**Diario de un hombre**
Hoy, Lara esperaba con ansias el final de la jornada. Soñaba con salir de la oficina y encontrarse con su marido, Adrián, para ir juntos a su cafetería favorita. Allí se conocieron, precisamente hace cinco años.
Al salir, lo vio junto a su coche, sonriendo. “Hola, Adrián”, murmuró, abrazándolo. Él le dio un beso en la mejilla. “Vamos a nuestro sitio”, dijo él, y ella asintió, radiante, esperando su regalo.
En el café, tras un rato, Adrián no sacó ningún presente. “Vámonos a casa”, propuso, misterioso. “El regalo te espera allí”.
“¿Qué es? ¿Por qué no lo trajiste?”, preguntó Lara, intrigada.
Al llegar, Adrián abrió un coche con el mando. “Para ti, cariño”.
Ella se quedó sin palabras. Nunca esperó un automóvil. Se lanzó a su cuello. “¡Adrián, eres increíble! Sabes hacerme feliz”.
Lo admiraba. Trabajaba sin descanso, incluso fines de semana, para cumplir sus sueños: un chalet y, después, hijos. Vivían en un piso heredado por Lara.
Esa noche celebraron su aniversario y el coche nuevo, ya que en el café no bebieron—Adrián conducía.
Al día siguiente, Lara llegó a la oficina en su flamante coche rojo. Sus compañeras, curiosas, le preguntaron. “Mi Adrián me lo regaló”, dijo, feliz. “En cinco años, ni una pelea seria”.
Algunas la envidiaban, como Nerea, antigua compañera de Adrián, que siempre estuvo enamorada de él. “¿Por qué ella lo tiene todo?”, pensaba, fingiendo alegría.
Lara, inocente, no ocultaba su felicidad. No imaginaba que alguien pudiera desear arrebatársela.
Esa tarde, Adrián avisó que llegaría tarde por un trabajo extra. Ella suspiró. Sabía que ahorraban para el chalet.
Al salir, se dirigió a su coche. “Vamos, preciosa”, susurró, acariciando el volante.
De camino, entró en un centro comercial y compró un reloj para Adrián. “Le encantará”, pensó, emocionada.
Cerca de casa, frenó para aparcar cuando un golpe sacudió el coche. Un hombre se agarraba la pierna en la calle. “¡Dios mío! ¿Le he atropellado? ¡Llamaré a una ambulancia!”, exclamó.
Él negó. “Solo es un golpe. Algo frío bastará”.
Lara lo invitó a su casa. Se presentó: “Soy Marcos”.
Mientras le vendaba la pierna, él la miraba descaradamente. Al irse, vio una foto de Adrián. “¿Lo conoces?”, preguntó. “Es el marido de mi hermana. Trabaja sin parar para comprar una casa”.
Lara palideció. ¿Tenía Adrián otra familia?
Esa noche, fingió dormir cuando él llegó. No podía enfrentarlo. ¿Dónde estaría? ¿En el trabajo o con otra?
Marcos empezó a “aparecerse” cerca de su oficina o casa. “Es el destino”, decía.
Un día, en un café, él insistió: “Adrián te engaña. Mi hermana está embarazada. Debes dejarlo”.
Lara, destrozada, decidió empacar sus cosas sin explicaciones. Pero entonces recibió una llamada: Adrián estaba en el hospital, tras un accidente laboral.
Allí, un compañero suyo, Javier, le confirmó: “Solo piensa en ahorrar para el chalet. No tiene otra vida”.
Lara le contó lo de Marcos. Javier sospechó una estafa. La policía reveló que Marcos, hermano de Nerea, tenía antecedentes por extorsión. Ambos tramaron separarlos para que Nerea se quedara con Adrián.
Cuando Adrián despertó, Lara le apretó la mano. “Perdóname por dudar”.
Él sonrió. “Te amo”.
Poco después, en casa, Adrián le regaló un collar. “No esperemos más al chalet. Quiero un hijo”.
Lara asintió, feliz. Meses después, nació su niño.
**Lección:** La envidia es silenciosa, pero el amor verdadero siempre triunfa. Guarda tu felicidad cerca; no toda sonrisa es sincera.