Mamá se olvidó de mi cumpleaños: una historia de desilusión y sorpresas

La madre se olvidó de mi cumpleaños

Lucía se despertó con el sonido de los platos en la cocina. Su madre ya estaba levantada, como siempre temprano, preparando el desayuno para su padre antes de ir al trabajo. La niña se desperezó, sonrió y aguzó el oído, esperando escuchar algún feliz cumpleaños desde la cocina. Pero solo llegaban las conversaciones cotidianas de la mañana: que si otra vez iba a llover y que el paraguas se había quedado olvidado en el autobús.

Lucía se sentó en la cama y se arregló el pijama de elefantitos rosas. Hoy cumplía nueve años. ¡Nada menos que nueve! Ayer le había recordado varias veces a su madre que al día siguiente era su cumpleaños, y su madre había asentido diciendo: “Claro, cariño, claro que me acuerdo”. Pero ahora, por alguna razón, nadie se apresuraba a felicitarla.

—¡Lucía, el desayuno está listo! —gritó su madre con su voz habitual, sin ningún tono festivo.

La niña se vistió rápido y salió corriendo a la cocina. Su padre estaba sentado a la mesa con el periódico, mientras su madre repartía tortilla en los platos. Lucía se quedó quieta en la puerta, esperando.

—Buenos días, hija —dijo su padre sin levantar la vista del periódico—. Siéntate a desayunar, que llegarás tarde al colegio.

—Buenos días —respondió Lucía en voz baja, acercándose a la mesa.

Se sentó en su sitio y esperó. ¿Quizá querían darle una sorpresa? ¿Sacarían una tarta o los regalos de repente? Pero su madre, como si nada, le puso delante un plato con tortilla y un vaso de leche.

—Come, no te entretengas. Hoy tienes muchos deberes, necesitarás fuerzas —dijo su madre, secándose las manos con el trapo.

—Mamá, ¿te acuerdas de qué día es hoy? —preguntó Lucía con cuidado, jugueteando con el tenedor en la tortilla.

—Quince de marzo. ¿Por qué? —su madre la miró distraída, ya pensando en sus quehaceres.

—Nada, solo preguntaba —murmuró Lucía, bajando la vista al plato.

Quince de marzo. Su madre recordaba la fecha, pero no lo que significaba. A Lucía se le encogió el corazón, pero hizo lo posible por no mostrar su decepción.

Su padre terminó el café, besó a su madre en la mejilla y a Lucía en la coronilla.

—Bueno, me voy. Nos vemos esta tarde —dijo mientras se ponía la chaqueta.

—Adiós, papá —susurró Lucía.

Se quedaron solas. Su madre recogía la mesa tarareando. Lucía se terminó la tortilla, aunque le supo a cartón.

—Mamá, ¿y si hoy hacemos algo especial? —intentó de nuevo la niña—. ¿Podemos hacer una tarta?

—Lucía, ¿qué tarta un día entre semana? No tenemos tiempo. Esta tarde tenemos cita en el médico, ¿te acuerdas? Hace días te dolía la garganta. La cita es a las seis.

Lucía recordaba lo del médico, pero había esperado que su madre cambiara la cita. No apetecía nada ir al médico el día de su cumpleaños.

—¿Podemos cambiarla? —preguntó en voz baja.

—No, hija, las citas están a un mes vista, hemos tenido suerte. Vamos, prepárate para el colegio, que llegarás tarde.

Lucía fue a su habitación a preparar la mochila. En el espejo vio a una niña de ojos tristes. “Quizá se acuerden más tarde”, pensó mientras se hacía una coleta.

En el colegio, esperó todo el día que alguien la felicitara. Su mejor amiga, Marta, podía haberse acordado; habían planeado juntas cómo celebrar el cumpleaños. Pero Marta estaba ocupada con un examen de matemáticas y solo hablaba de ecuaciones y problemas.

En el recreo, Lucía se acercó a Marta, que repasaba en el pasillo.

—Martita, ¿te acuerdas de lo del quince de marzo? —dijo al sentarse a su lado.

—¿Qué pasa el quince? —Marta levantó la vista del libro.

—¿Cómo que qué pasa? —Lucía se quedó desconcertada—. Lo habíamos planeado…

—Ay, Lucía, ¡lo siento, estoy agobiada con este examen! ¿Qué habíamos planeado? —Marta volvió a mirar el libro.

Lucía entendió que su amiga también lo había olvidado. Notó un nudo en la garganta, pero tragó saliva y dijo:

—Nada importante. Sigue estudiando.

Al salir del colegio, caminó despacio hacia casa, mirando los escaparates. En la pastelería había tartas preciosas; en la juguetería, muñecas de colores brillantes. Todo eso podrían haber sido sus regalos, pero nadie se había acordado.

En casa, su madre la recibió con las preguntas de siempre:

—¿Qué tal en el colegio? ¿Qué notas has sacado? —preguntó mientras removía la sopa.

—Bien. Un sobresaliente en lengua —contestó Lucía, quitándose el abrigo.

—¡Muy bien! Ahora haz los deberes, que luego vamos al médico.

Lucía entró en su habitación y se sentó frente a los libros. Pero en lugar de hacer los deberes, sacó una hoja y lápices de colores. Si nadie se acordaba de su cumpleaños, ella misma se haría una felicitación.

Dibujó con esmero una tarta con velas, globos y escribió con letras bonitas: “Feliz cumpleaños, Lucía”. Quedó precioso. Lo escondió bajo los cuadernos; sería su pequeño secreto.

El tiempo pasaba lento. Miraba el reloj una y otra vez, esperando que su madre se acordara. ¿Quizá prepararía algo especial para la cena? ¿O compraría una tarta de camino a casa?

—¡Lucía, vámonos al médico! —la llamó su madre a las seis menos cuarto.

En el ambulatorio había mucho ruido y gente. Esperaron sentadas, mientras su madre hablaba con una vecina de la cola sobre los precios y los problemas de la calefacción. Nada especial. Nada festivo.

La doctora era joven y amable. Le examinó la garganta, le escuchó los pulmones y dijo que estaba bien, pero que tomara vitaminas.

—¿Cuántos años tiene nuestra paciente? —preguntó la doctora al recetar.

—Nueve —contestó su madre.

—¿Nueve? —la doctora sonrió—. ¡Qué mayor! ¿Cuándo es tu cumpleaños?

Lucía miró a su madre, luego a la doctora.

—Hoy —dijo en voz baja.

La doctora alzó las cejas, y su madre palideció, llevándose una mano a la boca.

—¿Hoy? —repitió su madre con voz temblorosa—. Lucía, hoy es quince de marzo…

—Sí, mamá, hoy.

Su madre se sentó a su lado, la abrazó y la apretó contra sí.

—Cariño, ¡perdóname! ¿Cómo pude olvidarme? Con el trabajo, los líos… —su voz temblaba, y Lucía sintió lágrimas en su pelo.

—No pasa nada, mamá —dijo Lucía, acariciándole la mano—. No llores.

—¡Feliz cumpleaños, pequeña! —dijo la doctora sonriendo—. ¡Nueve años es toda una edad!

—Gracias —sonrió Lucía.

Volvieron a casa en silencio. Su madre le cogió la mano y le acariciaba los dedos de vez en cuando. Al llegar al portal, se detuvo.

—Lucía, sube con papá, que yo voy a la tienda. Rápido, ¿

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