La única solución correcta

**La Única y Correcta Decisión**

Ana Martínez era una mujer severa y dura. La vida no le había dado tregua, habiendo pasado por dificultades y la pérdida de sus seres queridos. Ahora, con cuarenta y nueve años, dedicaba su tiempo a cuidar de animales abandonados.

Le avisaron de la muerte de su madre mientras estaba en el trabajo. Fue la vecina, que cuidaba de ella por petición de Ana, quien llamó entre lágrimas:

Anita, tu madre ya no está. Se acostó después de comer y no despertó. He llamado a la ambulancia, están de camino.

Una desgracia nunca viene sola.

Tras enterrar a su madre, Ana no podía acostumbrarse a su ausencia. Cada noche solía llamarla, compartiendo sus días y escuchando las novedades de su madre. Los fines de semana, viajaba cuatro paradas en tranvía para visitarla. Su madre vivía en un piso de dos habitaciones; su padre las había abandonado cuando Ana tenía ocho años.

Con el tiempo, asumió la pérdida y transfirió el piso a su nombre. Ella y su marido tenían una casa en el campo, donde su madre solía pasar los veranos, cuidando del huerto. Cuando iban con su hijo, Ana descansaba mientras su madre se ocupaba de todo.

Dos años después, otra tragedia golpeó a Ana. Una noche, una llamada de un número desconocido le anunció:

¿Es usted Ana Martínez? Debe acercarse a identificar los cuerpos. Hubo un accidente, y en el coche estaban los documentos de su marido.

No sabía cómo había sobrevivido a la muerte de su hijo y su esposo. El mundo se volvió gris; dejó de sonreír, incapaz de aceptar que sus seres más queridos se habían ido. Rezaba en la iglesia, suplicando:

Dios mío, ayúdame a superar esto. No sé cómo seguir viviendo sola.

Hasta que una noche, despertó con una idea: construir un refugio para animales abandonados.

Los veo en la calle, los alimento, pero no es suficiente. Un refugio les daría una vida digna. Mi marido e hijo habrían querido esto.

Vendió el piso de su madre, buscó patrocinadores y gestionó permisos. El trabajo la salvó de la soledad. Pronto, el refugio se llenó de perros y gatos, cuidados por voluntarios como Elena, una joven amante de los animales.

**La Visitante Inesperada**

Una mañana, Elena abrió las puertas y vio a una anciana con un bastón y una bolsa gastada. Las mascotas ladraron al verla.

Buenos días, cariño dijo la mujer. ¿Puedo ver a los perros?

Claro, pase respondió Elena.

La abuela, llamada Claudia, recorrió los corrales, deteniéndose ante un perro negro con una mancha blanca en la oreja.

Es Negrao explicó Elena. Llegó hace poco, atropellado. No se acerca a nadie.

¿Puedo llevármelo? preguntó Claudia.

Pero Elena dudó. La anciana parecía frágil.

Al día siguiente, Claudia volvió y se quedó horas hablando con Negrao. Tras una semana, Ana permitió que entrara al corral. Milagrosamente, el perro la siguió.

Lléveselo dijo Ana.

Pero Claudia rompió a llorar:

Mi hija me va a meter en un asilo. No puedo llevármelo.

Ana, indignada, fue a hablar con la hija, pero solo encontró borrachos en un sótano.

**La Decisión Final**

Ella misma vivía en una casa grande, heredada de su marido. Esa noche, tras llorar, tuvo una idea.

A la mañana siguiente, invitó a Claudia a su despacho.

Venga a vivir conmigo. Llevaremos a Negrao. Yo también estoy sola.

No puedo aceptar protestó Claudia.

Será mi madre. La mía murió hace mucho.

Pasaron meses. Cada mañana, Ana encontraba el desayuno listo. Claudia, más animada, paseaba con Negrao antes del amanecer.

Madre, deberías descansar decía Ana.

A mi edad, el sueño es poco.

Y así, en esa casa llena de amor, Ana encontró una nueva familia. Nunca más supo de la hija ingrata.

**Lección:** A veces, la vida nos quita, pero también nos devuelve. Solo hay que estar dispuesto a abrir el corazón.

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