Hoy entendí lo que es la felicidad.
De camino a casa, Mariana agradecía al destino. Al menos su hija mayor, Lucía, sería feliz. Ella misma no había tenido suerte en la vida, pero no se arrepentía de nada. Todo ocurría como debía ser, como si fuera parte de un plan divino.
*Estaba escrito que conocería a Jorge, y así fue. Me enamoré y me casé con él. Tuve a Lucía, pero él quería un hijo. Quería hacerlo feliz, así que volví a quedarme embarazada y nació Daniel. Pero justo después de su nacimiento comenzaron las desgracias. Daniel vino al mundo con una discapacidad, condenado a una silla de ruedas de por vida.* Mariana suspiró hondo al abrir la puerta del portal.
*Jorge supo el diagnóstico de nuestro hijo, recogió sus cosas y se fue, dejándome con una última frase: “No cuentes con mi ayuda”.*
Mariana se sintió derrotada. Su hija tenía seis años, su hijo estaba enfermo. Lloraba por las noches, hundida en la almohada, preguntándose si podría seguir adelante. *”¿Por qué a mí? ¿Qué hice para merecer esto?”*
Pero un día, endureciendo su voluntad, decidió: *”Llores o no, tengo que sacar a mis hijos adelante. Nadie vendrá a ayudarme. Esta es mi vida, este es mi dolor”.*
Lucía empezó el colegio, y mientras, Mariana dedicaba todo su amor y esfuerzo a Daniel. Él adoraba a su madre y a su hermana, y Lucía, cada tarde, se ocupaba de él para que Mariana pudiera descansar o hacer las tareas del hogar. Así vivieron los tres, creciendo entre abrazos y cariño. Mariana tuvo suerte: encontró trabajo desde casa para no dejar solo a Daniel. Lucía creció y la ayudó. El tiempo pasó.
Al abrir la puerta de su piso con la llave, Mariana vio a su hija girando frente al espejo, vestida de novia. Sus ojos se llenaron de lágrimas al contemplarla. *”Mi niña ya es una mujer, una belleza. Logré criarla y darle estudios, y ahora se casa con Adrián, un buen chico, responsable, con su propio piso…”*
—Lucía, ¡qué hermosa estás! Adrián se quedará sin aliento cuando te vea con este vestido. Pero, ¿no es pronto para comprarlo? Dicen que trae mala suerte.
—¡Ay, mamá! Siempre sabes cómo arruinarme el momento. No es pronto. Adrián tiene contactos en el registro civil, así que no tardaremos en casarnos —dijo Lucía, quitándose el vestido.
—Bueno, es solo una superstición. Todo irá bien, pero no le enseñes el vestido a Adrián antes de la boda.
Mariana entró en la habitación de Daniel, quien le sonrió al verla. Después de hablar un rato con él, fue a la cocina. *”Qué rápido ha crecido Lucía. Ya está enamorada y a punto de casarse. Adrián parece un buen hombre, me cayó bien desde el primer día. El corazón de una madre no se equivoca.”* Recordó sus palabras solemnes: *”Amo a su hija y juro que nunca le faltará nada. Será feliz a mi lado. Quiero una boda grande, con todos nuestros amigos. No se preocupe, yo me encargo de todo. Tengo un buen trabajo.”*
—Adrián, ahora estoy tranquila —sonrió Mariana, agradeciendo a Dios por haber enviado a un hombre así a la vida de su hija.
Faltaba poco para la boda cuando Mariana empezó a sentirse mal: debilidad, mareos… Fue al médico, se hizo análisis. El doctor, revisando los resultados, le dijo:
—No quiero alarmarla, pero necesita más pruebas.
El miedo la paralizó. *”¿Y si es algo grave? Lucía ya tiene su vida, pero Daniel… No puede quedarse solo.”*
Compartió sus temores con su hija.
—¿Y si me pasa algo? Daniel no puede estar solo. Tiene quince años, pero necesita cuidados. ¿Cómo voy a hacerme las pruebas?
—Mamá, no digas eso. Todo saldrá bien. ¿Crees que no puedo cuidar de Daniel? Mientras estés en el hospital, me quedaré en casa con él.
—Pero tu boda… —preguntó Mariana, angustiada.
—No importa. Adrián la pospondrá.
Y así fue. Mariana se sometió a las pruebas. Días después, esperaba los resultados finales en el hospital, consumida por el miedo. *”¿Qué será de Daniel si yo muero?”*
El médico entró con una sonrisa.
—Querida, no se torture. No tiene nada grave, solo un pequeño tumor benigno. No necesita operación. Con tratamiento, vivirá muchos años. Solo deberá hacerse revisiones periódicas.
Mariana no sabía si reír o llorar. Pero en el camino a casa, la duda la asaltó. *”¿Me estará ocultando algo?”*
Al llegar, Lucía la esperaba ansiosa.
—¿Qué dijo el médico?
Mariana le contó sus sospechas, pero su hija la tranquilizó.
—No te preocupes, mamá. Todo saldrá bien.
Sin embargo, los pensamientos de Mariana no la dejaban en paz. *”¿Y si empeoro? ¿Y si muero? ¿Quién cuidará de Daniel?”*
Días después, llamó a Lucía.
—Hija, necesito hablar contigo.
Lucía, sabiendo lo impresionable que era su madre, acudió rápido.
—¿Qué pasa, mamá?
—He pensado mucho. No tengo a nadie más que a ti y a Daniel. Prométeme que, si me ocurre algo, no abandonarás a tu hermano.
—¡Mamá! Ya te dije que lo amo y nunca lo dejaré. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?
—Me quedaré tranquila si formalizas la tutela legal de Daniel para después de mi muerte —dijo Mariana con firmeza.
Lucía sabía que no había forma de disu