En la calle Serrano, en pleno corazón de Madrid, había un maniquí en el escaparate de una tienda de moda. Siempre llevaba la misma indumentaria: camisa blanca, pantalón negro y una boina vasca que nadie se molestaba en enderezar. Era como un fantasma de la calle, tan invisible para algunos que hasta parecía fundirse con el cristal.
Llevaba allí más de una década. Tan quieto, tan habitual, que casi nadie reparaba en él. Pero los comerciantes del barrio le habían cogido cariño. Cada mañana, al abrir sus negocios, le dedicaban un saludo: “Buenos días, Don Alfonso”. Así lo llamaban, por pura costumbre, como un guiño cotidiano.
El dueño del café, la chica de la librería, el florista… todos le saludaban al pasar. Y él, claro, nunca contestaba. Hasta que un día, inesperadamente, lo hizo.
Era un martes gris. El escaparate amaneció empañado por el frío de la noche. Cuando los vecinos, como de costumbre, le dijeron “Buenos días, Don Alfonso”, el maniquí respondió. Movió los labios y susurró: “Buenos días, amigos”.
Todos se paralizaron. No era un maniquí. Era un hombre de carne y hueso. Se llamaba Alfonso López, tenía setenta y seis años, y llevaba meses trabajando como vigilante nocturno de la tienda. Había perdido su piso, su familia vivía en otra provincia, y no tenía otro lugar donde quedarse. Por eso, de día, se quedaba inmóvil tras el cristal, fingiendo ser parte del escaparate.
No era una broma. Lo hacía porque, según decía, allí nadie lo ignoraba. “Me gusta ver a la gente pasar, sentir que formo parte de algo. Aquí, aunque sea de mentira, alguien me ve”.
La historia saltó a la luz cuando un chaval lo grabó y lo compartió en internet. Se volvió viral. Miles de mensajes decían lo mismo: “A veces pensamos que somos invisibles, pero siempre hay alguien al otro lado del cristal”.
Hoy, Don Alfonso ya no necesita fingir. Le dieron un puesto en la tienda como recepcionista. Se sienta junto al escaparate, saluda a los clientes, y cada mañana devuelve los buenos días con una sonrisa y una frase que ya es leyenda en el barrio: “Buenos días… y gracias por mirarme”.