Quería hacerle una propuesta… pero se fue después de ocho años, como si no existiera.

Quería pedirle matrimonio… pero se fue después de ocho años, como si nunca hubiera existido.

Hola. Sé que en estos relatos casi siempre escucháis la voz de las mujeres, pero hoy le toca a un hombre. Porque yo soy uno de esos que no solo perdió un amor, sino una parte entera de su vida. Me llamo Javier, tengo veintiocho años, soy de Sevilla y todavía no salgo del asombro por lo que ha pasado.

Con Lucía estuvimos juntos ocho años. Toda una vida, si lo piensas bien. Nos conocimos en la universidad, cuando teníamos veinte. Juntos nos mudamos, nos apoyamos en los malos momentos, ahorramos para viajes, discutimos qué muebles comprar, enterramos a mi abuela y nos reímos con las películas antiguas. Creí que lo nuestro no era solo amor, sino un verdadero equipo. Algo sólido, maduro, seguro. Y me equivoqué.

Hace un mes decidimos tomarnos un tiempo. Supuestamente, para ver si podíamos vivir el uno sin el otro. En ese momento me pareció razonable. No había señales de alarma: no discutíamos, no nos hacíamos daño. Según ella, «algo dentro de ella había cambiado» y ya «no estaba segura de sus sentimientos».

Acepté. Qué tonto. Pensé: «Una semana o dos, y todo volverá a la normalidad». Desde el primer día fue un suplicio. No podía dormir en nuestra cama sin ella, evitaba la cocina donde tomábamos el café por las mañanas, ni siquiera pasaba por la tienda donde compraba su tableta de chocolate favorita. Lo entendí rápido: no podía estar sin ella.

Empecé a escribirle. A llamarla. Le mandé flores con una nota: «Perdón si te hice daño. Vuelve. Sin ti nada tiene sentido». La invité a cenar; dijo que no. Le enviaba mensajes cada mañana y noche: «Buenos días, ¿cómo estás?», «Te echo de menos…». Las respuestas eran frías, educadas. Nada más. Sentía que la perdía un poco más cada día.

Le pregunté directamente: «¿Ya no quieres estar conmigo?». Me respondió: «Necesito espacio». Lo respeté. Nadie puede obligar a amar. Me retiré, pero mi corazón no. Seguí esperando. Al fin y al cabo, tenía planes… Quería pedirle matrimonio este verano. Había comprado un anillo. Incluso elegí el lugar: ese puente donde nos dimos nuestro primer beso. Soñaba con arrodillarme y preguntar: «¿Te casarías conmigo?». Imaginar su llanto de felicidad y su «sí».

En vez de eso, recibí un mensaje. Un SMS corto y distante: «Lo siento, pero no tenemos futuro. Por favor, no me escribas más».

En ese instante, el suelo desapareció bajo mis pies. Todo se encogió por dentro. Me quedé en la cocina, mirando una taza vacía, sin poder respirar. Ocho años juntos. Conocía sus costumbres, su olor, el sonido de su voz al dormir. La amaba con locura, con ternura, con devoción. Y de pronto… fue como si me borraran del mapa. Sin explicación. Sin motivo.

No sé si hay alguien más. Que yo sepa, no. No hubo peleas, ni rencores. Éramos un equipo. Creí que avanzábamos en la misma dirección. Pero resulta que yo corría hacia adelante, y ella ya había vuelto atrás.

Ahora estoy en un piso vacío donde todo me recuerda a ella: su taza favorita con una grieta, su libro en la mesilla, su pinza en el borde de la bañera. Intento seguir adelante, pero por ahora no puedo. Leo artículos sobre rupturas, consejos de psicólogos, historias de otros hombres… Nada ayuda.

Lo único que quiero es entender: ¿por qué? ¿Cómo se tiran a la basura ocho años así? ¿Cómo se deja de querer? ¿O acaso solo fui cómodo, como una camiseta vieja: suave, conocida, pero ya aburrida?

Duele. No sé qué hacer. Todos dicen: «el tiempo lo cura», pero por ahora solo araña. Cada día es como lija sobre el alma.

Escribí esto porque ya no aguanto el silencio. Quizá alguien lo lea y se vea reflejado. A lo mejor alguien entiende lo que duele que te dejen no a los tres meses, sino después de casi una década. Y si estás en este mismo pozo, recuerda: no estás solo. Estamos aquí. Los que amamos de verdad. Los que soñamos. Los que creímos. Y los que no fueron elegidos.

Me llamo Javier. Y solo intentaba amar.

Rate article
MagistrUm
Quería hacerle una propuesta… pero se fue después de ocho años, como si no existiera.