No se casa con mujeres como tú

—Pues tú lo sabes, Lolita, que a mujeres como tú no se las casa —dijo Arsenio con calma—. Hay mujeres para el amor y para pasar un buen rato, y luego están las que se guardan para el matrimonio. Por desgracia, tú no eres de esas.

—¿Y qué tengo de malo, Arsenio? Cocino bien, me veo estupenda, mantengo la casa impecable, como mujer te satisfago por completo —respondió Lola, mirando con incredulidad al hombre que amaba.

—¡Eso es justo lo malo! Estás estropeada, ¿entiendes? A mujeres como tú no se las casa. Con ellas solo se sale sin intenciones serias. Para casarse, hay que buscar a una chica honesta y pura, que no haya estado con ningún otro hombre antes. Que esté dispuesta a lavarte los pies y hasta beberse el agua, como dice el refrán.

Arsenio, satisfecho de haber tenido la última palabra, se dio la vuelta y empezó a roncar.

Hace apenas una semana, Lola estaba en un café con sus amigas, hablando de lo brillante que era su futuro. Sí, tenía 30 años, ya no era una chiquilla, pero tenía una carrera consolidada, un piso en Madrid y un coche, y estaba espléndida. ¡Era el momento perfecto para casarse y tener hijos! Además, ya tenía al candidato ideal: Arsenio, de 40 años, soltero, guapo, bien cuidado, con un buen puesto de trabajo y pocos vicios. Un hombre de ensueño.

Se conocieron en su consulta odontológica, donde él fue para una revisión y terminó encontrando al amor de su vida. Así pasa.

Lola trabajaba mucho, atendiendo tanto en la clínica pública como en la privada, así que no había tenido tiempo para su vida personal. Pero esa misma noche, Arsenio la esperó después del trabajo con un ramo de peonías (¡en febrero!) y la invitó a cenar en un restaurante elegante. Y así empezó todo.

Sin embargo, Lola empezó a preocuparse: llevaban casi dos años juntos y Arsenio no parecía tener prisa por pedirle matrimonio. Sus amigas ya le insinuaban que era hora de cambiar su estado civil y lucir un anillo en el dedo. Pero él no daba señales de querer comprometerse.

Cansada de esperar, Lola decidió abordar el tema una noche. Y la respuesta que recibió la dejó helada: “No se casa con mujeres como tú”.

¿Quién se creía que era? Necesitaba consejo urgente, así que al día siguiente quedó con sus amigas casadas en una cafetería del centro.

—¿Os lo podéis creer, chicas? ¡Me dijo que estoy estropeada! Que con mujeres como yo no se casa.

—¿Pero cómo puede ser, Lola? —gruñó Catalina—. Eres guapísima, inteligente y tienes más dinero que muchos hombres.

—Dice que solo se casará con una virgen. Que yo soy… de segunda categoría. ¡Y ahora no sé qué hacer! Por lo demás, me conviene: es listo, tiene dinero y en la cama tampoco se queja.

—Déjalo, Lola, antes de que sea tarde —se rio Lucía—. Si no, te va a dejar la autoestima por los suelos.

—¡Mejor tráelo a casa! —intervino Catalina—. Este fin de semana celebramos nuestro décimo aniversario de boda con Miguel. Venid los dos, así le enseñamos lo bonito que es el matrimonio.

Así lo decidieron. Arsenio, que rara vez salía con Lola, sorprendentemente aceptó la invitación. Incluso se ofreció a conducir. Ella, aliviada, imaginó lo agradable que sería relajarse con sus amigas sin tener que preocuparse por el viaje de vuelta.

En la casa de campo de Catalina y Miguel, el ambiente era perfecto. Los niños corrían por el jardín (los dos de ellos y un montón de sobrinos), se asaba carne a la parrilla y el perrito de la familia, un pequeño spitz llamado Canelo, no paraba de moverse. Lola pensó que ese animal debía tener una batería escondida en algún lado.

