La traición, versión dos

**Traición, toma dos**

Verónica y Laura viajaban juntas al trabajo. Laura al volante, responsable y seria, de belleza discreta; Verónica, alegre, algo descuidada, pero radiante. Se hicieron amigas en la oficina, donde compartían espacio con otras dos compañeras. Ambas solteras, sus hijos ya adultos vivían sus propias vidas. Laura había enviudado hacía siete años, cuando su marido falleció en un accidente. Desde entonces, ni siquiera contemplaba la idea de volver a amar.

—Laura, necesitas a alguien, no digo para casarte, pero al menos para compañía —insistía Verónica, quien nunca perdía la esperanza de encontrar un nuevo amor.

—Ni lo pienses. Con mi marido éramos una sola pieza. Se fue, y con él, mi otra mitad —respondía Laura con melancolía.

Verónica, atractiva, culta y libre, se había divorciado ocho años atrás tras sorprender a su esposo en una situación comprometedora en su propio piso. Sin discusiones, lo echó a la calle y firmó los papeles. Desde entonces, había tenido romances, pero ninguno de esos hombres era “el indicado”.

Recientemente, había celebrado sus cuarenta y cinco años en un restaurante. Laura le advirtió:

—Verónica, la gente dice que no se deben celebrar los cuarenta… ¿Segura que quieres una fiesta?

—¡Ay, Laura, no creo en supersticiones! Si vivimos con miedo, la vida será aburrida —reía Verónica.

Esa noche, en el restaurante, un hombre atractivo, con aire de actor de cine, llamó su atención. Sin que Laura se diera cuenta, Verónica lo llevó a su mesa.

—¿De dónde lo sacaste? —preguntó Laura al verlo.

—Me invitó a bailar. Le dije que era mi cumpleaños, y prometió un regalo mañana —contestó Verónica, sonrojada.

Así comenzó su relación con Adrián, quien, en su segunda cita, confesó estar casado.

—Nos estamos divorciando. Los hijos ya son mayores, no hay nada que nos una —aseguró él.

Adrián la conquistó con flores, cenas y escapadas al campo. Hasta se quedaba a dormir en su casa. Laura apenas reconocía a su amiga.

—Vuelas como mariposa, sin pensar en nada —le decía.

—No te imaginas lo increíble que es… Estoy perdida —replicaba Verónica, eufórica.

—No te ilusiones. Por sus ojos, veo que es un donjuán —intentaba advertirle Laura.

—¿Celos? —bromeaba Verónica.

—No, solo quiero protegerte. Sé lo emocional que eres.

El romance duró año y medio. Adrián dejó de hablar del divorcio y, peor aún, comenzó a frecuentar a una mujer diez años menor que Verónica. Las visitas se espaciaron hasta que ella lo confrontó.

—Adrián, ¿qué pasa? ¿Estás bien con tu esposa o hay alguien más?

—Perdóname. Me enamoré de otra. Lo siento —confesó él antes de marcharse.

Verónica lloró en los brazos de Laura.

—No vale la pena sufrir por un traidor. Jugó contigo y encontró otro juguete. Mírate al espejo: has adelgazado, estás pálida… Él no merece tu salud.

—Lo sé, pero el corazón no escucha razones —sollozaba.

Para distraerla, Laura la llevaba al cine, a reuniones con amigos, incluso a su casa en la sierra. Poco a poco, Verónica volvió a sonreír. Hasta que un día, Laura la vio rechazar una salida.

—Hoy no puedo, tengo planes —dijo Verónica, evasiva.

Al día siguiente, Laura lo entendió todo. Al salir de su edificio, divisó a Adrián esperando junto al coche de Verónica. Se subió rápido al suyo y se marchó, herida.

En la oficina, Verónica llegó radiante.

—Hola a todos —saludó, evitando la mirada de Laura.

—Tu “señor escarabajo” te trajo. Lo vi esta mañana —le espetó Laura.

—No me regañes… Sí, Adrián volvió. Nos encontramos por casualidad.

—¿Y le creíste otra vez?

—Esta vez me invitó a España. Dice que la vida allí es intensa, que yo destacaría entre todas… Se disculpó, dijo que fue un desliz, pero que me ama.

—¿Y tú te lo tragas?

—Laura, no puedo evitarlo. No tengo a nadie más.

—No confío en él. Es un tipo escurridizo.

—No te preocupes. Esta vez seré más cínica. Iré de vacaciones a su costa —mentía Verónica, aunque Laura sabía que su corazón aún latía por él.

Días después, Verónica llamó desde España, emocionada:

—¡Laura, es maravilloso! Adrián es un cielo, ni mira a otras mujeres.

Laura colgó, dudosa.

—O me equivoco con él, o es un maestro de la manipulación.

A su regreso, Verónica llegó morena y feliz.

—Adrián presentará el divorcio. ¡Nos casaremos! —anunció.

Laura fingió alegría, pero la duda la corroía.

El otoño trajo lluvia y hojas secas. Una mañana de sábado, el teléfono de Laura sonó. Verónica lloraba al otro lado.

—¿Qué pasó? Voy ahora —dijo Laura, presintiendo lo peor.

Al abrir la puerta, Verónica se desplomó en sus brazos.

—Me dejó… Ahora anda con una veinteañera.

—Ya te lo dije. Es un traidor. Por segunda vez. ¿Ahora lo ves?

—Sí… lo veo —murmuró Verónica.

Laura la abrazó, esperando que esta vez su amiga aprendiera la lección. Pero solo el tiempo lo diría.

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