Conflicto en la primera planta

Doña Pilar está en el portal del bloque, apretando una vieja regadera metálica como si fuera su último recurso. En la zona de paso del primer piso, donde habitualmente exhibe sus macetas de petunias, geranios y violetas, reina el caos: tres macetas están rotas, la tierra se ha esparcido por el linóleo gastado y los pétalos yacen como restos de una tormenta. El aire huele a humedad, moho y a un leve sabor metálico de la barandilla. Desde el apartamento 12 suena música electrónica con bajos retumbantes. Doña Pilar, con su bata de flores de margarita y el pelo canoso recogido en un moño apretado, mira al culpable: una bicicleta negra recién llegada, encadenada a la barandilla justo donde estaba su macetería.

¿Quién ha hecho esto? murmura, la voz temblando de ira. ¡Mis flores! Las he criado durante medio siglo y ahora ¡los bárbaros!

Se abre la puerta del apartamento 12 y sale Nico, vecino de veintisiete años, con una sudadera gris y pantalones cortos. Sus pelo oscuro está despeinado tras el entrenamiento y lleva una botella de agua con etiqueta llamativa.

Doña Pilar, ¿por qué grita? pregunta, mirando el desorden. ¿Es por las flores? Pedí la bici, sí, pero se me cayeron las macetas. Las compro nuevas, lo prometo.

Doña Pilar apunta la regadera hacia él y el agua salpica el suelo.

¿Nuevas? ¡No son solo flores, Nico! ¡Son el alma del portal! Y ustedes, los jóvenes, solo saben destrozar.

Nico pone los ojos en blanco mientras bebe.

¿Alma? Señora, son plantas. Mi bici me lleva al gimnasio, tengo trabajo. Además, sus macetas ocupan demasiado espacio.

Alcaza la puerta la hermana menor de Nico, Almudena, con el pelo claro recogido en un moño desordenado y un libro de psicología gastado bajo el brazo, preparada para un examen universitario. Lleva una camiseta oversize con la frase «Sueña en grande».

Nico, ¿en serio? dice al ver las macetas rotas. Doña Pilar, perdónelo, no lo pensó. Yo lo arreglo ahora.

Doña Pilar resopla, sus ojos brillan bajo los lentes.

¿No lo pensó? ¡Eso es egoísmo, Almudena! ¡Ustedes, los jóvenes, solo piensan en sí! Mis flores alegraban a todo el edificio y él las ha puesto a la basura.

Desciende del piso superior María, madre de dos niños del apartamento 15, empujando el cochecito con su hijo pequeño, el jean manchado de puré de manzana. Tras ella lleva su hija mayor, Lidia, con la mochila al hombro.

¿Qué ruido es ese? pregunta, mirando el portal. Nico, ¿fue usted quien rompió las macetas? Doña Pilar tiene razón, son la decoración del portal.

Nico arroja la botella al alféizar, que hace sonar el cristal.

¿Decoración? ¡La mitad ya está marchita! Mejor cambiamos las bombillas del portal que regar flores.

Desde el apartamento 10 se asoma Óscar, programador soltero, con el portátil bajo el brazo. Sus gafas se deslizan por la nariz y lleva una camiseta de Linux arrugada.

Nico, cálmate dice, ajustándose las gafas. Las flores son ecología, aportan oxígeno. Tu bici podría quedar en el sótano.

Nico se vuelve, alzando la voz.

¿Ecología? Óscar, tú solo apareces una vez al mes, siempre con tu código. ¿Y yo dónde pongo la bici?

El portal se vuelve una arena donde las macetas rotas son símbolo de la guerra vecinal, cada uno viendo en las flores lo que más le importa.

Al día siguiente el conflicto estalla de nuevo. Doña Pilar saca nuevas macetas del trastero, donde guarda un repuesto, y riega petunias mientras refunfuña sobre «la juventud malcriada». Su bata colorida se agita bajo la luz tenue y la regadera reluce. Nico vuelve del entrenamiento, ve que su bici sigue encadenada en un rincón repleto de macetas vacías y llama a su hermana.

Almudena, ¿qué circus es este? grita, señalando las macetas. ¡Yo dije que necesitaba espacio!

Almudena, sentada en la mesa de la cocina con apuntes esparcidos, deja el libro a un lado.

Nico, no empieces. Hablé con Doña Pilar, está realmente afectada. ¿Podrías disculparte?

Nico bufanda, se quita las zapatillas que caen pesadamente al suelo.

¿Disculparme? ¿Por qué? Ella puso sus flores en todas partes y yo tengo que adaptarme? ¡Este portal también es mío!

Almudena suspira, su tono se vuelve más suave pero firme.

Este es nuestro portal, Nico. Y ella también. Cultiva esas flores para todos, y tú las rompiste. Entiende que para ella son importantes.

Desciende María, agarrando la mano de su hijo pequeño. Lidia arrastra la mochila con un llavero de unicornio colgando.

Nico, ¿otra vez? dice María, frunciendo el ceño. A mis hijos les encantan esas flores. ¡Lidia incluso las ayuda a regar!

Nico levanta los brazos, su sudadera se revuelca.

¿Niños? María, a sus hijos les da igual, corren sobre ellas. ¡Lidia ayer casi tiró una maceta!

Lidia inflama los labios, sus trenzas rebotan.

¡No es verdad! Yo la regué con cuidado. ¡Tú lo has destrozado todo!

Óscar, que pasa con una bolsa de basura, se detiene, el portátil asomando de la mochila.

Nico, relájate dice, acomodándose las gafas. Yo estoy de acuerdo con Doña Pilar, las flores crean ambiente. ¿Qué tal si la bici la guardas en el garaje?

Nico se gira, las mejillas enrojecidas.

¿Garaje? ¡No tengo garaje! Y siempre decides por todos, ¡pero nunca limpias el portal!

Doña Pilar, al oír el alboroto, sale del apartamento con la regadera, sus pantuflas hacen crujir el suelo.

¡Basta

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