“¡Tu perro ha atacado a mi hija!”, gritó una mujer con voz desgarrada. Al revisar las imágenes de la cámara de seguridad, nos quedamos helados.
Una desconocida entró en el jardín de mi casa en Madrid, furiosa, cargando a una niña de unos seis años llamada Lucía Fernández. La pequeña lloraba, agarrando su barriguita, donde se veía un pequeño arañazo.
Yo, Marta Gutiérrez, me quedé muda. Mi perro, Canelo, estaba sentado tranquilamente, moviendo el rabo como siempre. Llevaba con nosotros cinco años, era más bueno que el pan y jamás había hecho daño a nadie. Aquellas acusaciones me parecían de locos.
La mujer, la señora López, gritaba como si tuviéramos un lobo en casa. Ya había llamado a la policía y exigía que sacrificaran al “perro asesino” ahí mismo.
Intenté no perder los nervios y le dije:
«Canelo no haría algo así, es un cielo y adora a los niños. A lo mejor tu hija le provocó. Si quieres, podemos ver juntas las grabaciones de la cámara del patio. Todo habrá quedado registrado».
Los policías asintieron y entramos. La cámara, colocada sobre la puerta, cubría todo el jardín.
Y cuando vimos el vídeo ¡Madre mía!
La realidad era totalmente distinta. Lucía, jugando en el patio, salió corriendo hacia la calle justo cuando pasaba un coche. En ese instante, Canelo salió disparado, la agarró de la camiseta y la sacó de debajo del coche de un tirón.
La señora López solo vio al perro tirando de su hija y pensó lo peor. La niña, asustada, gritó y se puso a temblar, sin entender que Canelo le había salvado la vida.
Cuando la madre vio las imágenes, se le cortó la respiración. Entendió que su hija estaba viva gracias a nuestro perro.
Con lágrimas en los ojos, se acercó, nos abrazó y le pidió perdón a Canelo entre sollozos. Ya no era un “monstruo”, sino su héroe.