Vida renovada, familia redescubierta

**Una vida nueva, una familia nueva**

María salió radiante del consultorio médico: iba a ser madre. Regresó a casa con prisas, ansiosa por darle la sorpresa a su marido, Javier, que ya estaba en casa después de su turno nocturno. Sabía que, en estos casos, él solía dormir hasta el mediodía, pero esa mañana había pedido permiso en el trabajo para ir al médico y sospechaba que él ya estaba despierto.

Sin embargo, fue Javier quien le dio a ella la sorpresa. Al abrir la puerta con su llave, vio un bolso de mujer sobre la mesita del recibidor.

—¿Qué es esto? —preguntó, con un nudo en el estómago—. ¿De quién es?

No quería abrir la puerta del dormitorio. Tenía miedo. Pero al hacerlo, confirmó lo que ya intuía: una mujer desconocida ocupaba su lugar en la cama, junto a su Javier. Tal vez fuera la expresión de su rostro o el impacto de la situación, pero la mujer salió disparada, rozándola al pasar. Javier, en cambio, se levantó con calma y se vistió.

—Toma tu maleta, empaca tus cosas y lárgate con tu amante —ordenó María con voz firme antes de salir de la habitación.

El dolor fue insoportable. Tan intenso que apenas podía respirar. Poco después, llegó la ambulancia y el diagnóstico del médico:

—Ha perdido al bebé.

De vuelta en casa, solo encontró silencio y el caos dejado por la discusión. Con el tiempo, recuperó fuerzas y decidió empezar de cero. Lo primero fue el divorcio. Javier no apareció hasta el día de la firma, con mirada culpable pero en silencio.

Pasaron los meses, y luego un año y medio desde el divorcio. A sus veintisiete años, María rechazaba cualquier mirada o insinuación de otros hombres. Sus compañeros de trabajo le decían:

—María, pareces un fantasma. La vida sigue. Sí, pasaste por algo terrible, pero aún te queda mucho por vivir.

—No lo sé —respondía ella—. Algo se rompió dentro de mí. Ya no siento alegría.

—Mira a Antonio —le aconsejaban sus amigas—. ¿Crees que es casualidad que siempre te espere para llevarte a casa? Es un buen hombre.

María lo observó con otros ojos. Salieron, fueron al café, pasearon. Con el tiempo, notó que Antonio estaba listo para hablar de matrimonio, y finalmente le propuso:

—Casémonos, María. Así no tendré que acompañarte a casa, porque volveremos juntos.

Después de la boda, así fue. Juntos al trabajo, juntos de vuelta. Cenas en casa, paseos, películas. Pero lo que más deseaba María era ser madre. Y no podía lograrlo.

Un día, visitó un orfanato con sus compañeros de trabajo para llevar donaciones. Allí vio a una niña de cuatro años con una mirada triste que no pudo olvidar.

—Antonio, adoptemos a esa niña. Si no podemos tener hijos… De verdad, sus ojos… Parecen suplicar que alguien las salve.

—María, no podemos acoger a todos —respondió él.

—Pero al menos a una. Sería un milagro para ella.

—¿En serio lo quieres?

—Sí. Se llama Lucía. Es dulce y tan pequeña…

Antonio, aunque sorprendido, accedió. Lucía, abandonada al nacer, tenía casi cinco años. María habló con la directora del orfanato, Sofía:

—Quiero adoptar a Lucía. ¿Qué necesito?

—¿No tienen hijos propios?

—No… —María le contó su historia.

—Pero quizá aún puedan tener uno. La adopción no llenará ese vacío. Piénselo bien, hablen entre ustedes.

Al marcharse, María vio otra vez a Lucía sentada en un banco, abrazando un peluche. Esa imagen la persiguió.

Finalmente, Lucía se convirtió en su hija. María estaba feliz, pero con el tiempo, Antonio se distanció. Un día, estalló:

—María, cometimos un error. Nunca podré aceptarla. Quiero un hijo mío. Devolvámosla.

—¡No es un objeto! —gritó María—. Es tu hija también.

—No lo es. Elige: yo o ella.

No hubo elección. Se divorciaron.

Un día, cerca de su edificio, Javier la detuvo:

—María, al fin te encuentro. Quiero recuperar lo que perdí. Perdóname.

Ella lo rechazó, pero recordó sus palabras: *Haré lo que sea por ti.*

Tiempo después, en otro viaje al orfanato, conoció a Carla, de diez años. Algo en ella le recordó a Lucía.

—¿Y si…? —María sacó el teléfono y llamó a Javier.

—Necesito tu ayuda.

Minutos después, en su antigua cocina, Javier escuchó su petición: adoptar a Carla.

—¿No quieres? —preguntó ella, insegura.

—¡Claro que quiero! —exclamó él—. Tendremos una familia grande y feliz.

En Nochevieja, la casa bullía. Lucía y Carla decoraban el árbol bajo la mirada de Javier, mientras María preparaba la cena. La mesa estaba lista, las risas llenaban el aire.

—¡Pronto será Año Nuevo! —gritaban las niñas.

Javier observaba, emocionado: *Qué suerte tener esto.*

Para ellos, esa noche no era solo un año nuevo. Era el comienzo de una vida juntos, con sus alegrías, sus desafíos… y todo el amor del mundo.

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