionaba a lo que la rodeaba, solo abría los ojos de vez en cuando y miraba lentamente a su alrededor. Ningún familiar había venido simplemente no estaban. Estaba completamente sola.
La única persona que la visitaba cada día era una joven enfermera, Lucía Martínez. No sabía muy bien por qué se había encariñado con esa mujerquizás porque le recordaba a su propia abuela, o simplemente porque le daba pena.
Lucía intentaba animarla cada día, cambiaba las sábanas, le traía agua y a veces le leía en voz alta alguna noticia corta del periódico.
Esa noche, la respiración de la paciente era tan pesada que Lucía supo al instante: el final estaba cerca. Se sentó a su lado, tomó su mano fría y seca entre las suyas y le susurró:
No tengas miedo, me quedaré contigo hasta el final.
La anciana se movió un poco, como si quisiera decir algo, pero las palabras no llegaron. Lucía no pudo contenerse más, se inclinó y la abrazó con fuerza. Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero se apresuró a contenerlasno quería mostrar debilidad.
Al levantarse, Lucía echó un último vistazo a los monitores, luego a la mesilla de noche, y estaba a punto de salir de la habitación cuando algo muy inesperado llamó su atención
Se fijó en una carpeta con viejas resonancias magnéticas sobre la mesilla. Había visto esa carpeta antes, pero hoy su mirada se detuvo por casualidad en la última página.
Algo le pareció extraño. Volvió atrás, repasó las imágenes con más detenimientoy de pronto, el corazón de Lucía se encogió.
Entre varias manchas oscuras, había una zona que, por alguna razón, en el informe se había considerado inoperable. Pero ahora, después de semanas de observación y de leer artículos, Lucía entendió: ese tumor podía intentarse extirpar.
Había un límite bastante claro, y la posibilidad de salvar a la mujer aún existíasimplemente no lo habían notado antes, porque lo daban por perdido.
Lucía apretó la carpeta con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Los pensamientos giraban en su cabeza: quizás la anciana no tenía que morir ahora.
Miró a la paciente, que apenas respiraba, y de repente una oleada de determinación la invadió. Salió corriendo de la habitación, directa al puesto de los médicos, con las imágenes bien agarradas.
¡Urgente! gritó al llegar frente al doctor García. ¡Mire esto, por favor! ¡Se puede operar!
El médico cogió la carpeta con escepticismo, empezó a examinarla y, de pronto, su expresión cambió.
Espera dijo con una viveza inesperada. Puede que tengas razón.
Mientras tanto, tras la puerta, la mujer seguía sola, sin saber que en el último momento, una nueva oportunidad se abría para ellauna oportunidad que ya no esperaba.

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Una anciana vivió sus últimas horas, y a su lado solo había una joven enfermera, cuando de repente notó algo inesperado