¡Feliz aniversario, mi amor! El regalo sorpresa que lo dejó sin palabras

—¡Feliz aniversario, señora de la casa! —dijo solemnemente el hombre al entregarme una aspiradora para celebrar nuestros veinte años de matrimonio. Y a la mañana siguiente, mi “regalito” lo dejó sin palabras.

Imaginaos, chicas. Mi marido, Álvaro, y yo cumplíamos dos décadas juntos. ¡De porcelana! Veinte años casados no son ninguna tontería, ¿verdad? Es toda una vida.

Yo, claro, había esperado este día con ilusión. Soñaba con algo romántico, ya me entendéis. Quizá una cena en un restaurante, un viajecito o, al menos, un ramo de flores y palabras cariñosas.

Pasé el día preparando la casa, poniendo la mesa y vistiéndome con mi mejor vestido. Álvaro, desde temprano, andaba en sus “asuntos”, sonriendo con misterio. La verdad, yo esperaba algo especial.

Y entonces llegó. Solemne, como un general en un desfile. Y entró en casa con… dos cajas enormes.

—¡Feliz aniversario, cariño! —anunció.

Me tendió la más pequeña, y yo, conteniendo la emoción, la abrí. Dentro había… una aspiradora. Sí, chicas, nueva, moderna, con función de limpieza, pero ¡una aspiradora!

Me quedé paralizada. ¿Cómo era posible? ¿Una aspiradora para celebrar veinte años de matrimonio? ¿En serio? Álvaro, ignorando mi expresión atónita, arrastró la segunda caja, enorme, al salón.

—¡Y esto —dijo, quitando el envoltorio— es nuestro regalo compartido!

De dentro sacó un televisor de plasma gigante, de esos que ocupan media pared. Justo el que llevaba meses deseando. ¡Qué pillín!

Por la noche, mientras yo estaba en la mesa, él se sentó frente a su nuevo televisor, cambiando canales como un niño con juguete nuevo. Entre bocado y bocado de mi ensalada, me preguntó:

—¿Qué te parece, señora de la casa? Muy práctico, ¿no?

Esa palabra —”señora de la casa”— fue la gota que colmó el vaso. No soy su criada, soy su esposa. ¡Veinte años a su lado, y me regala una herramienta de trabajo mientras él se compra un juguete!

Me sentí humillada, como si solo fuese parte del mobiliario. Pero, chicas, no dejé que se notara. Sonreí dulcemente y dije:

—Gracias, amor. Un regalo maravilloso. Muy útil.

Estaba tan ensimismado con su televisor que ni notó el hielo en mi voz. Vaya error el suyo…

No pegué ojo en toda la noche. Y para la mañana, tenía un plan. Tal vez audaz, pero justo.

En el armario guardaba un costoso perfume, su regalo de aniversario. Pero después de la aspiradora y el “señora de la casa”, decidí que no lo merecía. No, esta vez, él recibiría otra sorpresa.

Me levanté antes que él y saqué dos cajas bonitas que había preparado. En una puse un reluciente cubo de basura; en la otra, un desatascador de baño. Las envolví con lazos elegantes.

Cuando Álvaro apareció en la cocina, aún adormilado, se las entregué con mi mejor sonrisa.

—¡Feliz aniversario, amor! Esto es para ti.

Al desenvolverlas, su expresión fue inolvidable. Confundido, miró el cubo y el desatascador, luego a mí, buscando lógica en aquel absurdo.

—¿Esto… qué es? —murmuró.

—¡Un regalo, cielo! —respondí con dulzura—. Para el hombre de la casa. Muy práctico, ¿no? Tú te encargas de la basura y los atascos, así que pensé que merecías herramientas nuevas.

Se quedó callado, pero el rubor en su cuello y la tensión en su mandíbula delataron que había entendido. Todo: la aspiradora, el “señora de la casa”, su falta de tacto. Se vio reflejado en el espejo que yo le había puesto delante…

Esa misma tarde volvió a casa con un ramo enorme de rosas y entradas para el teatro. El cubo y el desatascador siguen en el trastero, como recordatorio de su “práctica” mentalidad. Y, curiosamente, desde entonces, saca la basura sin que se lo pida.

Moraleja: a veces, un pequeño golpe de realidad es necesario para que alguien valore lo que tiene. Y, de paso, aprende a no regalar electrodomésticos en un aniversario.

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