**La Obra de Teatro**
Lucía hoy esperaba con ansias que terminase la jornada laboral, soñando con salir de la oficina y encontrarse con su amado marido para ir juntos a su cafetería favorita. Allí se habían conocido exactamente ese mismo día, pero cinco años atrás.
Salió como un rayo del trabajo y lo vio esperándola junto al coche, con una sonrisa de oreja a oreja.
—Hola, Pepito —se abrazó a él, mientras él le daba un beso en la mejilla.
—Hola, cielo. ¿Vamos a nuestro sitio de siempre? —dijo él, más como afirmación que como pregunta. Ella asintió emocionada, esperando con ilusión el regalo que él le habría preparado.
Tras un rato en la cafetería sin que apareciera ningún presente, Pepe propuso:
—Bueno, vámonos a casa. Allí te espera tu sorpresa.
—¿En serio? ¿Qué es? ¿Por qué no la trajiste aquí? —preguntó ella, intrigada.
—Ya lo verás y lo entenderás todo —respondió él con misterio.
Al llegar a casa, salieron del coche y Pepe se acercó a otro vehículo, pulsó el mando y se abrieron las puertas.
—Aquí tienes, mi amor. Este es tu regalo. Disfrútalo.
Lucía se quedó de piedra. De todo lo que imaginaba, ¡un coche no entraba en sus planes! Se lanzó a su cuello al instante.
—¡Pepito, gracias! Siempre lo digo: eres el mejor marido del mundo. ¡Te quiero tanto!
Y es que ya lo adoraba por todo lo que hacía por ella. Pepe trabajaba sin descanso, a veces hasta los fines de semana, para poder regalarle cosas y ahorrar para su futura casa en el campo. Después de eso, podrían pensar en tener hijos. Por ahora vivían en un piso de tres habitaciones que Lucía había heredado.
—Cariño, ahora es tuyo. Sabía lo mucho que lo deseabas.
En casa celebraron su quinto aniversario y el coche nuevo, ya que en la cafetería no habían podido brindar —Pepe iba a conducir.
Al día siguiente, Lucía llegó a la oficina con su flamante coche rojo. Entró radiante, y sus compañeras ya estaban al acecho, muertas de curiosidad por saber qué le había regalado su marido.
—Mi Pepito me ha regalado un coche —dijo, cerrando los ojos un instante—. Madre mía, chicas, si supierais lo maravilloso que es. En cinco años ni siquiera hemos tenido una pelea seria.
—Enhorabuena por el regalo —decían unas, mientras otras mascullaban entre dientes.
Había quien lo celebraba de corazón y quien hervía de envidia. Como Nora, una antigua compañera de clase de Pepe que llevaba años envidiando a Lucía. Desde el instituto estaba loca por él. Ahora, mirándola con una sonrisa falsa, pensaba:
—¿Por qué a unas les toca todo y a otras nada? Ya verás cómo paga. ¡Qué satisfecha se la ve!
Pero Lucía, inocente como era, no imaginaba que compartir su felicidad podía despertar mala leche. Creía que sus compañeras la querían igual que ella a ellas. No sospechaba que alguien sería capaz de una bajeza con tal de arrebatarle lo suyo.
Casi al final de la jornada, Pepe llamó para decir que tenía un trabajo extra y llegaría tarde. Ella suspiró, pero lo entendió: seguían ahorrando para la casa.
Se despidió de sus compañeras, salió y se dirigió a su coche.
—Vamos, preciosa, nos vamos a casa —le dijo al volante con cariño.
De camino, pasó por un centro comercial y le compró a Pepe un reloj de pulsera.
—Le va a encantar —pensó.
Con el regalo bien envuelto, se montó en el coche, feliz.
—Ahora le toca a mí hacer feliz a mi Pepito. Dar también es un placer.
Al llegar a su calle, redujo la velocidad para aparcar cuando, de repente, sintió un golpe seco. Bajó corriendo y vio a un hombre en el suelo, agarrándose una pierna.
