Nuestra hija siempre fue reservada cuando se trataba de su vida personal. Sí, nos contaba sobre sus estudios, planes e incluso chismes de sus amigas, pero de chicos, ni una palabra. Mi marido y yo bromeábamos diciendo que quizá esperaba el momento perfecto para presentarnos a alguien especial.
Y ese momento llegó. Nuestra hija nos anunció que quería presentarnos a su novio.
El domingo por la mañana, ya estaba en la cocina preparando una comida especial. Mi marido, Antonio, paseaba por la casa con el ceño fruncido, pero pensé que eran solo nervios, ese típico temor de padre.
Cuando sonó el timbre, sonreí y fui a abrir. En el umbral estaba un hombre alto, bien vestido, con traje. Y a su lado, nuestra hija, Lucía, radiante de felicidad.
Mamá, papá, os presento a mi novio dijo con tanto orgullo que por un segundo sentí un pinchazo en el corazón.
Pero en ese instante, vi cómo la expresión de Antonio cambiaba. Su rostro se tornó frío como la piedra y luego palideció.
¿Tú? murmuró con voz temblorosa. ¿Qué haces aquí?
El hombre también se tensó, pero solo encogió los hombros:
Soy el novio de tu hija.
¿¡Qué!? la voz de Antonio estalló. ¡Fuera de mi casa! ¡Ahora mismo!
¡Papá! gritó Lucía, incrédula. ¿Qué está pasando?
Entonces, Antonio reveló la terrible verdad sobre el novio de nuestra hija. Apretando los puños, dijo:
Este hombre por él estuve en la cárcel. Me traicionó cuando éramos jóvenes. Nos metimos en un lío juntos, y él echó toda la culpa sobre mí. Perdí un año de mi vida por su culpa. Era mi compañero del instituto.
Un silencio pesado llenó la habitación. Lucía nos miró entre confundida y furiosa:
¿Y qué? ¡Él no es el mismo de hace veinte años! ¡Lo amo!
El antiguo compañero de Antonio salió de la casa sin decir más. Lucía corrió tras él, cerrando la puerta de un portazo.
Nos quedamos solos. Antonio respiraba con dificultad, las manos le temblaban. Lo entendía: una herida del pasado se había abierto de golpe. Pero también entendía a Lucía, porque el corazón no elige a quién amar.
Ahora enfrentábamos la decisión más difícil: aceptar a ese hombre por la felicidad de nuestra hija o arriesgarnos a perder su confianza para siempre.
A veces, el pasado regresa para ponernos a prueba, pero el amor verdadero exige perdón, aunque duela.