La hija de mi esposo de su primer matrimonio

Las vacaciones de Navidad llegaban a su fin. Tras días de turrones, polvorones y comidas copiosas, Anastasia decidió preparar un desayuno sencillo: avena. Era hora de volver a la normalidad.

Los tres desayunaban cuando, desde la habitación, sonó el móvil de su marido. Él salió de la cocina. Anastasia, sin querer, escuchó sus respuestas breves, intentando adivinar quién llamaba y por qué.

Cuando Román regresó, no parecía disgustado, sí preocupado.

—Mmm… —empezó—. Era mamá. Tiene la tensión alta y quiere que vaya.

—Claro, ve —asintió Anastasia.

Mientras él se vestía, recordó sus palabras al teléfono: *¿Ahora mismo? ¿No será mejor esperar? Bueno, vale*. Cuando su suegra exigía algo, Román solía ir corriendo. *Estoy exagerando*, se reprendió.

—Vuelvo pronto —gritó él de camino a la puerta, que se cerró de golpe.

—Come, anda —apretó Anastasia a su hijo, que jugueteaba con la cuchara, esparciendo la avena por el plato.

—¿Iremos a la colina? Lo prometiste —Javier levantó un poco de avena y la observó antes de llevársela a la boca.

—Cuando vuelva papá, iremos. ¿Vale? —le sonrió—. Pero termina el plato.

—Vale —respondió el niño sin entusiasmo.

—Si en cinco minutos no está limpio, no iremos —advirtió ella, y se puso a fregar los platos.

Mientras planchaba y Javier jugaba en el suelo con sus coches, se escuchó la cerradura de la puerta.

*Por fin*. Dejó la plancha y escuchó el roce de ropa en el recibidor. *¿Por qué tarda tanto?* Se acercó y encontró frente a ella a una niña de unos diez años, que la miraba con curiosidad. Detrás, apareció Román, con expresión culpable. Puso las manos en los hombros de la niña y alzó la barbilla, desafiante.

—Esta es mi hija, Lucía —dijo, bajando la mirada—. Mamá pidió que la cuidara hasta mañana.

—Ya lo veo. ¿Y su madre? ¿Se fue al sur con otro amante? —soltó Anastasia con sarcasmo.

Román encogió los hombros, pero no pudo responder porque ella ya volvía a la tabla de planchar.

—Pasa —oyó decir a Román, y por el rabillo del ojo vio a la niña acercarse a Javier.

—¿Queda avena? —preguntó Román.

—Yo no quiero avena —intervino Lucía—. Quiero macarrones con salchicha.

Román miró a Lucía, luego a su mujer. Anastasia se encogió de hombros y señaló la cocina con un gesto: *Allá tú*.

Minutos después, él la llamó:

—¿Tenemos macarrones? No los encuentro.

—Sí, están ahí. Acabo de planchar, iré al supermercado —le lanzó una mirada reprobadora.

—No me mires así. Yo tampoco sabía que…

—¿En serio? ¿Tu madre no te dijo por qué te llamaba? —Al ver cómo bajaba la mirada, supo que había acertado—. ¿No podías avisarme? ¿Preparar a Javier? Ahora competirán por ti.

Como confirmación, un grito de Javier resonó en la habitación. Anastasia corrió, seguida por Román.

—Ahí lo tienes. A ver qué haces —abrió los brazos.

Javier se abrazó a ella. Lucía miraba al suelo, enfurruñada.

—¿Qué pasó? —Román se acercó a su hija.

A Anastasia le molestó que no fuera primero con su hijo.

—Se q-quedó con mi c-coch… —lloriqueó Javier.

El silbido de los macarrones hirviendo hizo que Román saliera disparado a la cocina. *Y no puedo decirle nada. Invitada. “Pobrecita”, como dice mi suegra. ¿Y yo qué hago?*

—¿Quieres ver dibujos? —forzó un tono amable.

Lucía asintió, y Anastasia, aliviada, encendió la tele. Los niños se sentaron en el sofá.

—¿Tu madre vuelve a las suyas? ¿Quiere rompernos? Cuando nació Javier, gritó que solo Lucía era su nieta. ¿Esta es su prueba para ver cómo trato a tu hija? —susurró en la cocina.

—Está enferma —defendió él.

—¿Y qué le impedía a la niña ayudarla? Llamar a una ambulancia. A su edad yo ya hacía tortillas.

—¡Basta! —cortó él, golpeando la cuchara—. ¡Lucía, ven a comer!

—Papi, tráemelo aquí —respondió ella, tranquila.

—”Papi” —repitió Anastasia, poniendo los ojos en blanco—. Vete con ella.

Recogió la tabla de planchar y dejó que Román se ocupara de su hija.

Él terminó llevando a Lucía a la cocina. Anastasia contuvo su frustración y se sentó con Javier, aunque no veía la tele. Él se acurrucó contra ella, buscando su mirada. *Tengo que aguantar. Javier lo nota. No es justo*. Le sonrió con esfuerzo.

La rabia hervía dentro de ella. Escuchaba la conversación de Román con su hija mientras se sentía excluida. *Debo tener cuidado. Lucía se lo contará a mi suegra, y ella dirá que soy mala, que arruiné su familia…*

—Mamá, ¿cuándo iremos a la colina? —preguntó Javier.

—Ahora no sé. Tenemos visita —le acarició el pelo.

Lucía apareció mascando. El sonido del agua en la cocina la irritó. *¿Lava el plato por ella? Nunca lo hace por nosotros. Al menos sabe que está mal*.

—¿Vamos a la colina? —preguntó Román al entrar.

—Sí. Pero solo tenemos un trineo —respondió ella, sin apartar la vista de la tele.

—No importa. Usaremos el deslizador y nos turnaremos, ¿vale, hijo? —Miró a Lucía—. ¿Nos vestimos?

—Javier, ve al baño y prepárate —suspiró, yéndose a cambiarse.

En el camino, intentó convencerse de ser amable. *No es culpa de la niña. Ni de Javier. ¿Y yo? Mi madre siempre dijo que su ex no nos dejaría en paz*.

En la colina, Lucía ocupó el trineo. Anastasia puso a Javier en el deslizador. Él bajó riendo mientras Lucía, más grande, subía las escaleras. Anastasia miró con reproche a Román, que evitó su mirada y empujó el trineo.

—¡Ahora te toca! —animó a Javier, que subía con dificultad.

—Tú después, o usa el deslizador —le dijo a Lucía, que ya se sentaba de nuevo.

Román empujó el trineo.

—¿Y yo? —preguntó Javier, dolido.

Buscaba su protección, sabiendo que su padre ahora era de Lucía.

—Mañana vendremos solos, y podrás usar el trineo —le sonrió.

—¿Adónde vas? —preguntó Román cuando ella empezó a bajar.

—Tengo frío —mintió, y se alejó.

Por la tarde, tras acostar a Javier, salió al supermercado. Al volver, Román salió corriendo, sin abrigo.

—¿Qué pasa? —Su corazón latía rápido.

—Javier se fue… —balbuceó él.

—¿Cómo? —entró corriendo.

La cama estaba vacía.

—¿Qué le hiciste? —agarró a Luc

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La hija de mi esposo de su primer matrimonio