Me fui a la casa de campo sin avisar a mi marido para descubrir qué hacía a escondidas: quedé horrorizada al abrir la puerta

Me fui a la casa de campo sin avisar a mi marido, para descubrir qué hacía allí a escondidas. Cuando abrí la puerta, el susto que me llevé no tuvo precio.
Con mi marido tenemos una casita en un pueblo de la sierra. Antes íbamos todos los fines de semana: plantábamos tomates, recogíamos las verduras de la huerta o simplemente descansábamos del jaleo de la ciudad.
Pero últimamente él empezó a poner excusas para no ir. Que si el trabajo, que si el cansancio, que si tenía mil cosas Al principio no le di importancia, todos pasamos por épocas de agobio.
Hasta que un día hablando por teléfono con la vecina, me soltó de sopetón:
Ayer vi a tu marido en la casita.
Me quedé de piedra.
¡No puede ser! Ayer tenía turno en el trabajo.
Que no, mujer, que lo vi con estos ojos insistió ella.
Colgué el teléfono y me entró la mosca detrás de la oreja. «¿Tendrá una amante? ¿Estará liado con alguien y se escapa allí para verse con ella?»
El siguiente fin de semana, mi marido volvió a decir que no iríamos.
¿Y si voy yo sola entonces? le propuse.
¡No! me cortó en seco. Me preocuparía, prefiero que no vayas sola.
Su firmeza me puso todavía más alerta. Así que cuando salió de casa, decidí seguirlo. Y efectivamente, como imaginaba, se dirigió a la casa de campo.
Esperé un rato y luego fui yo también. Al llegar, el corazón me latía como un tambor. Abrí la puerta y me quedé helada. ¡Ojalá hubiera encontrado a una amante! Lo que vi fue mucho peor.
Entré con cuidado, escuchando. Silencio. Pero del cobertizo salía un olor raro, denso y dulzón, como a metal. Di un paso hacia allí, con el corazón en un puño.
Dentro, colgadas de las vigas, había pieles de animales. Ya eso era desagradable, pero lo que me dejó tiesa del susto fue ver algo que se parecía demasiado a piel humana.
No podía creerlo.
En ese momento, apareció mi marido en la puerta. Se le borró el color de la cara al darse cuenta de que lo había descubierto.
Es es por la caza balbuceó, acercándose. Hace poco me aficioné. No te lo dije para no asustarte
Lo miré sin pestañear. Por dentro gritaba que me estaba mintiendo, pero fingí creerle. Con una sonrisa forzada, le dije:
Vale. Te entiendo. Es que me ha pillado por sorpresa
Él se relajó, bajó los hombros. Volvimos a la casa en silencio, pero notaba su mirada clavada en mi espalda, como si intentara adivinar si realmente me lo había tragado.
Esa noche no pegué ojo. A la mañana siguiente, en cuanto salió, con las manos temblorosas llamé a la policía. Sabía que más valía que lo comprobaran, antes de que mis peores sospechas se confirmaran.

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Me fui a la casa de campo sin avisar a mi marido para descubrir qué hacía a escondidas: quedé horrorizada al abrir la puerta