**El Pastel y Otras Decepciones**
Elena batía la crema para el bizcocho con movimientos precisos, como los de un relojero. El pastel para su hija Lucía tenía que ser una obra maestra: tres pisos, mousse de vainilla, frambuesas frescas y finos rizos de chocolate. Hoy Lucía cumplía dieciocho años, y Elena esperaba que este pastel —el mejor de sus veinte años como pastelera— derribara el muro que había crecido entre ellas en el último año.
—Mamá, ¿aún no has terminado? —Lucía irrumpió en la cocina, sus zapatillas chirriando sobre el linóleo—. ¡Paula ya está de camino y aquí sigue todo patas arriba!
—Casi listo —sonrió Elena, secándose las manos en el delantal—. ¿Qué te parece?
Lucía echó un vistazo fugaz al pastel, su rostro permaneció impasible.
—Pues… está bien. Solo que, ya sabes, Paula dice que estos pasteles ya no se llevan. Ahora lo que manda es el minimalismo, sin tantos… adornitos.
Elena sintió que la cuchara en su mano pesaba el doble.
—No son “adornitos”, Luchi. Son tus diseños favoritos, como en el pastel de tus diez años. ¿Te acuerdas?
—Mamá, tenía diez —Lucía puso los ojos en blanco—. Vale, voy a ordenar el salón. Papá ha vuelto a llenarlo todo con sus papeles.
Se marchó, dejando a su paso un tenue aroma de perfume y la sensación de que Elena hablaba con el vacío.
***
Para las seis de la tarde, el salón estaba transformado: globos, guirnaldas, una mesa con tapas. Elena colocó el pastel en el centro, sus frutas brillaban bajo la luz de la lámpara como pequeños rubíes. Recordó cómo el año pasado Lucía había rechazado la celebración familiar, escapando a un bar con sus amigas. “Soy mayor, mamá”, le había soltado. Elena había ahorrado medio año para este pastel, renunciando a zapatos nuevos y a un curso de repostería, para que hoy todo fuera perfecto.
El timbre de la puerta cortó sus pensamientos. Lucía corrió a abrir, y entró Paula —alta, con uñas rosas y una mirada que escaneaba todo como un detector de fallos.
—Ostras, ¿esto es el pastel? —Paula se detuvo frente a la creación de Elena, inclinando la cabeza—. Luchi, ¿en serio? ¡Esto es cosa de niños!
—Bueno, es lo que le gusta a mi madre —Lucía soltó una risita, pero sus mejillas se sonrojaron—. Le encantan estas cosas… retro.
—¿Retro? —Paula se rió, su voz sonaba como cristal roto—. ¡Parece de los noventa! Ahora lo que mola son los pasteles desnudos, solo con frutas y nada de crema. ¿A que sí, Luchi?
Elena apretó el borde del delantal, sintiendo que la cocina se encogía.
—Hola, Paula —intentó sonreír—. Es un pastel al gusto de Lucía. Siempre le ha encantado la vainilla y las frambuesas.
—”Le encantaba” —Paula remarcó las palabras, mirando a Lucía—. Pero los gustos cambian, ¿no? Ahora Luchi va de vegana, ¿verdad?
Lucía dudó, jugueteando con su pulsera.
—Bueno, no del todo… Pero Paula tiene razón, mamá. ¿Quizá el año que viene algo más moderno?
El corazón de Elena se encogió, pero asintió.
—Vale, Luchi. Por ahora, recibamos a los invitados.
***
La música y las risas de los amigos de Lucía llenaron el salón. Elena repartía canapés, evitando escuchar los susurros de Paula señalando el pastel. Su marido, Antonio, estaba en un rincón, absorto en su portátil. Su “proyecto urgente” siempre era más importante que la familia.
—Elena, ¿todo bien? —Antonio alzó la vista un instante—. El pastel está espectacular, como siempre.
—Gracias —forzó una sonrisa—. ¿Me ayudas con las bebidas?
—Ahora, solo termino un correo —volvió a hundirse en la pantalla.
Elena regresó a la mesa, donde Paula hablaba alto sobre “fiestas trendy”.
—En Barcelona hacen pasteles sin gluten ni azúcar, con matcha —proclamó—. ¡Eso es nivel! Pero esto… —señaló el pastel— parece cosa de abuela.
Algunos rieron. Lucía enrojeció pero calló, jugando con el mantel.
—Paula, es el pastel de mi madre —murmuró—. Se ha esforzado.
—¿Esforzarse? —Paula arqueó las cejas—. Esfuerzo no es lo mismo que estar en la onda. ¿Quieres que tus dieciocho parezcan una fiesta infantil?
Elena sintió arder sus mejillas. Quiso protestar, pero su mirada cayó sobre Lucía, que bajó los ojos, como aceptándolo.
***
Llegó el momento de soplar las velas. Elena llevó el pastel en una bandeja, sus manos temblaban. Los invitados enmudecieron, los móviles apuntando a Lucía. Las velas brillaban en los ojos de su hija, como en su infancia.
—Luchi, pide un deseo —Elena sonrió, con un nudo en la garganta.
—Espera —Paula interrumpió, su voz cortó el silencio—. ¿Son velas normales? ¡Luchi quería bengalas!
—¿Bengalas? —Elena se quedó helada—. Lucía, no me dijiste…
—¡Porque siempre haces lo que quieres! —estalló Lucía, su voz quebrada—. ¡Pedí algo simple, moderno, y tú con tus pasteles de boda! ¡Tengo dieciocho, no soy una niña!
Los murmullos crecieron. Elena sintió que el suelo cedía.
—Quería que te gustara —su voz era un hilo—. Es tu sabor favorito…
—¿Favorito? —Lucía soltó una risa amarga—. ¡Hace un año que no como frambuesas! Paula tiene razón, vives en tu mundo.
—Tranquila, Luchi —Paula le puso una mano en el hombro, como un director de orquesta—. Soplemos las velas y olvidemos esto. Total, nadie se lo comerá.
Elena buscó a Antonio, pero él solo encogió los hombros.
—Elena, no montes un drama. Que las chicas se diviertan.
—¿Divertirse? —su voz tembló—. Tres meses planeando esto. Ahorrando, aprendiendo técnicas nuevas… Y tú, Paula, ¿quién eres para decidir qué vale aquí?
Paula alzó la barbilla, su sonrisa era fría.
—Soy su amiga. Y tú… solo una madre que no entiende que su época pasó.
El silencio fue brutal. Lucía miraba al suelo.
—Lucía —Elena la miró—, dime algo. Es tu día. ¿Qué quieres?
Lucía calló, sus labios temblaban. Paula tosió, presionando.
—Mamá… quiero que sea como yo digo. Sin tus pasteles. Sin tus… expectativas.
Algo se rompió dentro de Elena. Recordó cuando, tras una pelea con Antonio, Lucía enfermó y ella hizo un pastel para verla sonreír. Entonces, su hija le abrazó: “Eres la mejor madre”. Ahora, de esa niña no quedaba nada.
—Bien —Elena se quitó el delantal—. Entonces no me necesitas.
Empujó la bandeja hacia la cocina. Alguien susurró: “Exagera”. Antonio por fin levantó la vista.
—Elena, ¿qué haces? Solo es un pastel.
—No es un pastel, Antonio —su voz era firme—.Elena cerró la puerta de la calle tras de sí, caminando bajo las farolas que apenas iluminaban su camino, mientras en el bolsillo de su abrigo la foto de Lucía de diez años seguía calentando su corazón roto.