—¡Dios mío! ¿Le he atropellado? ¡Perdone! ¿Llamo a una ambulancia? O mejor, le llevo yo al hospital.
El hombre negó con la cabeza.
—No hace falta. Solo es un golpe. Con un poco de hielo bastará.
Lucía le invitó a subir a su casa. Él aceptó. Una vez dentro, le vendó la pierna, disculpándose sin parar.
—No se preocupe. Hasta repetiría el golpe con tal de verla más. Me llamo Darío. ¿Y usted?
—Lucía…
Él la miraba de una manera que la incomodaba. Tras un rato, él se levantó para irse. Ella insistió en llevarle, pero se negó. De pronto, vio una foto de Pepe y Lucía en la estantería.
—¿Le conoce? ¡Vaya! Aunque, claro, si salís juntos… ¿Es su hermano? —sonrió—. ¡Seguro que sí!
—¿Usted le conoce? —preguntó ella, sorprendida.
—Claro. Es el marido de mi hermana. Un currante, siempre de aquí para allá, haciendo horas extras para comprar una casa. Casi no está en casa, pero es lo que hay.
A Lucía se le cayó el alma a los pies. No recordaba cómo salió Darío de allí, pero sus palabras le taladraban el corazón.
—Esto no puede ser. No es real.
Pero sí lo era. ¿Cómo sabía Darío lo de la casa? No podía creerlo.
—¿Pepe lleva una doble vida? ¿Y nuestros sueños los vive con otra?
Cuando Pepe llegó a casa, ella fingió dormir. No quería hablar, no estaba preparada. Decidió guardar silencio. En la oficina, sus compañeras notaron su cambio, pero nadie preguntó. Ya hablaría cuando estuviera lista.
—¿Dónde estará ahora? ¿En el trabajo o con… esa otra mujer?
No podía sacarse esas ideas de la cabeza. Lo peor era que Darío empezó a aparecer por todas partes: cerca de la oficina, de su casa…
—Esto ya no son casualidades, Lucía. Es el destino —decía él con una sonrisa.
Una tarde, en un café, ella le confesó:
—Pepe no es mi hermano. Es mi marido.
—¿Qué? ¡Menudo cabrón! ¿Así que tiene dos familias? Mi hermana está embarazada de él. Deberías dejarlo. ¡Él no te merece!
Lucía no soportaba más. Esa noche, decidió hablar con Pepe cuando volviera. Pero antes de que pudiera hacerlo, recibió una llamada del trabajo de él.
—Lucía, lo siento. A Pepe lo han llevado al hospital. Se ha lesionado en el trabajo.
El mundo se le vino encima. Corrió al hospital, donde Pepe estaba inconsciente, con una herida en la cabeza. Su compañero Jaime le explicó que llevaban días en una obra urgente.
—¿De verdad estaba trabajando todo este tiempo? —preguntó ella.
—Claro. ¿Quién si no va a saber lo que quiere? Una casa en las afueras. Por eso no para de currar.
Lucía, dudando, preguntó:
—¿Sabe algo de… otra familia suya?
—¿Qué? No tiene más que a usted. No para de hablar de su «Lucita». ¿Por qué lo pregunta?
Ella entonces le contó lo de Darío. Jaime le aconsejó ir a la policía. Allí descubrieron que Darío acababa de salir de la cárcel por extorsión y, para más inri, era hermano de Nora, su envidiosa compañera. Ambos habían urdido un plan: Nora quería a Pepe para ella y había contratado a su hermano para separarlos.
Nora odiaba a Lucía tanto que estaba dispuesta a todo. Sab**La Obra de Teatro**
Lucía hojeaba distraídamente las páginas de la revista mientras esperaba en el salón de la maternidad, con Pepe a su lado sujetándole la mano, ambos sonriendo al escuchar el primer llanto de su bebé recién nacido.