Elton John gastó 400 000 dólares en flores en un solo año, no por necesidad, sino porque se sentía ahogado.
Para el público, era el “Rocket Man”: capas brillantes, gafas con plumas y estadios que coreaban su nombre.
Sin embargo, tras el brillo, Elton se iba desmoronando.
Los atracones de cocaína convertían días en semanas sin distinción.
La bulimia lo mantenía atrapado en un ciclo de vergüenza.
La soledad se ocultaba en los rincones de sus mansiones, susurrando en el silencio una vez que la multitud desaparecía.
Los ramos infinitos que llenaban cada habitación le servían para fingir que la vida seguía floreciendo mientras él se sentía vacío.
El derroche resultó impactante, pero el sufrimiento era auténtico.
Años después, en entrevistas, Elton confesó haber intentado suicidarse más de una vez, diciendo sin rodeos: “Me odiaba”.
Aun así, noche tras noche subía al escenario, lanzaba “Your Song” o “Tiny Dancer” y ofrecía al mundo una alegría que él mismo no alcanzaba; el público veía lentejuelas, él llevaba cicatrices.
El giro de la historia es que no permaneció en esa sombra: la rehabilitación se convirtió en su salvavidas.
La sobriedad lo abrió de una forma que la fama nunca logró.
En lugar de comprar flores para sí mismo, comenzó a financiar fundaciones contra el SIDA, hospitales y programas de ayuda para adictos.
Su generosidad llegó a ser tan legendaria como sus trajes.
Los amigos cuentan que llama directamente a los fans enfermos, a veces los visita en persona, apareciendo no como la estrella Elton John, sino como un hombre que entiende lo que significa estar al borde.
Ese es el paradoja de Elton: un artista descomunal que forjó una armadura de lentejuelas y luego descubrió que el acto más valiente era quitársela.
Elton John gastó 400.000 dólares en flores en un solo año — no porque las necesitara, sino porque se estaba ahogando. Para el mundo, era el Hombre Cohete: capas brillantes, plumas.
