CÓMO UN MALETÍN SIN ASIDERO…

**EL MALETÍN CON EL ASA ROTA**

—Tolito, no vengas más a verme. ¿Vale? —pedí con calma.

—¿Cómo? ¿Hoy no vengo? —preguntó él, sin entender.

…Era temprano, Tolito ya estaba en el rellano, apurado por llegar al trabajo.

—No, que no vengas nunca más —aclaré.

—Mmm… ¿Qué pasa, Adela? Bueno, te llamo luego —dijo, dándome un beso rápido antes de escabullirse. Cerré la puerta y respiré aliviada.

…Llevaba tiempo queriendo decirlo. No fue fácil. Tolito era casi de la familia.

Esa noche fui ardiente e insaciable. Me despedía. Él no lo notó, solo musitó:

—¡Adela! Hoy estás sublime. ¡Diosa! Ojalá fueras siempre así. Te quiero, mi niña.

…Antes éramos amigos los cuatro: yo, mi marido Ramón, Tolito y su mujer Ardilla (así llamaba cariñoso a su Amparo).

Los años jóvenes fueron ruidosos, desenfrenados. La verdad, Tolito siempre me gustó. Si compraba un vestido, zapatos, un bolso, me preguntaba si a él le agradaría. Amparo era mi mejor amiga.

¡Cuánto vivimos juntos! Demasiado. Sabía que Tolito suspiraba por mí, pero guardábamos las distancias. En reuniones, me abrazaba y susurraba:

—Adelita, ¡cuánto te he echado de menos!

Creo que cuando hay amistad entre familias, siempre hay afinidades ocultas. El hombre hacia la mujer o al revés. La tentación acecha. Alguien siempre desea a otro, o se enamora de la esposa del amigo. Por eso son amigos. Hasta que ya no lo son. No creo en la amistad entre hombre y mujer. Entre ellos, hubo, hay o habrá una cama. Es como encender fuego junto al heno. Tarde o temprano, todo arderá. Quizá haya excepciones, pocas.

Mi Ramón se relamía mirando a Ardilla. Se lo notaba, y yo le daba un coscorrón. Él reía:

—¡Adela, no me atontes! ¡Si solo somos amigos!

Y luego, bromeando:

—Solo no peca quien no respira.

De Amparo estaba segura como de mí misma. Jamás cruzaría la línea. Pero mi Ramón, ese sí andaba cosechando en huertos ajenos. Por eso nos divorciamos tras veinte años. Él se casó con una de sus “cosechas” cuando le habló de un heredero. Para entonces, nuestros hijos ya volaban solos. Le preparé la maleta y lo bendije en su nueva vida.

“Ya llegó la soledad”, me lamenté al principio.

Tolito y Ardilla venían a visitarme, intentando consolarme, aunque no lo necesitaba. Aun así, llegaron los días en que odiaba las fiestas. Vagaba por la casa, sintiendo el peso del silencio. En esas fechas, la ausencia se clava como un puñal.

…Tres años después, Tolito enviudó. La muerte no entiende de ruegos. Ardilla agonizó un año, y antes de partir, me dejó un encargo:

—Adela, cuida de Tolito. No quiero que caiga en manos ajenas. A ti siempre te quiso, lo sentí. Vivan juntos.

Tolito guardó luto, erigió una lápida de mármol, plantó claveles en la tumba. Poco a poco, empezó a visitarme. Lo acogí, ayudándole a sobrellevar el vacío. Le brindé calor, cuidados, amor. Teníamos recuerdos que compartir, risas y lágrimas atrasadas.

…Andamos mucho camino juntos. Pero con el tiempo, empecé a sentirme ahogada. Todo en Tolito me irritaba: sus palabras, sus gestos. Discutíamos sin motivo.

“No es él”, pensaba. Su olor me era ajeno, la cama fría, su humor plano. Hablaba y hablaba, sin decir nada. Era quisquilloso, remilgado. Como dice el refrán: “Por mucho que reluzca, nunca es sol”. Quizá Amparo lo amaba tanto que aguantaba sus rarezas.

Me atormentaba la duda. Tal vez me había acostumbrado a la soledad. Mi cariño por Tolito se esfumó. Cuando ya no podía soportarlo, decidí cortar por lo sano. Una última noche inolvidable, y adiós para siempre.

Tolito, en su inocencia, creía que todo iba viento en popa. Ante mis malos humores, solo sonreía. Me besaba las manos, jamás alzaba la voz.

—Adelita, no te enfades —decía, dulce—. Yo lo arreglo todo. No puedes dejarme. ¿Quién te querrá como yo?

Y era cierto. Sus palabras me derretían como cera al fuego.

…Me llamó en su descanso.

—¡Adela! ¿Qué pasa? ¿Estás bien? —preguntó, alarmado.

—Sí. Ven pronto. Te echo de menos —murmuré, sintiéndome culpable.

Pensé: “Eres como un maletín con el asa rota: ni lo tiras, ni lo llevas cómodo”.

Nuestros caminos ya estaban entrelazados. ¿Qué iba a hacer? ¿Abandonar al viudo que me encomendaron? Pobre hombre, se perdería sin mí…

Rate article
MagistrUm
CÓMO UN MALETÍN SIN ASIDERO…