Una anciana regañaba a un joven por sus tatuajes en el autobús, pero él no le hacía caso… hasta que ocurrió algo inesperado

**Diario personal**
Hoy en el autobús de Madrid presencié algo que me dejó pensando. Una anciana miraba con desaprobación a un chico con camiseta blanca y brazos llenos de tatuajes. Mascullaba cosas mientras apartaba la vista hacia la ventana, como si no soportara verlo. Él, con los auriculares puestos, parecía ajeno a todo, sumergido en su música.
De pronto, la señora estalló:
¡Qué juventud esta! exclamó con desdén. ¿Para qué os llenáis el cuerpo de esas pinturas del demonio?
El chico, Álvaro, se quitó un auricular y preguntó con calma:
Señora, ¿pasa algo?
«¿Pasa algo?» lo imitó con sorna. ¡Con ese cuerpo no vas a entrar en el reino de los cielos, pecador! ¡Qué vergüenza! ¿Cómo es posible que la tierra aguante a gente como tú?
No le he hecho nada respondió él con serenidad. Es mi cuerpo y puedo hacer lo que quiera con él.
Pero sus palabras avivaron más su enojo.
¡Puaj! ¡En mis tiempos los jóvenes no hablaban así a sus mayores! levantó la voz. ¿Quién te crees que eres? ¡Por culpa de gente como tú, el país está como está! ¡Andáis por ahí pintados como diablos! Si tus padres te vieran ¡qué deshonra! Con esos dibujos, ni encontrarás una mujer decente. ¡Dios te castigará, ya verás! Acabarás pidiendo limosna hasta que entiendas el peso de tus pecados.
Se persignó, movió la cabeza y añadió:
¡Ojalá se te sequen las manos si vuelves a mancharte la piel con agujas! ¡Cada tatuaje oscurece más tu alma!
Álvaro no replicó, solo suspiró y miró por la ventana. La anciana seguía rezongando:
¡Ay, me has subido la tensión, desgraciado! Menos mal que no tengo hijos como tú. ¡Qué juventud más perdida!
De pronto, palideció y se llevó una mano al pecho.
Ay me duele me ahogo balbuceó con dificultad.
Los demás pasajeros miraron hacia otro lado, fingiendo no ver. Nadie se movió.
Fue Álvaro quien reaccionó. Se quitó los auriculares y la observó con atención. Luego, con voz firme pero tranquila, dijo algo que dejó a todos helados:
Señora soy técnico de emergencias.
El autobús se quedó en silencio, como si el tiempo se detuviera.
Actuó rápido: le aflojó el pañuelo, desabrochó su abrigo y la ayudó a respirar.
Tranquila, respire hondo no se agobie le dijo con una calma que contrastaba con sus palabras anteriores.
Sin perder tiempo, le tomó el pulso y la acomodó para aliviar su malestar.
Es un espasmo fuerte, la presión está descontrolada explicó mientras llamaba al 112. Necesitamos una ambulancia.
Dio los datos con precisión: la línea del autobús, la parada, su estado.
Aguante, señora, ya vienen le dijo, sosteniéndole la mirada. No está sola.
Ella apenas podía abrir los ojos, pero por un instante, su expresión cambió. Como si quisiera decir algo, pero solo atinó a asentir levemente.
Y en ese momento, entendí que las apariencias engañan.

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MagistrUm
Una anciana regañaba a un joven por sus tatuajes en el autobús, pero él no le hacía caso… hasta que ocurrió algo inesperado