La compasión de la limpiadora que cambió una vida

La mujer que limpiaba la casa sintió compasión por un huérfano y lo alimentó mientras los dueños estaban fuera. Cuando los ricos regresaron, no podían creer lo que veían.

Carmen trabajaba desde hacía años en la casa de los Mendoza. Aquel día, los señores habían salido, y ella, tras terminar sus labores, decidió descansar un momento junto a la ventana. De pronto, vio a un niño caminando junto a la verja. Estaba delgado, con ropas rotas y parecía agotado.

—Seguro que tiene hambre— pensó Carmen, conmovida. Al mirar el reloj, supo que los dueños tardarían en volver, así que salió al exterior.

—Hola, ¿cómo te llamas?— preguntó con dulzura, acercándose al niño, que miraba la calle con atención.

—Dani— respondió él, desconfiado.

—Ven conmigo— le invitó Carmen—. Te daré un trozo de tarta de manzana. El niño, sin pensarlo, la siguió. Llevaba todo el día sin comer.

En la cocina, Carmen cortó un pedazo generoso y lo puso delante del niño.

—¡Qué rico!— exclamó Dani, mordiendo la tarta—. Mi madre también hacía tartas así.

—¿Y dónde está tu madre?— preguntó con cuidado Carmen. El niño dejó de comer y bajó la mirada.

—La llevo buscando mucho tiempo… Desapareció— murmuró.

—Come, come— le animó ella—. La encontrarás.

En ese momento, la puerta se abrió: los dueños habían regresado. Carmen se sobresaltó al oír los pasos.

—¿Y quién es este?— preguntó sorprendido Javier, asomándose a la cocina. Sus ojos se abrieron al ver al niño.

—¿A quién has traído, Carmen?— preguntó con severidad.

—Este niño busca a su madre, tenía hambre y decidí darle de comer— respondió ella, encogiéndose de hombros.

—¿Ahora ayudas a cualquiera que pasa por la calle? ¿Y a nosotros qué?— se quejó Javier.

Dani rompió a llorar al oír esas palabras.

—Me voy— dijo, dejando el trozo de tarta a medias.

Isabel intervino:

—Espera, niño— dijo con suavidad—. ¿Dónde perdiste a tu madre?

Isabel siempre había sido más bondadosa que su marido, y aunque Javier se quejaba de su excesiva dulzura, no podía cambiar su naturaleza.

—Vivo con mi abuelo, pero es muy gruñón. Siempre me regaña— confesó Dani, sacando una foto vieja del bolsillo—. Estos son mis padres, antes vivíamos juntos— dijo, entregándola a los dueños.

Isabel tomó la fotografía y se quedó petrificada al reconocer a su hija, Lucía.

—¡Javier, es nuestra hija!— exclamó con voz temblorosa, pasándole la foto a su esposo.

Javier la miró incrédulo.

—Dani, ¿de dónde sacaste esto?— preguntó asombrado.

—La encontré en casa del abuelo. Detrás había una dirección, y vine aquí. Pensé que mi madre podría estar— explicó el niño, calmándose un poco—. El abuelo dice que me abandonó, ¡pero yo no le creo!

—¡No puede ser!— repetía Isabel, recordando cómo su hija Lucía se había fugado años atrás con un hombre llamado Pablo. Durante años no supieron nada de ella, hasta que regresó… y poco después murió en un accidente de coche camino a casa. Aquel día había sido una pesadilla, dejándolos solos para siempre.

—¿Y tu padre?— preguntó Javier.

—Ya no está. Murió hace seis meses— lloró Dani de nuevo.

La pareja estaba conmocionada. ¡Habían encontrado a su nieto! Cansados de la soledad, decidieron quedarse con el niño.

—Escucha, pequeño, te llevaremos a tu habitación— dijo Isabel.

—¿Y mi madre vendrá?— preguntó Dani.

—Tu madre está ahora con tu padre— respondió ella con tristeza.

El niño palideció.

Con el tiempo, la pareja tramitó los papeles de la adopción. El abuelo no puso objeciones al saber que el niño iría a una familia adinerada.

Carmen estaba feliz. Gracias a aquel día en que conoció al niño, los dueños recuperaron la alegría. Poco a poco, Dani dejó de ser un huérfano pobre. Se convirtió en un niño bien vestido, con buenos modales y una familia que lo quería.

A veces, el destino nos sorprende cuando menos lo esperamos, y un acto de bondad puede cambiar vidas enteras.

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