El autobús llegó con más de 20 minutos de retraso… y el frío empezó a calar hasta los huesos.

El autobús llevaba más de veinte minutos de retraso… y el frío empezaba a calar.

Javier salió del trabajo más tarde de lo habitual. La lluvia de la tarde había cesado, pero el viento helado cortaba como cuchillas invisibles. Su chaqueta fina no era rival para aquella noche.

En la parada solo estaban él y una mujer mayor, de curvas generosas, con un pañuelo en la cabeza y un abrigo grueso que parecía tan viejo como cálido. Javier intentó mover los dedos para que no se le entumecieran, pero ya no los sentía.

La mujer lo observó en silencio unos segundos y, sin decir nada, se acercó.

Tómalo dijo, mientras le colocaba el abrigo sobre los hombros.

Javier se sorprendió.

No, por favor, no puedo aceptarlo… intentó devolvérselo.

Ella sonrió con dulzura.

Yo ya he llegado a mi destino. Tú aún tienes camino por delante.

Javier quiso insistir, pero en ese momento apareció el autobús. Al subir, la mujer ya se alejaba lentamente, sin esperar un agradecimiento.

Esa noche, en casa, Javier colgó el abrigo junto a la puerta. No pensaba quedárselo para siempre… pero sí usarlo hasta encontrar a alguien que lo necesitara más que él.

Semanas después, Javier volvió a estar en la misma parada, esta vez bajo una llovizna heladora. Llevaba puesto el viejo abrigo, cuya tela aún conservaba un leve aroma a leña y tiempo pasado. Un adolescente estaba cerca, tiritando violentamente con una sudadera fina, intentando esconder las manos en las mangas.

Javier lo miró un momento y recordó aquella noche. Sin pensarlo dos veces, se quitó el abrigo y lo colocó sobre los hombros del chico.

Tómalo dijo simplemente.

Los ojos del chico se abrieron como platos. Negó con la cabeza, avergonzado.

No… no puedo…

Puedes interrumpió Javier en voz baja. Yo ya he llegado a donde iba.

El autobús llegó, y al subir, Javier vio al chico abrazando el abrigo con fuerza, como si fuera un escudo contra el mundo entero.

Esa noche, Javier comprendió algo: la bondad viaja como una ruta de autobús. Alguien la recoge, viaja con ella un rato y luego la pasa para que siga avanzando.

Y a veces, ese abrigo viejo no solo calienta un cuerpo, sino muchos corazones.

Reflexión:
A veces, la mayor riqueza no está en lo que guardas, sino en lo que te atreves a dar en el momento justo. ¿Crees que un pequeño gesto puede cambiar el día de alguien?

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El autobús llegó con más de 20 minutos de retraso… y el frío empezó a calar hasta los huesos.