La comida empezó al mediodía y se prolongó hasta la noche. Los mayores ya se habían retirado, los niños dormían, y en la mesa solo quedaban los más resistentes: Catalina, Miguel, las amigas y Arsenio. Bebieron café y comieron un pastel de frutos rojos mientras charlaban. Y, como era de esperar, la conversación derivó hacia el matrimonio.

—Dime, Catalina —preguntó Arsenio con voz melosa—, ¿por qué Lola no se ha casado antes? Ustedes ya cumplen diez años juntos, y ella sigue soltera.

—Pues no lo sé —respondió Catalina, sorprendida—. Miguel y yo nos casamos jóvenes, casi recién salidos de la universidad. Ella estaba centrada en su carrera.

—Y dime otra cosa… ¿Fuiste virgen cuando te casaste?

—Vaya preguntas —bufó Catalina—. Pensaba que los médicos éramos los cínicos. No, no lo era. Llevábamos juntos desde primero.

—Pero cuando lo conociste, ¿eras una chica decente?

—Oiga, ¿y por qué no se hizo ginecólogo en vez de trabajar en seguros, si le interesa tanto la pureza? —saltó Miguel, irritado—. Mi mujer era una señorita cuando la conocí. ¿Le basta?

—Ahí lo ve —asintió Arsenio—. Ella era pura. Usted actuó bien. Pero ¿cómo se le puede pedir matrimonio a una mujer que ha estado con otros hombres? Si ya está manchada, ¿para qué deshonrar a la familia?

—¿Y qué familia es la suya? —se rio Lucía—. ¿Son duques o marqueses, para exigir pureza absoluta? ¡Si es así, no debería haberle dado falsas esperanzas a Lola! Ya ha perdido bastante tiempo con usted.

—Nadie le ha dado falsas esperanzas —replicó Arsenio con calma—. Su amiga ya debería saber que es una mujer de segunda. Para casarse con ella, un hombre necesita motivos de peso. Y yo no los veo. Tú, Lucía, por cierto, eres de tercera: divorciada y con un niño. Casi sin posibilidades de volver a casarte. Solo me queda sentir lástima por ti… y por tu hijo.

—¿Cómo te atreves a hablar así en mi casa? —rugió Miguel, levantándose—. ¡Clasificando a las mujeres! ¡Tú eres el que está podrido!

Con eso, agarró a Arsenio por el brazo y lo sacó de la mesa sin esfuerzo. Miguel, alto y fuerte, no tuvo problemas para echarlo.

—Lárgate de aquí —gruñó—, antes de que te parta la cara. Si no fuera por las chicas, ya lo estaría haciendo. ¿Clasificar mujeres? Tú eres basura directamente.

Arsenio puso cara ofendida y declaró con drama:

—¡Lola, me voy! ¿Vienes conmigo o te quedas?

Ella, en ese momento, se moría de risa y no podía responder. Al no recibir apoyo, Arsenio cogió su bolso, cerró la verja de un portazo y se marchó.

—Miguel, qué favor me has hecho —dijo Lola entre carcajadas—. ¡Ahora me quedo sin hombre, aunque fuera uno caducado!

—Vaya idea tonta fue hablar con él de matrimonio —suspiró Catalina—. Pero ¿has visto qué personaje? Nunca había conocido a un tarado así.

—¿Lo habéis oído, chicas? Yo soy de primera categoría —se rio Lola—. ¡Y vosotras sois material defectuoso!

Pasaron la noche burlándose de la teoría de Arsenio. Al final, Lucía llevó a Lola a casa.

La vida siguió su curso, entre consultas y papeleo. Arsenio no volvió a llamar.

Hasta que un día, en la clínica, la recepcionista le entregó un sobre elegante.

—Lola, esto lo dejaron para usted.

—Gracias, Elena, lo miraré luego.

Al terminar su jornada, abrió el sobre. Dentro había una invitación de boda, llena de filigranas, palomas

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