**El Secreto Antiguo**
En la casa de Rodrigo y Ana reinaba la alegría. Hoy era la boda de su único hijo, Adrián, que se casaba con su amada Lucía. Adrián llevaba días sin dormir, mirando constantemente el reloj, temiendo llegar tarde o que algo saliera mal. Era su primer matrimonio, y los nervios lo consumían.
*”Este día lo he esperado toda la vida. Por fin podré llamar esposa a mi Lucía, mi amor eterno. Seremos felices juntos, ella me quiere tanto como yo a ella”*, pensaba el novio.
Lucía también despertó con el corazón ligero. Era el día más importante de su vida: su boda con Adrián.
*”Seguro que ya está despierto en su casa, nervioso como siempre”*, sonrió al imaginar a su futuro marido.
*”Hoy nos uniremos para siempre. Dormiremos y despertaremos juntos cada día. Nuestro amor ha vencido. Solo nos espera felicidad”*.
Pero la vida no es un camino de rosas, y en él se cruzan alegrías y penas, problemas que a veces parecen imposibles de resolver. Lo más difícil es superarlos sin perder a los que amas.
Al principio, los padres de ambos no recibieron con entusiasmo la elección de sus hijos. Cada uno creía que su hija merecía un marido excepcional, y su hijo, una esposa fuera de lo común. Pero los jóvenes hicieron oídos sordos. Eran felices juntos, y nada ni nadie podía cambiar eso.
La boda fue perfecta. La novia, radiante de felicidad, y el novio, orgulloso a su lado. Comenzó su vida en común. Adrián y Lucía soñaban con hijos, con una casa grande, con un futuro lleno de amor.
*”El primero será un niño”*, decía Adrián con seguridad. *”Un heredero”*.
*”Yo quiero una niña”*, replicaba Lucía. *”La vestiré con bonitos vestidos, como una muñeca”*.
Al final, coincidían en que, fuera niño o niña, sería su mayor alegría.
Pasó un año, y Lucía no quedaba embarazada. Los dos lo anhelaban, pero algo fallaba. Ella lloraba en silencio, temiendo que nunca llegara ese milagro.
Hasta que, año y medio después, llegó la noticia que tanto esperaban.
*”Adrián, vamos a tener un bebé”*, anunció Lucía, llegando de la clínica con lágrimas en los ojos.
La alegría inundó a todos. Padres, abuelos, tíos… Y en la fecha señalada, nació Javier, un niño moreno de pelo oscuro.
*”Te lo dije, el primero sería un niño”*, bromeó Adrián.
Recogieron a Lucía y al pequeño del hospital entre risas y regalos. Todos admiraban al recién nacido, aunque Rodrigo, el abuelo, no podía evitar fruncir el ceño cada vez que lo miraba.
*”Ana, ¿no te parece raro?”*, murmuró una noche. *”Nosotros somos rubios y de piel clara, y el niño es moreno”*.
*”Tonterías, Rodrigo. Los niños cambian. Con el tiempo, su pelo se aclarará”*, respondió su esposa, quitándole importancia.
Pero los meses pasaron, y Javier seguía siendo moreno. Adrián y Lucía lo adoraban, igual que su abuela. Rodrigo, sin embargo, no podía aceptarlo.
*”Adrián, ¿no ves que ese niño no se parece a nosotros?”*, estalló un día. *”¿Cómo puedes estar tranquilo?”*.
Adrián se encendió.
*”¿Estás insinuando que Lucía me ha sido infiel?”*.
*”En nuestra familia nunca hubo nadie así”*, insistió Rodrigo. *”Míralo bien”*.
*”No hables así de mi esposa”*, cortó Adrián, furioso.
Pero Rodrigo no se detuvo. A escondidas, tomó una muestra de saliva del niño y mandó hacer una prueba.
Días después, Adrián regresaba a casa con un pastel para celebrar el día en que conoció a Lucía. Su padre lo llamó.
*”Hijo, tenemos que hablar”*.
Al entrar, encontró a Rodrigo esperándolo con un papel en la mano.
*”Mira esto”*, dijo con frialdad. *”No hay coincidencia. Javier no es mi nieto”*.
Adrián palideció. Cuando Lucía llegó con el niño, la recibió con una mirada helada.
*”Eres una traidora”*, le escupió. *”¿Cómo pudiste hacerme esto?”*.
Lucía, confundida, lloraba pidiendo explicaciones. Él le arrojó el papel.
*”Ni siquiera sabes de quién es ese niño”*, la insultó. *”Recoge tus cosas y vete con tu madre”*.
Ella, sin mediar palabra, agarró lo esencial y se marchó con Javier.
Los días se volvieron grises. Adrián vivía enfurecido, Ana lloraba sin consuelo, y Rodrigo, satisfecho, creía haber destapado la verdad.
Hasta que Ana no pudo más.
*”Esto tiene que terminar”*, dijo, con la voz quebrada. *”Lucía no tiene la culpa”*.
Miró a Rodrigo a los ojos.
*”¿Recuerdas cuando nos casamos? Pasaron años sin que yo quedara embarazada. Fuimos a médicos, pero nunca te dije la verdad… Eres estéril, Rodrigo. Sabía que, si te enterabas, te irías para dejarme ser madre con otro. Pero yo no quería vivir sin ti. Así que mentí. Dije que el médico me mandó a un sanatorio… y allí concebí. El padre era un hombre de piel clara, pero su abuelo era moreno. Los genes saltaron generaciones”*.
Rodrigo estalló en ira. Adrián, en cambio, sintió alivio.
*”Mamá, gracias por decirlo. Lucía es inocente. ¿Y si no me perdona?”*.
Mientras Adrián corría a casa de sus suegros con flores, suplicando perdón, Rodrigo desapareció.
Un mes después, Ana escuchó la llave en la puerta. Era él, demacrado, con ojeras profundas.
*”Ana”*, susurró. *”Siempre fuiste mi única amor. Tenías razón… Debí callarme. No importa nada. Te amo, amo a nuestro hijo, amo a Javier. Empecemos de nuevo”*.
Ana lloró en sus brazos.
A veces, los secretos más oscuros deben salir a la luz… aunque el precio sea alto. Ana lo hizo para salvar la familia de su hijo. Y, al final, también la suya.