**Cómo salvar a un marido**
Si alguien mirara desde fuera, la familia de Julia y Antonio parecería respetable, tranquila y unida. Antonio no bebía, salvo en festividades, y siempre con moderación. No fumaba y, en once años, jamás alzó la mano contra su mujer.
Solo hubo un incidente, pero Julia creía que fue culpa suya y a veces se lo contaba a su amiga:
—Una vez, hace mucho, discutimos. Me enfadé tanto que intenté golpearle. Imagínate, una mujer frágil como yo contra un hombre fuerte. ¿En qué estaría pensando? Él solo me sujetó las manos con suavidad y me sentó en el sofá. Otro le habría devuelto el golpe o le habría dado una lección. Ahí entendí que me había equivocado y juré no volver a hacerlo.
—¿En serio, Julita? Tu Antoño podría apartarte de un manotazo si quisiera —decía Rita—. Vamos, ¿cómo va a ganar una mujer a un hombre?
Para ambos era su segundo matrimonio. Julia se divorció de su primer marido porque bebía demasiado y armaba escándalos. Llegaba tarde del trabajo, despertaba a su hija y le daba igual. Harta de los gritos, Julia pidió el divorcio y se mudó con sus padres.
—Hiciste bien, hija —la apoyaba su madre—. En cinco años no viviste nada bueno con él. Criaremos a Alinita y tú encontrarás tu felicidad. Eres una mujer hermosa, lo sabes.
Cuando Alina cumplió doce años, Julia se casó con Antonio. Se conocieron en el cumpleaños del marido de Rita, celebrado en un bar. Él se acercó con una sonrisa:
—Veo que estás aburrida. ¿Bailamos?
Era alto —Julia apenas le llegaba al hombro—, guapo y tranquilo, al menos esa fue su primera impresión.
—No estoy aburrida —respondió ella—, pero bailaré encantada.
Así empezó su relación. Rita se alegró: por fin su amiga no estaba sola. Julia vivía con su hija en un piso de tres habitaciones heredado de su abuela, una mujer enferma que había vivido sola.
El piso era pequeño, en un edificio antiguo, pero Julia estaba contenta: tenía su hogar y Alina su propia habitación. Pronto, Antonio se mudó con ellas, pues él vivía con su madre.
Su primer matrimonio tampoco había sido fácil. Vivió con su madre y su esposa, Vera, pero no se llevaban bien. Las discusiones eran constantes, casi llegaban a las manos.
—Antoño, ¿dónde encontraste a esa alborotadora? —le reprochaba su madre—. Es imposible vivir con ella.
—Antonio —exigía Vera—, no soporto a tu madre. Busquemos otro piso o no respondo de mí.
Ella era impulsiva y además estaba embarazada. Se mudaron y nació su hijo. Antonio ayudaba, pero Vera nunca estaba contenta:
—No hay dinero, el niño necesita ropa. Ve a la compra, haz la cena, estoy agotada.
Él accedía, pero su madre se quejaba: Vera no le dejaba ver a su nieto.
—Antoño, ¿cómo es posible? Esa mujer no me deja…
—Mamá, tranquila, el fin de semana iré con el niño.
Vera mandaba a su marido con el niño a casa de su suegra y salía con amigas, llegando tarde y, a veces, oliendo a alcohol. Antonio lo odiaba. Discutían. Los fines de semana, Vera empezó a desaparecer. Una vez no volvió a casa. Antonio tuvo que llevar al niño a su madre antes de ir al trabajo.
Cuando el niño cumplió cuatro años, Vera anunció:
—Me voy. Eres un niño de mamá. Necesito un hombre de verdad y ya lo he encontrado.
Antonio regresó con su madre, una mujer difícil. Ninguna mujer le parecía digna de su hijo.
Al principio, Julia y Antonio vivieron felices. Lo único que estropeaba la paz era la suegra. No le gustaba que su hijo se hubiera casado con una mujer que ya tenía una hija. Aunque Alina era una niña tranquila, incluso la llamaba «abuela».
—¿Abuela? Tienes la tuya, yo no soy tu familia —le espetó la suegra. La niña se ofendió y nunca más lo repitió.
Julia aguantó. Sabía que tenía razón: Alina no era su nieta. La niña pasaba mucho tiempo con los abuelos maternos.
Los años pasaron. Alina terminó el instituto y se marchó a otra ciudad a estudiar. Julia y Antonio no tuvieron hijos. Con la suegra, la relación nunca mejoró, aunque Julia ignoraba sus comentarios.
Con el tiempo, Julia notó un cambio en Antonio. CocCon el tiempo, Julia comprendió que la única forma de salvar su matrimonio era que Antonio rompiera el cordón invisible que lo ataba a los celos y manipulaciones de su madre, así que una tarde, mientras preparaba la cena, lo miró a los ojos y le dijo con calma: “Antonio, elige hoy si quieres ser mi marido o seguir siendo el hijo de tu madre”.