Conversaciones del alma

**Conversación de Almas**

Se acercaba otra Nochevieja. En toda la ciudad había bullicio: los centros comerciales brillaban cálidos y llenos de vida, la gente corría de un lado a otro para comprar regalos de última hora. Por los altavoces sonaba una canción navideña que todos habían escuchado mil veces.

Pero para Lucía, no había alegría. Este año había sido duro para ella y su madre, Carmen, aprendiendo a vivir sin su padre. Lucía ya no vivía con sus padres; era una mujer adulta, casada, con un hijo de diez años, Javier.

Hacía un año, en vísperas de Año Nuevo, su padre había fallecido. El dolor había sido tan grande que Lucía ni siquiera se dio cuenta de que a su madre le afectaba aún más.

Antonio Martín era un hombre cariñoso, amable y dedicado. Profesor de economía en la universidad, trataba a sus alumnos con afecto:

Todos son como mis hijos. Nunca me enfado con ellos, y ellos me corresponden igual. En todos estos años dando clase, nunca he tenido un solo conflicto. Si había dudas, las resolvíamos juntos, y todos salíamos contentos.

Sí, papá, todo el mundo te respeta asentía Lucía.

A Antonio le encantaban las películas antiguas, reía con ganas y adoraba pasear con su hija cuando era pequeña. A veces iban al cine, al parque o de vacaciones, siempre los tres.

Lucía veía cómo su padre cuidaba a su madre, y por eso buscó un marido parecido a él. Y lo consiguió: estaba feliz con su matrimonio. Vivían en un piso que les habían regalado sus padres.

Todo iba bien. Hasta que, tres años atrás, a Antonio le diagnosticaron cáncer. Carmen y Lucía quedaron destrozadas, pero él las calmaba:

No os preocupéis, mis niñas. No vais a libraros de mí tan fácil bromeaba, aunque su mirada había perdido brillo.

Y un año después, se fue.

**”No podré vivir sin él”**

Nunca olvidaré el sonido de la tierra helada golpeando el ataúd, el llanto de mamá, el ruido de los platos en el velorio pensaba Lucía a veces.

Ahora vivía con miedo por su madre. Después del funeral, cuando volvieron a la casa vacía, Carmen entró en silencio al salón y se dejó caer en el sillón de su marido. Se quedó mirando al vacío. Lucía no sabía qué decir; también estaba rota por el dolor.

No puedo susurró Carmen.

Lucía se acercó, agarró sus manos frías y preguntó:

¿Qué no puedes, mamá?

Carmen la miró como si no entendiera la pregunta y musitó:

Vivir sin él. No puedo.

Fue entonces cuando Lucía comprendió que, por mucho que ella sufriera, su madre lo tenía peor.

**Esperando que pasara el dolor**

Había pasado un año. Carmen y Lucía aprendían a seguir sin Antonio. Poco a poco, Lucía dejaba de esperar su voz al teléfono. Antes, cuando visitaba a sus padres, siempre veía la calva canosa de su padre en su sillón favorito, frente al televisor. Ahora no estaba. Y el dolor seguía ahí. Temía por su madre.

Dios mío, que mamá lo soporte pensaba Lucía, despertándose de noche. Agarraba el teléfono y llamaba a Carmen, no a altas horas, pero sí mañana, tarde y noche.

Lucía, no te tortures la consolaba su marido, Álvaro. No te reconoces. Todo irá bien con tu madre. Dale tiempo.

Quizá tengas razón. Pero cada vez que la veo, me asusta. Ha cambiado tanto Callada, ausente. ¿En qué piensa todo el día? Debería venir a casa.

Lucía llamó. Su madre respondió con voz apagada:

Sí, hija

Mamá, ven hoy. Es sábado, podemos ir al parque con Javier. No te quedes sola.

No, cariño, gracias. No quiero salir. No estoy sola, siempre estoy con tu padre en mis pensamientos.

Pero solo en pensamientos. Ven, por favor rogó Lucía, pero Carmen se negó.

Al colgar, Lucía miró a Álvaro.

¿Cómo la saco de casa? Cuando voy, no quiere salir.

Paciencia. Hay que esperar.

**El miedo**

Ese día se cumplía un año desde la muerte de Antonio. Al día siguiente, sería Año Nuevo. Lucía llamó a Carmen por la mañana, pero no contestó. Volvió a intentarlo, una y otra vez. Nada.

Asustada, agarró las llaves del coche y salió disparada. Corrió hacia el portal de su madre con el corazón a punto de estallar.

Dios mío, que no le pase nada rezó mientras abría la puerta.

Al entrar, notó algo raro. La casa estaba en silencio, impecable. Sobre la mesa de la cocina, una nota:

*”Mi niña, sabes cuánto te quiero. No quiero hacerte daño. Pase lo que pase, te amo.”*

Lucía se desplomó en una silla. Las piernas le fallaron. Volvió a leer la carta, aunque las letras bailaban.

Lo que más temes, es lo que ocurre pensó.

Vio una taza de té aún caliente.

¡No ha pasado mucho tiempo! Se levantó de golpe y salió corriendo.

¿Adónde podría ir? pensó mientras conducía.

De pronto, lo supo.

¡Al cementerio!

Al llegar, corrió entre las tumbas. La nieve caía suavemente. A lo lejos, vio una figura encorvada junto a una lápida. Era Carmen.

¡Mamá! gritó, corriendo hacia ella.

Se abrazaron.

Mamá, ¿qué ibas a hacer? ¿Y yo? lloró Lucía.

Carmen le secó las lágrimas.

Perdóname, hija. Te juro que no quería hacerte sufrir. Extraño tanto a tu padre Pero no pude. Al final, pensé en ti.

Nunca más dijo Lucía, seria. Lo superaremos juntas.

Se quedaron un rato en silencio frente a la tumba. Antonio las miraba desde la foto, con su sonrisa tranquila.

Te prometo que no lo haré dijo Carmen, tomando el rostro de su hija. Jamás. Vamos a seguir adelante. Tu padre lo querría.

De acuerdo, mamá. Te creo.

Ahora déjame un momento con él pidió Carmen. Tengo que decirle cosas.

Lucía se alejó y se sentó en un banco cerca de la entrada. El frío helaba sus manos, pero no quería interrumpir.

Que hable, que llore, que suelte todo ese dolor. No se puede vivir con el corazón roto para siempre.

Al rato, Carmen se acercó, con una leve sonrisa.

Todo está bien, hija. Seguiremos adelante.

Subieron al coche y emprendieron el camino a casa. Porque la vida continuaba, y el Año Nuevo les esperaba.

**Moraleja:** El dolor no desaparece, pero el amor de quienes nos rodean puede ser el faro que nos guíe de vuelta a la luz. Juntas, siempre es más fácil seguir adelante.

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