**El pastel y otras decepciones**
Lucía batía la crema para el bizcocho con movimientos precisos, como los de un relojero. El pastel para su hija Carla tenía que ser una obra maestra: tres pisos, mousse de vainilla, frambuesas frescas y delicados rizos de chocolate. Hoy Carla cumplía dieciocho años, y Lucía esperaba que este pastel —el mejor de sus veinte años como pastelera— derritiera el muro que había crecido entre ellas durante el último año.
—Mamá, ¿aún no has terminado? —Carla irrumpió en la cocina, sus zapatillas chirriando sobre el linóleo—. ¡Silvia ya está de camino, y aquí todo es un desastre!
—Casi listo —sonrió Lucía, secándose las manos en el delantal—. ¿Te gusta?
Carla echó un vistazo fugaz al pastel, su rostro permaneció indiferente.
—Bueno… está bien. Pero Silvia dice que estos pasteles ya no se llevan. Ahora lo moderno es el minimalismo, sin tantas… decoraciones.
Lucía sintió que la cuchara en su mano pesaba más.
—No son solo decoraciones, Carlita. Son tus patrones favoritos, como los del pastel de tus diez años. ¿Recuerdas?
—Mamá, tenía diez —Carla puso los ojos en blanco—. Vale, voy a ordenar el salón. Papá otra vez lo ha llenado con sus papeles.
Se fue, dejando tras de sí un tenue aroma de perfume y la sensación de que Lucía hablaba con el vacío.
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A las seis de la tarde, el salón estaba transformado: globos, guirnaldas, una mesa de aperitivos. Lucía colocó el pastel en el centro, las bayas brillaban bajo la luz de la lámpara como pequeños rubíes. Recordó cómo el año pasado Carla había rechazado la celebración familiar, escapando con sus amigos a un café. “Soy adulta, mamá”, había dicho entonces. Lucía había ahorrado seis meses para este pastel, renunciando a zapatos nuevos y a un curso de repostería, para que hoy todo fuera perfecto.
El timbre rompió sus pensamientos. Carla corrió a abrir, y Silvia entró en el piso —alta, con uñas rosas brillantes y una mirada que escaneaba todo como un detector.
—Vaya, ¿eso es el pastel? —Silvia se detuvo ante la obra de Lucía, inclinando la cabeza—. En serio, Carla, ¿esto? ¡Parece para niños!
—Bueno, es lo que le gusta a mi madre —Carla rio nerviosa, sus mejillas enrojecieron—. Le encantan estas cosas… retro.
—¿Retro? —Silvia soltó una risa cortante—. ¡Parece de los noventa! Ahora lo que se lleva son los pasteles desnudos, con frutas y sin tanto glaseado. ¿No, Carla?
Lucía apretó el borde del delantal, sintiendo que la cocina se hacía más pequeña.
—Hola, Silvia —forzó una sonrisa—. Es el pastel que siempre le ha gustado a Carla. Le encanta la vainilla y las frambuesas.
—*Le encantaba* —Silvia subrayó, mirando a Carla—. Pero los gustos cambian, ¿no? Ahora Carla está en plan vegano, ¿verdad?
Carla dudó, jugueteando con su pulsera.
—Bueno, no exactamente… Pero Silvia tiene razón, mamá. Quizá el año que viene puedas hacer algo más moderno.
Lucía sintió un nudo en el pecho, pero asintió.
—Vale, Carlita. Mientras tanto, recibamos a los invitados.
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Los invitados, amigos de Carla del instituto, llenaron el salón con risas y música. Lucía servía canapés, intentando ignorar cómo Silvia susurraba algo a Carla, señalando el pastel. Su marido, Javier, estaba en un rincón, absorto en su portátil. Su “proyecto urgente” siempre era más importante que la familia.
—Lucía, ¿todo bien? —Javier levantó brevemente la mirada—. El pastel está espectacular, como siempre.
—Gracias —respondió ella con una sonrisa forzada—. ¿Me ayudas con las bebidas?
—Ahora, solo termino un correo —volvió a hundirse en la pantalla.
Lucía regresó a la mesa, donde Silvia hablaba alto de “fiestas de moda”.
—En Madrid hubo una fiesta —decía—, con un pastel sin gluten, sin azúcar, de matcha. ¡Eso es nivel! Pero esto… —miró el pastel de Lucía— parece hecho por una abuela.
Los invitados rieron. Carla enrojeció pero no dijo nada, jugando con el mantel.
—Silvia, es el pastel de mi madre —murmuró—. Se ha esforzado.
—¿Esforzarse? —Silvia alzó las cejas—. Carla, esforzarse es una cosa; estar a la moda, otra. ¿Quieres que tus dieciocho parezcan una fiesta infantil?
Lucía sintió arder sus mejillas. Quiso protestar, pero su mirada se cruzó con la de Carla, que bajó los ojos como asintiendo.
—
La culminación llegó al soplar las velas. Lucía llevó el pastel en una bandeja, sus manos temblaban. Los invitados callaron, las cámaras apuntaron a Carla. Las velas se encendieron, sus llamas reflejadas en los ojos de su hija, como en su infancia.
—Carlita, pide un deseo —Lucía sonrió, con un nudo en la garganta.
—Espera —Silvia intervino, su voz cortó el silencio—. ¿Son velas normales? Carla, dijiste que querías fuegos artificiales. ¡Es tu día!
—¿Fuegos artificiales? —Lucía se sorprendió—. Carla, no me dijiste…
—¡Porque siempre haces lo que quieres! —Carla estalló, su voz tembló—. Mamá, pedí algo simple, moderno, y tú otra vez con tus pasteles de boda. ¡Tengo dieciocho, no soy una niña!
Los invitados cuchichearon. Lucía sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.
—Carla, solo quería que te gustara —su voz era un hilo—. Es tu sabor favorito…
—¿Favorito? —Carla rio, con lágrimas en los ojos—. ¡Hace un año que no como frambuesas! Silvia tiene razón, vives en tu mundo.
—Carla, cálmate —Silvia le puso una mano en el hombro como un director de orquesta—. Soplas las velas y lo olvidamos. Nadie se comerá el pastel.
Lucía miró a Javier, buscando apoyo, pero él solo encogió los hombros.
—Lucía, quizá no es momento. Deja que las chicas se diviertan.
—¿Divertirse? —su voz tembló—. Pasé tres meses planeando esto. Ahorré, estudié nuevas técnicas… Y tú, Silvia, ¿quién eres para decidir?
Silvia levantó la barbilla, su sonrisa fría.
—Soy su amiga. Tú solo eres su madre, que no entiende que su tiempo pasó.
Silencio. Carla miraba al suelo.
—Carla —Lucía se dirigió a ella—, di algo. Es tu día. ¿Qué quieres?
Carla calló, sus labios temblaban. Silvia tosió, presionando.
—Mamá —al fin habló—, quiero que sea como yo digo. Sin tus pasteles. Sin tus… expectativas.
Algo se rompió dentro de Lucía. Recordó cuando, años atrás, Carla, enferma tras una discusión, le había dicho: “Eres la mejor mamá”. Ahora esa niña había desaparecido.
—Bien —se quitó el delantal—. Entonces no me necesitas.
Tomó la bandeja y empujó el pastel hacia la cocina. Los invitados se apartaron. Javier, al fin, reaccionAl cerrar la puerta de la cocina, Lucía sintió que las lágrimas rodaban libres por fin, pero también una extraña calma al comprender que, a veces, el amor más profundo es el que sabe cuándo soltar.