La historia de mi familia que se consumió como una vela y cómo quedé aquí, en el hogar de ancianos, olvidada por casi todos

Ay, niña, siéntate a mi lado, que quiero contarte una historia. No una cualquiera, sino una que te rompe el alma, como un trapo viejo desgarrado por el viento. Es la historia de mi familia, que se consumió como una vela, y de cómo terminé aquí, en esta residencia de ancianos, casi olvidada por todos.

Tuve cinco hijos, como los cinco dedos de una mano, cada uno distinto, con su destino y sus penas. Vivíamos en un pueblo pequeño, en una casa que aún guardaba los recuerdos de mis padres. Cuidé ese hogar con esmero, creyendo que la familia era un cimiento inquebrantable.

Pero con los años, todo empezó a resquebrajarse como el yeso de las paredes. La primera en irse fue Lucía, mi hija mayor. Se casó con un hombre de éxito, se mudó a Madrid, al bullicio de los negocios. Al principio llamaba, preguntaba por mí. Pero poco a poco, las llamadas se hicieron más esporádicas, hasta que dejó de contestar. Decía que estaba muy ocupada, que tenía mil cosas que hacer. Yo seguía esperando junto al teléfono, deseando que se acordara de su madre. Supe luego que había empezado una vida nueva, donde yo apenas era un fantasma del pasado. Fue la primera vez que sentí mi corazón quebrarse.

El segundo fue Miguel, mi hijo favorito. Tenía un alma tierna, pero un carácter inestable, como el viento frío del otoño. Sufría por su trabajo, se rodeaba de malas compañías. Intenté ayudarle, le daba de comer, le escuchaba, pero él solo se alejaba más. Una noche llegó borracho, discutimos, y me dijo palabras que aún me duelen. A la mañana siguiente, desapareció. Hace años que no sé nada de él.

La

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La historia de mi familia que se consumió como una vela y cómo quedé aquí, en el hogar de ancianos, olvidada por casi todos