“¡Papá, parece mamá!” La cara de la camarera dejó helado al millonario que perdió a su mujer.
Era un sábado lluvioso cuando Javier Morales entró en un pequeño café de la calle Gran Vía con su hija de cuatro años, Lucía. Afuera, la lluvia resbalaba por los cristales, un suave repiqueteo que acompañaba el silencio en la mente de Javier.
Antes, Javier era un hombre lleno de risas y luz. Un innovador tecnológico que se convirtió en millonario antes de los treinta. Lo tenía todo: éxito, respeto y, sobre todo, amor. Carmen, su esposa, era el corazón de su mundo. Su risa llenaba la casa, su bondad ablandaba hasta los días más duros. Pero hace dos años, un accidente de coche se la llevó. Así, sin más. Y el color desapareció de su vida.
Desde entonces, Javier era un hombre callado. No frío, pero distante. Lo único que lo mantenía en pie era la niña a su lado.
Lucía era el vivo retrato de su madrerizos castaños, ojos avellana brillantes y esa misma inclinación de cabeza cuando algo le llamaba la atención. No entendía del todo lo que habían perdido, pero, a su manera, ayudaba a Javier a sobrellevar el dolor.
Al sentarse en una mesa junto a la ventana, Javier cogió la carta por costumbre. Frente a él, Lucía tarareaba una cancioncilla, los pies balanceándose sin llegar al suelo.
De pronto, se quedó quieta.
“Papá” dijo, con voz suave pero firme. “Esa camarera se parece mucho a mamá.”
Javier parpadeó, sin estar seguro de haberla oído bien.
“¿Qué has dicho, cariño?”
Ella señaló al otro lado del café. “Ella. La de ahí.”
Javier giró la cabeza.
Y el corazón casi se le detuvo.
Allí, a pocas mesas de distancia, estaba una mujer idéntica a Carmen.
La miró fijamente. Los mismos ojos cálidos y profundos. La misma mandíbula delicada. El mismo hoyuelo que solo aparecía cuando sonreía de verdad.
Por un instante, el café desapareció. El ruido se esfumó. Solo escuchaba el latido de su propio corazón retumbando en sus oídos.
No podía ser.
Carmen había muerto. Él había identificado su cuerpo. Organizado el funeral. La había enterrado.
Pero aquella mujer
Ella se giró, lo miróy se quedó petrificada.
En ese segundo, sus ojos se encontraron. Su sonrisa se quebró. Se le notó cómo la respiración se le cortó. Luego, sin mediar palabra, dio media vuelta y desapareció en la cocina.
Javier se quedó helado.
Tenía que ser una coincidencia. Una doble. Pero su instinto le gritaba lo contrario.
“Quédate aquí, Lucía,” dijo suavemente, levantándose.
Ella lo miró con curiosidad, pero asintió.
Javier cruzó el café con paso decidido, sin apartar la vista de la puerta por donde la mujer se había esfumado. Justo cuando iba a abrirla, un empleado se interpuso.
“Señor, solo personal.”
“Necesito hablar con una de sus camareras. La del pelo recogido en coleta y la camiseta beis. Por favor. Es urgente.”
El empleado dudó. “Espere aquí.”
Los minutos pasaron.
Entonces, la puerta se abrió.
Ella salió despacio, ya sin sonreír. De cerca, el parecido era aún más impactante. No solo su rostroera su postura, la inclinación de la cabeza, la pequeña cicatriz sobre su ceja.
“¿Puedo ayudarle?” preguntó.
Su voz era algo distintamás grave, quizáspero sus ojos esos ojos eran los de Carmen.
“Yo lo siento,” balbuceó Javier. “Se parece mucho a alguien que conocí.”
Ella sonrió con educación, sin mostrar los dientes. “Me lo dicen a veces.”
“¿No conocerá a Carmen Morales, verdad?”
Un destello. Casi imperceptible. Pero estuvo ahí. Sus ojos vacilaron.
“No,” respondió rápido. “Lo siento.”
Javier sacó una tarjeta de visita. “Por si se le ocurre algo”
Pero ella no la cogió. “Que tenga un buen día, señor.”
Se dio la vuelta y se marchó.
Pero Javier notó el temblor en sus manos. Y cómo se mordió el labioigual que hacía Carmen cuando estaba nerviosa.
Esa noche, no durmió.
En vez de eso, se sentó junto a la cama de Lucía, viendo cómo su pecho subía y bajaba en un ritmo tranquilo, mientras su mente daba vueltas en el caos.
¿Podría Carmen estar viva?
Si no, ¿por qué había reaccionado así esa mujer?
A la mañana siguiente, contrató a un detective privado.
“Necesito todo lo que puedas encontrar sobre una mujer llamada Ana. Trabaja en un café de la Gran Vía. No tengo su apellido. Pero es idéntica a mi mujer que se supone que está muerta.”
Tres días después, el detective llamó.
“Javier,” dijo. “Prepárate.”
El corazón de Javier se saltó un latido. “¿Qué pasa?”
“He revisado las grabaciones del accidente. Tu mujer no iba al volante. Otra persona conducía. Y Carmen Carmen figuraba como pasajera, pero aquí está el detallenunca confirmaron oficialmente su cuerpo. Asumieron que era ella por su bolso, su DNI, su ropa. Pero las huellas dentales no coincidían.”
Javier se quedó en silencio, aturdido.
“Espera¿estás diciendo que?”
“Su nombre real es Carmen Herrera. Lo cambió legalmente seis meses después del accidente. Esa camarera es tu mujer.”
El mundo de Javier se tambaleó.
Ella no había muerto.
Había desaparecido.
Y había dejado que él y Lucía creyeran que estaba muerta.
A la mañana siguiente, Javier volvió al cafésolo.
Cuando entró, ella lo vio y esta vez no huyó.
Se quitó el delantal, se lo entregó a una compañera y le hizo señas para que la siguiera afuera.
Detrás del café había un pequeño descampado con un viejo roble. Debajo, un banco de madera desgastada. Allí se sentaron.
“Siempre supe que este día llegaría,” dijo ella en voz baja.
Javier la mirórealmente la miró. “¿Por qué, Carmen? ¿Por qué nos dejaste creer que habías muerto?”
Ella bajó la vista. “No lo planeé. Aquel día cambié el turno con una compañera porque Lucía tenía fiebre. El accidente pasó horas después. Todos asumieron que era yo. El mismo bolso. El mismo abrigo. El mismo DNI.”
“¿Y no lo corrigiste?” Su voz se quebró.
“Al principio iba a hacerlo. Pero cuando vi las noticias, al mundo entero llorándome, algo dentro de mí se congeló. Por primera vez en años, me sentí invisible. Libre. Sin presión. Sin focos. Solo silencio.”
Javier sintió las lágrimas quemarle los ojos. “¿Así que te esfumaste?”
Ella asintió. “Pensé que sería temporal. Que volvería. Pero cada día que pasaba lo hacía más difícil. Veía tu dolor y el de Lucía y me decía que no merecía regresar. Os dejé a los dos.”
La voz de Javier se volvió un susurro. “¿Por qué? ¿Cómo llegaste a eso?”
“Te amaba,” susurró ella. “Y te amo. Pero me perdí, Javier. Entre galas benéficas, entrevistas y lanzamientos de la empresa dejé de ser Carmen. Era tu esposa. La madre de Lucía. Me olvidé de quién era.”
Javier la miró incrédulo.
“No quise haceros daño,” dijo. “Solo que no sabía cómo volver