**Diario Personal: Un Extraño Dijo Ser Mi Prometido Tras Perder la Memoria — Pero la Reacción de Mi Perro Reveló la Verdad**
Nunca piensas que algo terrible te va a pasar. Era una tarde cualquiera. Volvía a casa después de quedar con una amiga, escuchando música, cantando, feliz. Pero en un instante, todo cambió. Un coche apareció a toda velocidad en una curva y chocó contra el mío. El impacto fue lo último que recordé.
Desperté en el hospital. Los médicos me dijeron que había estado en coma durante una semana y media. Dijeron que tuve suerte de no quedar discapacitada después de un accidente así. Pero no me sentía afortunada. Tenía amnesia parcial. Recordaba a mi familia, a mis amigos más cercanos, a mi perro.
Algunos recuerdos seguían ahí, pero no recordaba dónde trabajaba. No sabía la dirección de mi casa, aunque recordaba cómo era. Pero lo más importante era que no recordaba a *él*. Al hombre que, según los médicos, había estado a mi lado todos los días del coma.
El hombre que vi al despertar. El que decía ser mi prometido. *Álvaro*, así se llamaba. Lo miré y solo vi a un desconocido.
—¿Por qué no me recuerda? Recuerda a su familia, a sus amigos, ¿por qué no a mí? —preguntó Álvaro al médico.
—Con la amnesia parcial, a veces ocurre. El paciente pierde solo parte de sus recuerdos —explicó el médico.
—Llevamos casi un año y medio juntos. Estamos comprometidos. Planeábamos la boda. ¿Qué hago ahora? —insistió Álvaro.
—Háblele de su relación, muéstrele fotos, quizá eso le ayude a recuperar la memoria —sugirió el médico.
—¿Quizá? ¿Y si no funciona? —preguntó Álvaro.
—Ya se enamoró de usted una vez, quizá lo haga de nuevo —dijo el médico antes de irse.
Después de eso, Álvaro nunca venía con las manos vacías. Traía fotos, regalos que me había hecho, me contaba cómo nos conocimos, nuestras citas, cómo nos mudamos juntos. Pero…
—Lo siento, no recuerdo nada de esto —le dije.
—No pasa nada, lo superaremos juntos —me tranquilizó, tomándome la mano.
Mi madre no dejaba de cuestionarme, incluso en el hospital.
—¡No me lo puedo creer! ¡No me dijiste nada de Álvaro! —decía.
—Mamá, por favor, no recuerdo nada. ¿Qué quieres que te diga? —respondía.
—Álvaro dijo que ibas a decírmelo después de que te pidiera matrimonio, pero el accidente ocurrió antes. No sé si me lo creo. Siempre has sido tan reservada —murmuraba ella.
Esto duró días. Historias de Álvaro, quejas de mi madre, hasta que el médico dio el alta. Álvaro me recogió y fuimos a *nuestra* casa.
No veía el momento de ver a *Trufo*, mi perro. Lo había echado tanto de menos que no podía explicarlo. Al llegar, ya escuché sus ladridos, tan emocionado como yo.
Pero en cuanto Álvaro abrió la puerta, Trufo salió disparado y se abalanzó sobre él, ladrando y tratando de morder.
Trufo era un Jack Russell, pequeño, y jamás se había comportado así con alguien que conocía.
—¡Aparta a este maldito perro! —gritó Álvaro, intentando esquivarlo.
—¡Trufo! ¡Ven aquí! —ordené, pero no me hizo caso. —¡Ven! —dije con más firmeza.
Trufo vino, moviendo la cola, pero siguió ladrando a Álvaro. —Calla, basta —dije, levantándolo.
Dejó de ladrar, pero solo un momento. En cuanto me acerqué a Álvaro, empezó de nuevo, intentando soltarse.
—Déjalo en el jardín —dijo Álvaro.
—¿Por qué? —pregunté.
—¡Porque quiere comerme! —contestó, como si fuera obvio.
—No lo entiendo. Dijiste que vivíamos juntos. ¿Por qué actúa así contigo? —pregunté.
—No sé, nunca le he caído bien. Mientras estabas en el hospital, tu madre lo cuidó. Quizá se olvidó de mí —explicó.
Arrugué el ceño pero no dije nada. Llevé a Trufo al jardín y jugué con él una hora. Lo había echado tanto de menos… y él a mí. La excusa de Álvaro no tenía sentido.
Yo había estado en el hospital, pero Trufo no se olvidó de mí. Al entrar, empezó a ladrar de nuevo, sin parar. Me dolía la cabeza.
—Esto es muy raro —dije.
—¿Qué? —preguntó Álvaro.
—El comportamiento de Trufo. Nunca fue así —respondí.
—No sé, es un perro. No se les entiende —murmuró.
—¿Dónde está mi móvil? —pregunté. No lo había pensado hasta entonces.
—Se rompió en el accidente. Mañana te compro uno nuevo —dijo.
—Vale, porque quiero ver a *Laura* —dije.
—Eh… no creo que sea buena idea —respondió.
—¿Por qué? —pregunté.
—El médico dijo que necesitas descansar —mintió.
—No dijo eso. ¿Que no puedo ver a mi amiga? —repliqué.
—Espera un poco —insistió.
La situación me molestaba cada vez más. No recordaba a Álvaro, Trufo actuaba como si fuera un extraño, y ahora no podía ver a mis amigos.
—Voy a dormir en otra habitación, con Trufo, si no te importa —dije. De pronto, me daba miedo compartir cama con Álvaro.
—¿Por qué no puede dormir fuera? —preguntó.
—Porque es un perro de casa. No vive en la calle —respondí.
—Siempre lo dejábamos fuera —dijo.
Eso me hizo fruncir el ceño otra vez. *Jamás* habría dejado a Trufo fuera. No era propio de mí.
Dormí en la habitación de invitados con Trufo, y Álvaro en la principal. Así me sentía más segura.
Álvaro me compró un móvil nuevo, pero cambió el número y no pude contactar con Laura. Tampoco recordaba las contraseñas de mis redes. Me sentía atrapada, como en una jaula, porque solo salía con Álvaro.
Seguí mirando nuestras fotos, sin recordarlo. Era como si nunca hubiera existido. Pero Álvaro insistía en que mi memoria volvería. También quería que nos casáramos pronto. Decía que me amaba demasiado para esperar. Pero… ¿casarme con un desconocido?
Un día, escuché a Álvaro hablar con alguien en la puerta. No vi quién era, pero parecía enfadado.
—¡Te dije que aún no es el momento! —gritó antes de cerrar de golpe.
—¿Quién era? —pregunté.
—Se confundieron de dirección —dijo.
Una hora después, Álvaro se fue a trabajar y yo me quedé con una ansiedad creciente. Necesitaba entender qué pasaba. ¿Por qué no lo recordaba? ¿Por qué Trufo reaccionaba así? ¿Por qué no podía ver a mis amigos?
Registré sus cosas, pero no encontré nada sospechoso. Hasta que llamaron a la puerta. Era Laura. Corrí a abrazarla.
—Tengo miedo —confesé.
—No me dejaba verte —dijo ella.
—No entiendo nada —murmuré.
—Mira, *Claudia*, escucha bien. Álvaro no existe —declaró Laura.
—¿Qué? —me quedé helada.
—Intenté buscarlo, pero no hay nadie con ese nombre —explicó.
—¿Cómo? No entiendo… —balbuceé.
—Dos opciones: o no le contaste a nadie,