Una joven de apenas diecinueve años, vestida de blanco, sonreía a los invitados bajo la luz de las velas en una hacienda de Sevilla. Todo parecía un sueño: el salón adornado con azahares, el vino corriendo como agua, los invitados vestidos de gala. Pero tras esa fachada de esplendor se ocultaba la verdad: sus padres habían pactado su matrimonio con un acaudalado terrateniente, un hombre que rozaba los ochenta años.
No hubo elección. Su padre había perdido una fortuna en el juego, y su madre, desesperada, buscaba salvar el hogar. El anciano ofreció una solución: casarse con la muchacha. Ella no protestó. Sabía que su sacrificio mantendría a flote a su familia, y aceptó con resignación.
La boda fue espléndida. Los invitados brindaron con jerez, deseando larga vida y felicidad a los recién casados. El viejo, satisfecho, no apartaba la mano de su joven esposa. Entre murmullos, algunos envidaban su “suerte”; otros la compadecían. Nadie adivinaba el terror que anidaba en su corazón al pensar en lo que vendría después.
Cuando los últimos carruajes partieron, la novia entró en el dormitorio. El silencio era denso. Sobre el lecho, su marido yacía con los ojos cerrados, la respiración apenas perceptible. Ella se acercó, temblorosa, esperando lo peor. Pero entonces sucedió algo espantoso.
Los segundos se alargaron como siglos. Al tocar su mano, sintió el frío de la muerte. Su voz quebró al llamarlo:
Querido…
No hubo respuesta. Lo sacudió, pero su cuerpo ya estaba rígido. Un infarto se lo había llevado en plena noche de bodas. Los criados acudieron alborotados, los médicos llegaron tarde. Así, con apenas diecinueve años, se convirtió en viuda el mismo día que en esposa.
Al amanecer, la noticia conmocionó a toda Andalucía: el terrateniente había muerto sin consumar el matrimonio. Pero lo más asombroso estaba por venir. Según su testamento, toda su fortunafincas, joyas, tierraspasaba a manos de la joven.
De la noche a la mañana, la hija de una familia arruinada se transformó en la heredera más codiciada de España. Ayer, había aceptado una vida de resignación. Hoy, el destino le abría puertas que ni en sus sueños más audaces hubiera imaginado.