Oye, te cuento una historia que me dejó helada… Después de quince años criando a nuestro hijo juntos, mi marido, Alejandro Martínez, de repente soltó:
Siempre he tenido mis dudas. Hay que hacer una prueba de ADN.
Al principio me reí, porque me pareció una locura. Pero la risa se me congeló cuando al final fuimos a hacernos las pruebas.
Fue un martes. Estábamos cenando en casa, en Madrid, y de pronto me miró con unos ojos que me hicieron temblar.
Llevo tiempo callándomelo dijo, pero nuestro hijo no se parece en nada a mí.
¡Pero si es el vivo retrato de tu madre, lo hemos hablado mil veces! intenté razonar.
Da igual. Quiero la prueba. O nos divorciamos.
Yo adoraba a mi marido y a mi hijo, Lucas. Jamás había estado con otro hombre, pero para calmarle, accedí. Fuimos a una clínica en Barcelona y lo hicimos.
Una semana después, el médico me llamó urgentemente. En el pasillo, con las manos temblando, entré a su despacho. El doctor, con cara seria, me dijo:
Siéntese, por favor.
¿Qué pasa, doctor? notaba el corazón a mil por hora.
Y entonces soltó la bomba…
Su marido no es el padre biológico de su hijo.
¡¿Cómo es posible?! casi grité. ¡Siempre le he sido fiel!
El médico suspiró hondo.
Lo más raro es que usted tampoco es la madre biológica.
Se me nubló la vista. No podía creerlo.
¿Qué dice? ¿Cómo puede ser?
Hay que repetir las pruebas contestó. Y revisar los archivos del hospital.
Las pruebas confirmaron lo mismo. Pasé dos semanas como zombie. Alejandro me miraba con desconfianza, y yo lloraba abrazando a Lucas por las noches.
Investigamos. Buscamos documentos del hospital en Valencia, hablamos con enfermeras, médicos… Y al final, la verdad: hubo un cambio de bebés en el hospital. Nuestro hijo biológico estaba en otra familia, y Lucas no era nuestro.
Lo peor es que no era el primer caso en ese hospital. Intentaron ocultarlo, pero dimos con pruebas.
No sabía cómo seguir. Lucas era mi vida, aunque no fuera de mi sangre. Alejandro necesitó tiempo para asimilarlo. Y en algún lugar de España, nuestro hijo verdadero crecía sin saber la verdad…
Qué fuerte, ¿no? La vida a veces te juega malas pasadas.