Lo amo, pero no quiero que el niño se quede sin padre.

Hola. Me llamo Lucía Martínez, y estoy en una encrucijada que no solo define mi vida, sino también la de otras dos personas. Tengo veintinueve años, vivo en Valladolid, trabajo en un pequeño despacho de abogados, tengo amigos, familia… pero mi corazón pertenece a un hombre con el que no puedo estar abiertamente. Y no es un simple drama amoroso. Es un tormento que dura ya un año.

Con Adrián estuvimos juntos tres años. Jóvenes, enamorados, sin preocupaciones. Discutíamos, nos reconciliábamos, hacíamos planes. Yo creía que era el hombre de mi vida, y él decía que sin mí no podía respirar. Éramos felices, hasta que un día discutimos por una tontería, una estupidez sin importancia. Los dos nos enfadamos, los dos nos fuimos con el orgullo por delante, nadie dio el primer paso. Éramos demasiado tercos y demasiado jóvenes.

Pasaron varios meses. Yo le echaba de menos. Miraba el móvil, esperando un mensaje. No escribí, no llamé… demasiado orgullosa. Y entonces me enteré de que había empezado a salir con otra. Una chica del despacho de al lado, callada, discreta… y a los dos meses, embarazada. Sentí como si me arrancaran el corazón. Recuerdo que me quedé mirando por la ventana, con un vacío en el pecho, como si un viento helado se hubiera instalado dentro de mí.

Cuando nació su hija, reuní el valor para llamarle, solo para felicitarle. Se quedó callado un momento, y luego dijo:
—No te imaginas lo feliz que me hace escucharte. ¿Quedamos?

No sé por qué dije que sí. Solo quería mirarle a los ojos. En el café apenas hablamos. Nos miramos, en silencio, y en ese silencio estaba todo: amor, dolor, arrepentimiento. Me cogió la mano, y yo lloré sin hacer ruido.

Desde entonces, empezamos a vernos. Poco, con cuidado, como si tuviéramos miedo de nosotros mismos. Un año llevamos así, a escondidas, pero te lo digo claro: nunca hubo intimidad entre nosotros. No podía. Cada vez que pensaba en su hija, en esa niña que le esperaba en casa con los ojos de su madre, se me encogía el alma.

Él se quejaba a menudo de que en casa era insoportable. Que con la madre de su hija no le unía nada, excepto la pequeña. Que ya no sentía nada. Que soñaba conmigo. Y más de una vez me preguntó:
—¿Y si lo dejo? ¿Si vuelvo? ¿Me aceptarías?

Y yo callaba. Porque no sabía qué decir. Porque en ese momento, por mucho que le amara, no veía solo a un hombre, sino a un padre. Y a una niña —Sofía— que aún no sabe hablar, pero que ya reconoce la sonrisa de su papá, el olor de su chaqueta, cómo la abraza antes de dormir.

¿Cómo puedo romper eso? ¿Cómo puedo ser la razón por la que una niña crezca sin su padre cerca?

Sí, puede que no se amen. Puede que solo estén juntos por la niña. Pero ¿es eso un crimen? Cuántas familias así hay, y todas siguen adelante. Algunas con el tiempo lo solucionan, otras aprenden a quererse de otra forma… ¿Y si yo rompo esa familia? ¿Seré feliz sabiendo que Sofía crece sin su padre?

Tengo miedo. Me duele. Sueño con él, me duermo pensando en él, no puedo mirar a otros hombres. No quiero a nadie más. Él es mi aire. Pero no sé si tengo derecho a esa felicidad.

A veces pienso: ¿y si esa niña fuera yo? ¿Si otra mujer se hubiera llevado a mi padre? Recuerdo demasiado bien cómo fue crecer sin él. Y no quiero que nadie más pase por eso.

Adrián espera una respuesta. Cada vez habla más de dejarlo todo. Me pide:
—No te calles. Dime qué quieres. Lo dejo todo. Solo dime que sí…

Y yo… no sé qué decir.

No sé cuál es la respuesta correcta. La cabeza me dice una cosa: dejarlo como está. No interferir, no romper nada, ser fuerte. Pero el corazón me grita, me suplica que no le suelte.

Si estás leyendo esto, si has pasado por algo parecido… dime, ¿qué hago? ¿Se puede construir la felicidad sin destrozar la de otros? ¿O acaso el amor siempre le hace daño a alguien?

Le quiero. Pero no quiero que su hija crezca sin padre.
Y creo que, por primera vez en mi vida, tengo miedo de verdad.

Rate article
MagistrUm
Lo amo, pero no quiero que el niño se quede sin padre.