Un extraño dijo ser mi prometido tras perder la memoria, pero mi perro reveló la verdad

Un extraño dijo ser mi prometido tras perder la memoria, pero la reacción de mi perro reveló la verdad.

Tras un accidente que cambió mi vida, desperté sin recuerdos y con un desconocido a mi lado, afirmando ser mi prometido. No lo recordaba, pero confié en él… hasta que el comportamiento extraño de mi perro hizo que lo cuestionara todo. ¿Era realmente quien decía ser o alguien más?

Nadie cree que lo peor pueda pasarle. Era una tarde cualquiera. Volvía a casa después de quedar con una amiga, escuchando música, cantando, feliz.

Pero en un instante, todo cambió. Un coche apareció a toda velocidad en una curva y chocó contra el mío. El impacto fue lo último que recordé.

Desperté en el hospital. Los médicos me explicaron que había estado en coma durante una semana y media. Dijeron que tuve suerte de no quedar discapacitada tras el accidente. Pero no me sentía afortunada.

Tenía amnesia parcial. Recordaba a mi familia, a mis amigos más cercanos, a mi perro. Algunos recuerdos seguían ahí, pero no sabía dónde trabajaba. No recordaba mi dirección, aunque sí cómo era mi casa.

Lo más importante: no lo recordaba a él. Al hombre que, según los médicos, había permanecido a mi lado todos los días del coma.

El hombre que vi al despertar. El que decía ser mi prometido. Jorge, así se llamaba. Lo miré y solo vi a un extraño.

—¿Por qué no me recuerda? Sabe quiénes son su familia, sus amigos… ¿por qué no yo? —preguntó Jorge al médico.

—En casos de amnesia parcial, a veces ocurre. La paciente pierde solo fragmentos de su memoria —explicó el doctor.

—Llevamos casi año y medio juntos. Estamos comprometidos. Planeábamos la boda. ¿Qué hago ahora? —insistió Jorge.

—Háblele de su relación, muéstrele fotos… quizá eso ayude —sugirió el médico antes de salir.

Desde entonces, Jorge nunca llegaba con las manos vacías. Traía fotos, regalos que me había hecho, contaba cómo nos conocimos, nuestras citas, cómo nos mudamos juntos. Pero…

—Lo siento, no recuerdo nada de esto —le confesé.

—No importa, saldremos adelante —dijo, tomándome la mano.

Mi madre no dejaba de interrogarme, incluso en el hospital.

—¡No puedo creer que no me hablaras de Jorge! —exclamó.

—Mamá, no recuerdo nada. ¿Qué quieres que te diga? —respondí.

—Jorge dijo que ibas a contármelo tras el compromiso, pero el accidente ocurrió antes. Eres tan reservada… —murmuró.

Así pasaron días: historias de Jorge, quejas de mi madre, hasta que el médico me dio el alta.

Jorge me recogió y fuimos a mi casa… o más bien, a nuestra casa.

No veía el momento de abrazar a Canelo, mi perro. Lo había echado tanto de menos que no podía explicarlo. Al llegar, ya escuché sus ladridos, tan emocionado como yo.

Pero en cuanto Jorge abrió la puerta, Canelo salió corriendo y lo atacó, ladrando y tratando de morderlo. Era un Jack Russell, pequeño, y jamás se había comportado así con alguien conocido.

—¡Apártalo de mí! ¡Cálmalo! —gritó Jorge, esquivándolo.

—¡Canelo! ¡Ven aquí! —ordené, pero no me hizo caso hasta que endurecí la voz.

Vino moviendo la cola, pero seguía gruñendo hacia Jorge. —Tranquilo —dije, alzándolo. Se calmó un momento, pero en cuanto me acerqué a Jorge, se revolvió de nuevo.

—Mételo en el jardín —pidió Jorge.

—¿Por qué? —pregunté.

—¡Porque intenta morderme! —contestó, como si fuera obvio.

—Dijiste que vivíamos juntos. ¿Por qué actúa así contigo? —insistí.

—Nunca le caí bien. Mientras estabas en el hospital, tu madre lo cuidó. Quizá se olvidó de mí —dijo.

No dije nada. Llevé a Canelo al jardín y jugamos una hora. Lo había extrañado tanto… y él, a mí. La explicación de Jorge no tenía sentido. Yo estuve ausente, y Canelo no me olvidó.

Al entrar, Canelo volvió a ladrar sin parar. Me dolía la cabeza.

—Esto es raro —comenté.

—¿Qué? —preguntó Jorge.

—Canelo nunca se comportó así —dije.

—Es un perro, no hay que darle más vueltas —respondió.

—¿Dónde está mi móvil? —pregunté. No lo había extrañado hasta entonces.

—Se rompió en el accidente. Mañana te compro uno nuevo —contestó.

—Vale, porque quiero ver a Lucía —dije.

—No creo que sea buena idea —replicó.

—¿Por qué? —inquirí.

—El médico dijo que debes descansar —argumentó.

—No mencionó eso. ¿Ahora no puedo ver a mis amigas? —protesté.

—Espera un poco —insistió.

La situación me inquietaba cada vez más. No recordaba a Jorge, Canelo lo trataba como un intruso, y ahora no podía ver a mis amigos.

—Dormiré en otra habitación, con Canelo, si no te importa —anuncié. De repente, me daba miedo compartir cama con Jorge.

—¿Por qué no puede dormir fuera? —preguntó.

—Porque es un perro de casa. No vive en la calle —respondí.

—Siempre lo dejábamos fuera —dijo.

Eso me hizo fruncir el ceño. Jamás habría abandonado a Canelo afuera. No era propio de mí.

Dormí en la habitación de invitados con Canelo. Me sentí más segura así.

Jorge me compró un móvil nuevo, pero cambió el número. No pude contactar a Lucía. Tampoco recordaba las contraseñas de mis redes. Me sentía atrapada, como en una jaula, pues solo salía con Jorge.

Repasaba nuestras fotos sin reconocerlo. No había rastro de él en mi memoria, como si nunca hubiera existido.

Jorge insistía en que pronto recordaría. También en casarnos pronto. Decía que me amaba tanto que no podía esperar. ¿Pero cómo casarme con un extraño?

Un día, escuché a Jorge discutir en la puerta. No vi con quién, pero parecía molesto.

—¡Te dije que aún no es el momento! —gritó antes de cerrar de golpe.

—¿Quién era? —pregunté.

—Se equivocaron de dirección —mintió.

Una hora después, Jorge salió a trabajar. Me quedé con una ansiedad creciente. Necesitaba respuestas. ¿Por qué no lo recordaba? ¿Por qué Canelo lo odiaba? ¿Por qué no me dejaba ver a mis amigos?

Registré sus cosas sin encontrar nada sospechoso.

Entonces, llamaron a la puerta. Era Lucía. Corrí a abrazarla.

—Tengo miedo —confesé.

—No me dejaba verte —dijo ella.

—No entiendo nada —murmuré.

—Marta, escucha. Jorge no existe —reveló Lucía.

—¿Qué? —me quedé helada.

—Busqué información sobre él. No hay rastro de esa persona —explicó.

—Pero… ¿cómo?

—Nunca lo mencionaste. Solo hay dos opciones: o lo ocultaste a todos, o Jorge miente —dijo Lucía.

—Creo que jamás estuve con él. Canelo lo odia. ¿Qué hago? —pregunté.

Pero antes de que respondiera, llegó un mensajero con un sobre grande. Lo firmé y entramos a revisarlo.

Dentro había un contrato matrimonial. Al leerlo, todo cobró sentido.

Estipulaba que, en caso de divorcio

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